El hombre que me cuidaba

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Después de escapar de la casa del del tío Giuseppe, mi único deseo era seguir corriendo, correr hasta llegar al lugar en el que estaba mamá, quería verla una vez más y preguntarle por qué me había dejado.

Me quedé dormido, en medio de unos arbustos, esperando que al despertar pudiese ver de nuevo a mi madre, acariciando mi cabeza y diciéndome que todo había sido una pesadilla, que todo estaría bien, que no me abandonaría nunca más.

Mi madre y yo eramos muy felices, paseábamos juntos los fines de semana y ella siempre me compraba un helado de vainilla, después nos sentábamos en las bancas del parque a mirar a las palomas. Aunque yo nunca conocí a mi padre, recuerdo a mi madre hablar constantemente de él y de lo mucho que nos parecíamos. Aunque a veces pusiera una cara triste y se perdía en sus pensamientos sobre papá, parecía que en verdad lo extrañaba.

Pero un día, después del trabajo, ella no volvió a casa, pasé tres días encerrado, esperando a que volviera, pero eso no pasó. La señora Mila fue quien me pidió que abriera la puerta, el día que la policía fue por mi y me dijo que mi madre no regresaría nunca más.

Yo no lo entendía, no sabía lo que esas palabras significan. Fui sacado a rastras de mi casa, llevado por un grupo de extraños que me decían que no podía volver.

Estuve algunos días en la estación de policía, viendo como todos iban y venían a mi alrededor, nadie me prestaba mucha atención y nadie era capaz de explicarme el por que mi mamá no iba a volver.

Me acerqué a un escritorio, donde había una gran pila de papeles, a lado de estos había algunas fotos, las cuales comencé a hojear, no eran fotos agradables, todas estaban llenas de sangre y cuerpos partidos por la mitad, creí que serían fotos de alguna película, hasta que vi entre esas personas ensangrentadas, una foto de mi mamá.

Ella estaba con un poco de sangre en su rostro y la estaban sacando de un auto, pero al parecer dentro del auto se quedó una pierna suya. Mis pequeñas manos temblaron y no pude evitar comenzar a llorar, no sólo lloraba, también gritaba, acababa de comprender lo que "no volverá jamás" significaba. Era un sentimiento horrible y desolador, nada me podía aliviar.

- ¿Quién dejó al niño sin supervisión? - escuché a un hombre gritar.

- Todos tenemos cosas que hacer, este sitio no es guardería - gritó otro a lo lejos, pero apenas podía escucharlos.

Una de las señoritas que estaban ahí me tomó en sus brazos y me sacó del lugar, intentaba ofrecerme dulces y otras cosas, pero era imposible, no era capaz de calmarme.

Dos días después, un hombre alto, un poco regordete y con una enorme barba llegó hasta la estación de policía.

- Buenas tardes, me han informado que el hijo de mi hermana se encuentra aquí y que podía llevarlo conmigo - dijo el señor.

- Sí, claro, sólo debe firmar un par de papeles y podrá llevárselo - el oficial y ese hombre entraron en una oficina y platicaron durante un rato, cuando salió se acercó a mi.

- ¿Tu eres Aran? - me preguntó, a lo que yo asentí.

- Yo soy tu tío, Giuseppe, supe que eres el hijo de Sara, ella era mi hermana, lamento lo sucedido - yo no conocía a aquel hombre, pero no parecía ser una mala persona - a partir de ahora puedes venir a vivir conmigo - extendió su mano hasta mi y yo la sostuve.

Sin entender muy bien cómo, comencé a vivir el la enorme mansión del tío Giuseppe, a esta llegabas atravesando un camino por el bosque, y era tan grande y llena de naturaleza que parecía sacada de un cuento de hadas.

Quédate a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora