Vida Adulta

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El invierno en Nueva York era una pesadilla para cualquiera, apenas iba a mediados de diciembre y cierta nueva familia estaba preparándose para sus visitas que estaban en camino para la cena que tenían planeado.

Ese año, de última hora, la pareja había pedido hacer la celebración en su casa debido a que no podrían salir de su departamento para esas fechas. Esto sorprendido a sus amigos, pero accedieron a turnar la cena a ese lugar.

Los nervios iban combinados con el olor a la cena y las velas de canela, un toque relajante según el rubio.

—¿Crees que esta sea la mejor idea?

—Es tarde para arrepentimientos—El azabache tomó de la muñeca a su pareja y revisó su reloj—Demasiado tarde.

El rubio giró sus ojos.

—Recuerdame regalarte un reloj para navidad.

—Ya me has dado dos.

—¿Y por qué no los usas?

—¿Quién usa dos relojes?—El rubio lo miró mal, cruzando sus brazos. A lo cual el azabache se giró para encararlo. —Mal chiste, lo siento. Es que, creo que estoy algo nervioso. Hazel me va a matar.

—Nos matará, querrás decir. Es la primera vez que le ocultamos algo.

—Sí, pero a ti te quiere más, no te hará nada.

La alarma sonó, ya era tiempo de sacar las galletas del horno.

—Por los dioses, hablamos de Hazel, ya vuelvo. —El rubio salió disparado desde la mesa donde estaban hasta la cocina, dejando al azabache girando con nerviosismo su anillo, uno diferente al de la calavera.

—¿Estás seguro de que la receta estaba bien?

—¡Es una receta familiar, Nico, la seguimos a pie de letra! —Gritó desde la cocina. Unos momentos después apareciendo de vuelta.— Además, son para ocasiones especiales. ¿Qué más especial que esto?

Will no perdió tiempo para dejar un beso en los labios de Nico, consuelo perfecto para esos momentos. Nico apoyó sus frentes.

—¿Y si no lo toman bien?

—Son nuestros amigos, sombrita, estarán felices por nosotros.

—No lo sé, quizá si debíamos esperar y mejor decirles que no podríamos ir a la cena. Podríamos hacer esto mejor en enero.

—Oye, mírame —Se alejó lo suficiente como para verlo al rostro—Ambos queríamos esto, fue nuestra decisión y ahora lo hemos logrado, Nico. Tu sabes cuantos meses estuvimos en espera.

—Sí, pero...

—Shh, no —negó lentamente—No dejes que los nervios puedan contigo, sé que puedes hacer esto. Podemos hacerlo.

Un suspiro salió por parte del azabache, asintió, cambiando su postura. Estaba a punto de hablar cuando una segunda alarma sonó, era hora de la cena, sin embargo, no precisamente esa cena.

Ambos ya sabían que hacer, prepararon lo que a continuación iban a necesitar, cuidando de que estuviese todo nítido y seguro. No podían cometer ningún error en algo tan delicado, podría acabar mal y ellos jamás se lo perdonarían. Se dirigieron a su habitación y con cuidado dejaron las cosas en la mesita de noche .

—¿Seguro ya es la hora? —Preguntó el mayor.

—Sí, ya pasaron tres horas, lo medí bien.

—Está bien, es solo que no quiero alterar el horario, es importa seguirlo.

—Lo sé, Will, no soy idiota.

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