Hogar dulce hogar

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Por un momento todo se volvió tan lento y extraño, había pasado todo tan rápido, que era dificil saber lo que sucedía en realidad, ahora mismo, iba montado en un auto, a mi lado el tío Giuseppe, quien sonreía triunfante, acababa de dejar la casa de Dante y él seguramente estaría muy molesto conmigo.

- Fueron cuatro meses ¿sabes cuánto he perdido por tu culpa? - dijo el tío, pero sus palabras no entraban en mi, no podía escucharlo atentamente por lo que sólo asentí - vas a reponer todo lo que no trabajaste, ya hay una larga lista de espera, muchos quieren ver al ángel de nuestro lugar, así que más te vale que seas agradable con los clientes - asentí nuevamente.

Mi rostro sin expresión alguna no sorprendió al tío, siempre había sido así, era muy extraña la ocasión en la que reía o lloraba, por lo que no era nada nuevo.

En casa de Dante aprendí cientos de cosas nuevas, muchos sentimientos nacieron en mi, como si fuera la primera vez que los sentía, aunque todo había terminado, nada podía borrar el hecho de que había vivido un instante en el cielo.

En el fondo estaba feliz, por que ahora tenía algo por lo que seguir adelante, un sentimiento especial para no rendirme nunca, algo que atesorar y algo para anhelar, no me sentía solo, Dante y Emma estaban siempre conmigo, en mi mente y en mi corazón. Con la mano en el pecho, dándome un poco de fuerza, bajé del auto, y junto con el tío, volví a aquel que había sido mi hogar.

- ¡Aran volvió! ¡Volvió! - uno de los niños gritó, mientras pasaba por los pasillos de la mansión y era encerrado de nuevo en la habitación de siempre. Escuché un sin fin de murmullos a mi alrededor, algunos parecían aliviados y otros se escuchaban tristes.

Más de uno dijo "hubiese sido mejor que no volviera" y algunos otros lamentaron la manera en la que sería castigado. No era una hora en la que los clientes vinieran, por lo que todos estaban ocupados limpiando y aseándose para comenzar con su trabajo.

La mayoría de estos niños, habían sido traídos hasta aquí por el tío o por su asqueroso amigo, al parecer los sacaban de orfanatos, de casas hogares y a algunos incluso de las calles, para todos ellos estar con el tío era mucho mejor que los lugares en los que habían estado antes, por eso siempre eran tan tranquilos. Muy pocos niños pensaban en escapar y casi ninguno lo lograba.

Añadía el casi, pero la verdad era que, además de mi, nadie había logrado irse antes, la seguridad del tío era tanta que era imposible irse, aún me preguntaba cómo demonios lo había logrado.

Recapitulando un poco, había escapado gracias a que me había ocultado junto a los perros, eran los únicos a los que pude hacer mis amigos, por lo que fue en gran parte gracias a ellos que pude huir, el resto del camino que había recorrido en mi huida, se mantenía difuso en mi cabeza. Cuando salí corriendo, no presté atención alguna y por ello era dificil saber qué había hecho, o si podría repetirlo.

- El tío dijo que debes ducharte y cambiarte antes de la llegada de los cliente - una pequeña voz sonó a través de la puerta.

- Estaré listo - dije, sin emoción alguna, no sabía de quién era aquella voz, pero tampoco me importaba, no quería ver a ninguno de esos niños, que sólo pensaban en tener un poco de comida y un techo bajo el cual no pasar fríos, había una palabra que Emma me había enseñado para estos casos; conformismo.

Todos mis amigos habían sido eliminados por el tío tiempo atrás, cuando un niño crece no suele ser demasiado atractivo y era imposible encontrarles un mejor uso, por lo que era posible que la mayoría de ellos estuviesen enterrados en algún lugar de aquel gran terreno, muchos de ellos, probablemente, cavaron sus propias tumbas, sin saberlo.

Yo era capaz de continuar gracias a mi apariencia y a mi baja estatura, pero estaba seguro de que tarde o temprano, sería desechado como el resto. Después de todo era sí como funcionaba este mundo. No era más que una muñeca desechable e inútil.

Me duché y cambié, justo como me lo habían pedido, después de un rato, el primer cliente llegó, al verlo comenzar a desnudarse frente a mi, tuve un repentino golpe de realidad, comencé a temblar, ya no quería estar más tiempo de esa forma, no quería seguir complaciendo a estos viejos grasosos y rancios, quería volver, quería gritar, quería ver una vez más a Dante, pero tal vez esa había sido la última vez.

El dolor se acumuló en todo mi interior y sentí como claramente todo se desmoronó, junto con la dura cubierta que había intentado construir de camino a aquí.  Mientras el hombre daba fuertes estocadas en mi interior, mi cascarón se rompía, se hacía pedazos y volvía a ser un maniquí, un maniquí roto, sin emociones. No había sonrisas, no había llantos, de nuevo, lo había perdido todo.

Cuando terminó conmigo y quedé todo sucio y pegajoso, permanecí en el piso, tirado sin energía alguna, me quedé dormido y sólo desperté al sentir cómo el siguiente cliente llenaba mi interior, ya ni siquiera podía sentir el dolor de ser penetrado, sólo era un orificio.

Cuando el segundo terminó, comencé a reír, no con una risa normal, era una risa desquiciada, un grito de ayuda para el yo en mi interior, que sentía que estaba muriendo, que sentía que estaba a punto de desaparecer en la oscuridad, junto con todos aquellos cálidos y divertidos recuerdos.

El tío cerró mi puerta a los clientes cuando no pude parar de reír, él pensaba que me había vuelto loco, por lo que me dejó encerrado en la oscuridad hasta descubrir que debía hacer conmigo. Por mi parte, no fui capaz de parar de reír, sintiendo que mi desgracia se había multiplicado.

Si tenía que volver tarde o temprano, tal vez hubiese sido mejor nunca haberme ido, no debí conocer el cielo, si mi destino era caer de nuevo al infierno, era incapaz de procesarlo, todo lo qe pude hacer era reír, reír hasta que el cansancio me dejara agotado y entonces pudiese dormir.

Quédate a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora