Los sentimientos de un niño

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Dante no era una mala persona, desde que me había recibido en su casa había cuidado muy bien de mi, me daba comida, me compró ropa y fue muy cariñoso conmigo en todo momento.

Por las noches me dejaba dormir a su lado y acariciaba mi cabeza hasta que podía conciliar el sueño. 

Al principio, creí que la manera en la que me miraba era muy similar a la forma en la que siempre me miraron todos esos hombres que llevaba el tío a casa, con toda esa falsa amabilidad. Pero él nunca intentó nada conmigo, incluso cuando la ropa que utilizaba podía ser demasiado reveladora, incluso cuando estuve provocándolo hasta el cansancio con mi actitud tierna y linda.

Dante siempre logró controlarse a sí mismo, jamás se inclinó sobre mi y me forzó a estar en su cama, me cuidaba con tanto cariño y tanta paciencia que no podía más que sentirme profundamente agradecido.

Emma siempre lo llamaba pervertido, creí que era su palabra favorita, hasta que me explicó que un pervertido era aquel que se comportaba de manera exagerada por estímulos sexuales mínimos, pero si eso era lo que un pervertido significaba, entonces Dante no podía ser un pervertido en ningún sentido.

Conocí cientos de pervertidos durante toda mi vida, pero Dante era mil veces más decente que todos ellos juntos, no me molestaba cuando me tocaba o me abrazaba, por lo que terminé apegándome a él.

Cuando menos lo pensé, estaba todo el día esperando para poder verlo, para poder hablar con él, para verlo trabajar y sobre todo, para dormir con él. Solía abrazarlo mientras dormía, sólo así había evitado las pesadillas que me habían estado atormentando por años, me hacía sentir seguro, por lo que por primera vez en mucho tiempo, podía descansar tranquilamente.

Cuando vivía con el tío, la mayoría de los clientes se presentaban por la noche, por lo que mi ciclo de sueño solía ser cruelmente interrumpido por depravados en celo. Algunos eran amables, llegaban, lo hacían y se iban, sin más; pero había algunos clientes especiales a los que les gustaba dejar marcas, recibía mordidas, golpes, latigazos, hubo una vez uno, que casi me ahoga con sus propias manos.

Ninguno de ellos me tocó sin segundas intenciones, ninguno de ellos sintió simpatía por mi, para todos ellos era un simple juguete, una simple herramienta, un objeto que no sentía, no lloraba, no se quejaba.

Parecía que los clientes odiaban ese tipo de comportamiento, ya que, tras estar tantos años haciendo ese trabajo, desarrollé una insensibilidad tan grande, que llegó a ser bastante aburrido. No gritaba, ni lloraba, tampoco me resistía, los clientes sólo me escogían por mi linda apariencia y mi tierna voz. Eso me lo repetía el tío hasta el cansancio, mientras me amenazaba con deshacerse de mí, si no corregía mi comportamiento.

Aunque yo no sabía lo que estaba haciendo mal, intentaba ser amable con los hombres que me visitaban, intentaba sonreír, intentaba ser servicial, pero al final nada de eso fue lo suficientemente bueno, ya que tartamudeaba constantemente al hablar y mis sonrisas siempre estaban llenas de terror y disgusto.

Muchos de esos hombres eran viejos grasosos y malolientes, solían ser enormes en muchos sentidos y usualmente no medían su propia fuerza, todo aquel infierno había sido horrible desde el primer día, pero en algún momento me resigné, pues en mi cabeza los únicos pensamientos que quedaban era el hecho de que ya no me quedaba nada para lamentar.

Mi padre había muerto antes de conocerme, mi madre había muerto y no tenía familia y mi única familia, había hecho de mí un juguete para la diversión de asquerosos empresarios, no tenía nada, nada para llorar, nada para anhelar, nada para sonreír. Simplemente nada.

Mis primeros días a lado de Dante y Emma, fueron incómodos en muchos sentidos, mientras hablaban entre ellos comencé a darme cuenta de que había demasiadas palabras que desconocía, tartamudeaba demasiado y por esa razón solía quedarme callado.

Sin embargo, Dante siempre buscaba la manera de conversar conmigo, me tuvo paciencia cada vez que no podía decir una palabra, me escuchaba atentamente y cuando podía decir una frase entera sin tropezar, solía elogiarme. Dante era diferente.

Emma también me enseñaba y me guiaba para mejorar mi habla, ella comenzó a enseñarme a decir trabalenguas y poco después comencé a aprender sobre palabras complejas, además de a leer y escribir. Aunque Emma no era tan paciente y tan buena como Dante, siempre me estaba ayudando en sus ratos libres.

Poco a poco me di cuenta de que estar con ellos, se sentía como lo que llamaban una familia, familia en la que Dante era el padre, Emma la madre y yo el pequeño al que debían cuidar, pero por alguna razón, cuando lo pensé de esa manera, hubo un asunto que me molestó bastante.

No estaba seguro de por qué, pero pensar en Dante y Emma como mis padres se sentía mal, algo no me gustaba, para empezar ellos no parecían ser novios ni nada parecido, solían pelearse como hermanos, por lo que pensé entonces que Dante podría ser mi padre y Emma mi tía.

Pero eso seguía sintiéndose mal.

- Aran - Dante me llamó - ¿necesitas algo? - negué con la cabeza, había estado parado detrás de él mientras lo veía trabajar, probablemente pensaba que era una molestia - ven y siéntate a mi lado entonces, ya casi termino - dijo y me señaló un banco que estaba a su lado.

Me acerqué cuidadosamente, siendo sincero sentía un poco de curiosidad sobre lo que hacía; frente a él había una gran mesa una serie de cosas pequeñas de metal, conectadas entre sí con cables muy delgados, era la primera vez que veía algo así.

- ¿Conoces las computadoras Aran? - preguntó y yo negué nuevamente - las computadoras son máquinas muy útiles, después te enseñaré a usar la mía, hoy en día son en verdad necesarias en cualquier tipo de trabajo - comenzó a explicarme y pronto se perdió en sus propios pensamientos.

Hablaba con emoción de cómo eran de grandes las primeras computadoras y de cómo habían evolucionado hasta ser tan pequeñas que las podías llevar a todos lados sin esfuerzo alguno; me habló también sobre lo fácil que es estar comunicado con las personas a través de internet, y sobre los cientos de miles de programas que existían para realizar las diferentes tareas de la vida cotidiana.

Pasar tiempo con Dante era divertido, a veces jugábamos, otras estaba muy ocupado con su trabajo como para estar conmigo, por lo que pasaba tiempo con Byron o con Emma, pero sin duda, me gustaba mucho más estar con Dante.

Aunque podía llegar a ser un poco extraño, como cuando hablaba solo o cuando se quedaba un momento mirando al vacío, pareciendo que pensaba a profundidad, a mi me parecía divertido y comenzaba a reír, casi sin darme cuenta.

Cuando me llevó a comprar ropa, fui bastante feliz, había muchas cosas diferentes para usar y aunque pedí algo que tal vez no debía, él aún así lo compró, aún cuando sus orejas se volvieron rojas mientras hablaba con la cajera, aquel vestido era mi favorito de todos.

Quise usarlo de inmediato, pero el día que me lo puse Dante salió de casa y no volvió hasta muy tarde, por lo que no pude preguntarle si me veía lindo con él, había estado deseando que él me viera y me elogiara un poco, por desgracia no sucedió.

Fue entonces cuando Emma me explicó lo que significaba ser un pervertido, ella dijo que era muy probable que Dante se hubiese sentido sobre estimulado y haya querido salir a refrescar su mente, dijo que era demasiado lindo para mi propio bien, pero no pude entender a lo que se refería. Al menos no en ese entonces.

Emma me había dicho que si había algo que no comprendiera siempre podía leer algún libro y enterarme un poco del tema sobre el que sintiera curiosidad, así que, para entender sobre ese tipo de temas, tal vez podría leer algunos cuantos. Sin embargo no estaba muy seguro de las palabras que debía buscar.

Quédate a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora