Capítulo 11

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Llego a casa abatido y sin ganas de nada, no solo porque no los hemos capturado y siguen teniendo a Sam, sino porque en la CIA ya no me necesitan, según ellos. Y sobre todo, porque Fuller se las ha apañado para ser quien me dio la noticia. Ver el triunfo en su mirada me carcomía por dentro y tuve que contenerme mucho para no despedirme de él con el puño cerrado. Ese tío saca lo peor de mí, y eso que no soy de los que suelen enfadarse con facilidad. Hace falta mucho para sacarme de mis casillas, pero con él, lo raro es estar relajado.

-Que careto traes -Fisher señala lo obvio y me siento a su lado a la mesa. Seguramente acaba de levantarse, porque apenas está amaneciendo, aunque se le ve bastante fresco- ¿Habéis vuelto a fracasar?

-Logré localizarlos esta vez, pero cuando llegamos ya se habían largado -dejo caer la cabeza, por un momento, en mis brazos, que descansan sobre la mesa-. Y se han llevado a Sam con ellos.

-Joder -se rasca la nuca-. Pero puedes contactar con él de nuevo, ¿no? Con el cachivache ese que se ha inventado.

-Siempre y cuando se lo haya llevado con él -me estiro. Me siento entumecido por la tensión a la que me he sometido desde que hablé por última vez con Sam-. Y que lo dejen a solas para poder usarlo. A su compañero le han pegado un tiro en la cabeza, así que no sé cuánto tiempo le queda antes de que hagan lo mismo con él.

-No sé qué decirte -por primera vez en mucho tiempo, está serio, y por raro que parezca, me decepciona. Necesito su buen humor para encontrar un poco de esperanza en toda esta mierda. Sé que a Sam solo le quedan dos opciones ahora: abrir los archivos encriptados y morir después, cuando descubran que no son nada; o negarse a abrirlos y morir por ello. Sea como sea, en ambas situaciones terminará igual, si no los encuentro antes y lo impido. Pero no puedo encontrarlos si no contacta conmigo y me da alguna pista de por dónde empezar a buscar.

-Me vale con una de tus tonterías -le confieso-. Incluso una mala.

-Pues... la verdad es que... la madre de Cornell ha muerto -tuerce el gesto, incapaz de contentarme, pero no se lo reprocho porque con una noticia así, es comprensible-. Hablé con Harper hace media hora. El entierro será esta tarde. Él no quería decírnoslo para no obligarnos a viajar, pero...

-Joder -miro el reloj-. Iremos con el tiempo justo.

Porque aunque Sam me necesita, Cornell también lo hace y no le voy a dar la espalda. Me llevaré el portátil por si Sam se pone en contacto conmigo durante el viaje, pero asistiré al entierro, así tenga que ir y volver en el mismo día.

-Te he comprado el billete ya y he reservado habitaciones en un pequeño hotel que hay cerca de la casa de los Cornell. Pensaba ir a por ti ahora -me dice-. Quería aprovechar para robar algunos pasteles para el camino, pero me has jodido el plan.

Y ahí está mi Fisher, el divertido, incluso en las peores situaciones. En el fondo, no puede evitarlo, aunque así es como lo queremos: loco, espontáneo y fiel a su familia.

-Lo que me recuerda que tengo algo que darte -busco en mi bolsa mientras hablo-. Han prescindido de mí, así que ya no podré delinquir más para ti.

-Menuda mierda -se queja en broma, al oír la palabra que uso-. Nos habríamos hecho ricos.

-Nos habríamos puesto gordos -rio-. Es bastante diferente.

-Un SEAL no engorda -y en el fondo tiene razón porque siempre estamos entrenando o trabajando muy duro. Consumimos cada caloría que ingerimos.

-Me debes una bien gorda -me giro hacia él y le enseño una caja entera de los famosos pasteles-, porque lleva el nombre de la pastelería que los hace, impreso en un lateral.

Sam (Saga SEAL 5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora