─ 11. ESAS GAFAS VALEN MÁS QUE SU VIDA

5.4K 457 28
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

    Milán cargaba casi todo el peso mientras bajaba por las escaleras. Denver estaba que le daba un ataque, »que ironía la vida«, y su colaboración resultaba ser poca en la situación. Sorprendentemente la pelinegra estaba absolutamente centrada en lo que ocurría, muy concentrada en bajarlo e intentar tratar la herida.

Helsinki y Moscú se encargaron de despejar el paso y encargarse de los rehenes, Río buscó la mesa auxiliar y Tokio traía consigo el botiquín. Denver y ella pusieron al herido sobre la mesa, Milán dejó de ejercer presión en la herida, y superviso si la bala había salido, para su desgracia no fue así, lo que complicaba todo aun más. Arturo solo gritaba que quería agua y hablar con su mujer, de hecho todos gritaban alrededor de la mesa. La sueca rodó los ojos y golpeo con fuerza la mesa.

—¡Callaros todos! —ellos obedecieron y se quedaron en silencio y estáticos. —¡Quiero que todos guarden la puta calma! —ella suelta un fuerte resoplido. —El botiquín —demanda, Tokio se acerca y se lo extiende. Milán la ignora y lo abre buscando el alcohol. —Río, busca el agua. Los demás, necesito que lo sostenga —el joven salió corriendo mientras los demás sostenían a Arturo.

Ella cortó el mono y la camiseta, despejando la zona de la herida. Tratando de ser rápida, tiro un chorro de alcohol en la herida. El señor Román gritó del dolor y se removió con fuerza. Milán se puso rápidamente un guante, dejó que el alcohol cayera en su mano derecha y tomó aire ante lo que iba a hacer. Apretó con la mano izquierda el hombro con firmeza y su otra mano fue directamente a su herida. Dos de sus dedos largos se colaron en el orificio y el hombre chilló con fuerza. La joven maldijo y saco su mano.

—¿Es profunda? —cuestiona la de cabello corto a su lado. Ella asiente.

—Sí, muy profunda. Ni siquiera alcance a rozar la bala con mis dedos —Río se acercó y le dio agua al hombre.

—Por favor, quiero hablar con mi mujer. Por favor —sollozo Arturo con gestos de dolor y sosteniendo su propia herida.

—Escúcheme, señor Román. No va a morir. No es una herida tan grave, solo que no tengo el material para sacarla yo misma sin riesgo contra su vida.

—Mi mujer, por favor —ella rueda los ojos.

—De acuerdo, la traeremos. Pero necesito que mantenga la calma, ¿puede hacer eso? —él asiente. Ella se gira a los demás. —Con dos cirujanos y un enfermero estamos, y llama a su esposa —mira a la de cabello corto. —Dile a Berlín.

ROBIN HOOD'S PLAN, la casa de papel¹ ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora