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―¡Señor Torrez, a mi despacho! ―habló Nairobi a través del megáfono después de haber abierto la puerta.
La morena quería aumentar la producción de dinero, pero a Milán no se le hacía la mejor idea, así que buscarían una opinión profesional y de esa forma tomar una decisión al respecto. La azabache realmente esperaba que el hombre pensara de la misma forma que ella.
A los pocos segundos el canoso llegó y golpeó suavemente la puerta. La sueca se acerca y abrió la puerta.
―Pase, señor Torrez ―indicó ella y él pasa. Nairobi se acerca a ellos.
―A ver, ¿podríamos aumentar el ritmo de impresión?
―A ver, poder, podríamos, pero correríamos un gran riesgo.
―¿Qué riego? —preguntó la sueca.
―Si se nos atasca, tardaríamos entre tres y cuatro horas en liberar la maquina.
―A la maquina jamás se le había exigido tanto, hay muchas más probabilidad de que se atasque por la falta de costumbre ―supuso Milán, mirando con preocupación a Nairobi. Ella también parecía preocupada.
―Calcúleme en cuánto aumentaríamos la producción ―ella lo empuja con sutiliza hacia afuera.
―De acuerdo, señorita Nairobi ―el hombre se va y ella cierra la puerta.
―Esta es una muy mala idea ―empieza la de ojos oscuros. ―Hay que seguir como estamos, no necesitamos más.
―Milán, tú eres igual de idealista que el Profesor. Que a ti te importe más el mensaje que el dinero es tu problema ―ella rueda los ojos.
―¿Alguien me puede decir para qué necesitan tanta pasta? Si alguien no me da una buena razón yo no voy a aceptar ―se cruza de brazos.
―Yo tengo que reponer todos los vestidos, abrigos, zapatos y accesorios que perdiste en la casa de Toledo, cariño ―ella lo mira molesto.
―Creí que estaba prohibido mencionar eso. Perdí una colección de toda mi vida, ¿pueden compadecerse de mi?
La puerta volvió a ser golpeada y la española se apuró en abrir.
