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Llegó el precioso momento, precioso para Milán. No había nada más hermoso que robar dentro de un robo. Este robo era más… figurativo. Robarían tiempo, tiempo que la policía pudo haber usado en algo más útil que cerciorarse de que todos los rehenes estén vivos.
En las dos horas que la inspectora Raquel usaría para hacer las pruebas de vida, ellos estarías imprimiendo dieciséis millones de euros. Y ellos sabían que serían dos largas horas, porque Alison sería la última en presentarse, y ella era la rehén más importante.
Podría decirse que Milán estaba de buen humor. Había comido hasta el cansancio y luego se tomó una larga siesta. Eso la mantenía contenta, por ahora.
Tokio, Río y Berlín serían los encargados de dar la cara, literalmente, a la inspectora. Milán había insistido en también ayudar a esa tarea pero el Profesor había dicho que aún no era tiempo de revelar su identidad. Aún había un atraco que recorrer.
Todo parecía ir bien, los rehenes pasaban de a uno y no decían nada fuera de lugar. Raquel les daba un pequeño interrogatorio que incluso les otorgaba más tiempo y Berlín se había mantenido amable y simpático, afortunadamente sin rallar en lo maniático. Pero no todo iba a ir bien por siempre, no en este atraco, jamás en este maldito atraco.
—¡Tengo que ir al baño!
»Mierda« pensó la pelinegra cuando reconoció la voz de Carmelita. Esa eran las palabras claves para advertir que algo estaba sucediendo. Ella esperaba que la inspectora no la haya escuchado.
Ella se acerco trotando a la mujer castaña y la aparto de la fila de rehenes que harían la prueba de vida.
—¿Qué pasa, Carmelita? —murmuró cerca de ella mientras la arrastraba lo más lejos posible de los demás.
—Mercedes, la maestra.
—¿Qué con ella? —pregunto ansiosas.
—Le entregó unas tijeras a Arturo —respondió un poco temblorosa.
—Det kan inte vara! No me jodas —maldijo no muy en alto. —¡Helsinki! —llamó al serbio antes de que se vaya.
