─ 13. MI MEDICINA

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   Después de su larga jornada cuidando a los rehenes, hasta que Río llegó para seguir su turno, decidió ir al despacho de Arturo para supervisar cómo se sentían las chicas. Y después ir, muy posiblemente, a dormir un par de horas.

Subió lenta y perezosamente las escaleras y caminó en el mismo estado por los pasillos hasta llegar a la puerta del despacho. Tocó energéticamente y después entró sin esperar verdaderamente un permiso para hacerlo. Su ceño se frunció muy levemente ante la escena frente sus ojos.

Parecía que Berlín, como era tan usual en él, estaba poniendo incomoda a una de las adolescentes. Ella supuso que era por una de sus raras conversaciones, sin contar con su forma de ser tan intimidante. La sueca terminó de entrar al lugar y cerró la puerta detrás suyo.

—¿Pasa algo? —preguntó viéndose curiosa, lo que no era así porque ella estaba exigiendo una respuesta. Él contestó con una sonrisa de inocencia.

—A Silvia le está dando un ataque de ansiedad, pensaba llevarla al otro despacho, para que esté más tranquila —ella alza una ceja.

—Creo que va a estar mejor aquí, sus compañeras la ayudaran con su ataque, —mira las mujeres con su ceja aun alzada —¿cierto?

Todas asienten, incluyendo Silvia. Milán mira al alto con los brazos cruzados.

—Sigo creyendo que estará mejor aislada —discutió, haciendo que ella ponga los ojos en blanco.

—¿Por qué no mejor me llevas a mí a calmar el ataque de ansiedad que me dará como me sigas discutiendo, Berlín? —esta vez él pone los ojos en blanco y está apuntó de decir algo pero ella se adelanta. —¡Oslo! —llamo fuertemente. El serbio abrió la puerta que conectaba al despacho de al lado y asomó la cabeza. —¿Podrías quedarte con las chicas?

El hombre solo atinó a asentir, sin tener la mínima intención de discutir con la mujer. Tenía que admitir que la pelinegra le intimidada muchísimo pero también la respetaba demasiado y la admiraba. No cualquier mujer podía conseguir su expediente, ni hombre.

Él entró y dejó la puerta abierta, se dirigió a la silla y se sentó. La pelinegra le hace una seña con la cabeza al castaño oscuro, indicándole que pase, él suelta un suspiro pero obedeció y ella pasó después, cerrando la puerta detrás suyo. El alto caminó directamente al escritorio y se sentó en la silla.

ROBIN HOOD'S PLAN, la casa de papel¹ ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora