Luke

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Él fue bueno. Él se preocupó por su nueva familia, incluso en las peores circunstancias, él fue quién levantó los ánimos. La vida no había sido justa, pero eso no lo detenía, sabía que todo mejoraría cuando los ojos de esas dos chicas lo miraban, cuando bromeaba juntos y cuando veía a la pequeña Annabeth sonreír. Ella era muy inteligente, demasiado para su edad. Daba miedo, lo admitía.

Tal como admitía que, sí le molestaba, en cierta manera, que su padre no le diera ninguna respuesta. ¿No era suficiente para él? ¿No era querido, ni digno para recibir la debía atención que merecía? Se supone que los padres se preocupaban por sus hijos, estaban ahí cuando se necesitaba y cuando no. ¿Por qué no podía tener una familia normal? ¿Era acaso eso una maldición? ¿Ese era su destino... ser ignorado por quien se supone debería ser cuidado y amado?

Desde la última vez que vio a Hermes, cuando llegó a su casa hacia años atrás, él solo pudo dejar en evidencia que lo que tenía su madre era irreversible. Fue ahí cuando se dio cuenta que, al igual que él, May Castellan era un cero la izquierda en la vida de Hermes. ¿Por qué los dioses no la ayudaban? ¡Ella era una buena mujer! ¿Y esa era su paga? Todo era diminuto para los ellos, la responsabilidad era únicamente de los dioses. Su padre los abandonó por sus órdenes. Por ellos, Apolo impuso esa maldición sobre Halcyon Green. Hal... Él los había salvado, a Thalia y a él, antes de conocer a Annabeth, muriendo en el intento. Hal le entregó su diario para que aprendiera a no cometer los mismos errores que él, y lo único que rondaba su cabeza era su promesa: hacerle frente a los dioses, por él. Darles una lección. Él no podía confiar en ellos. Solo querían solo lo querían manipular, ellos solo querían peones para mandar.  Eran quienes controlaban las fichas del tablero, y él definitivamente no quería ser manejado al gusto de alguien externo. Debía buscar una manera. Algo que lo hiciera cambiar de parecer ante esas horribles preguntas que se hacía diariamente.

Cuando ese sátiro, Grover, los encontró y guío a su nuevo hogar, se confió. Todo parecía mejorar, en lo que cabía. Fue duro llegar pero, estaban juntos los tres, con la promesa de un hogar seguro. Quería creer que, la idea que se había hecho de los dioses era errónea, y en el campamento habían miles de semidioses agradecidos con sus progenitores por alguna buena razón. Ansiaba llegar y descansar de huir, su cuerpo lo hacía más consciente del agotamiento, pero él sabía que no era momento para descansar, estaban tan cerca.

Estuvieron tan cerca.

Thalia...

Sus pesadillas rondaban en sus gritos, en verla decir que se fueran, en voltear y verla pelear contra esos cíclopes. Él no sabía que sería la última vez que la vería. Debió hacer más, no debió dejarla sola. Quizá ella le hubiese gritando y pateado el trasero para que se largara, o quizá seguiría viva. Quizá...si los dioses lo hubiesen escuchado...

Quizás...

La muerte de Thalia fue algo que nunca pudo superar. ¿Cómo se había atrevido Zeus, el gran dios de los dioses, dejar morir a su hija? ¿Tan poco valía su vida que decidió solo convertida en un árbol? Era tan poderoso, ¡el maldito dios de los dioses! pero no pudo encontrar otra manera de salvarla. ¿Eso eran ellos? ¿Nada?

¿Y si él muriera, Hermes lo convertiría en qué? ¿Unas converse con alas? ¿Su vida valía eso?

Su madre le solía decir que su padre siempre se había preocupado por él. Que era su niño, su hijo más querido. Que a pesar de todo, los dioses no eran tan malos como él creía.
¡Mentira! Ni siquiera podían responder a una plegarias, no podían salvarlos. Ellos eran tan egoístas, se creían con derecho de ignorar a sus hijos solo por sus poderes y longevidad. Luke concluyó que la realidad era que todos estaban siendo engañados por ellos, jamás serían importantes para sus padres, estaban solos, siempre lo habían estado. Si Thalia hubiera estado viva, ella habría estado de su lado oponiéndose a los dioses, porque su padre, Zeus, la había abandonado. Le había fallado.

Annabeth y él se separaron con los meses, ella tenía una familia nueva. Él también encontró la suya. Tenía hermanos y también semidoses que esperaban a ser reconocidos. Él los comprendió, antes de ser reclamado pensó que jamás ocurría, aún cuando él sabía quién era su padre. ¿Acaso Hermes lo evadia a propósito?

Años pasaban y pocos era reconocidos. Muchos decidían dejar el campamento, otros decidían seguir y no tomarle importancia, Luke sabía lo que ellos sentían. Era como un amargo sabor en la boca cuando los veía darle ofrendas los dioses, suplicando ser reconocidos. Cuando él hacía sus oraciones, exigía ser escuchado por su padre, lo pedía en honor a su madre, si tanto dijo amarla, ¿debía responder, no? Los dioses debían responderle, tenían que hacerse cargo no solo de lo que habían hecho a su madre, sino también de todo estos campistas que ellos dejaban abandonados.

Nadie lo escuchó.

Fue duro.

Luke no quería rendirse.

Tres años más tarde de su llegada al campamento, tenía una misión, una que su padre le enviaba. No podía creerlo al principio, sus oraciones estaban dando efecto, pensó, se sintió honrado por el encargo. Tenía que recuperar una manzana de oro del Jardín de las Hespérides, era pan comido. Sentía que al fin tenía la atención de su padre gracias a esta misión, pensaba que, si cumplía, tendría el respeto y atención de los dioses, sobre todo en Hermes. Quizá, podría acercase más a su padre y así hablarle sobre los problemas en el campamento, hablarle sobre curar a a su madre, eran dioses, ¡vamos! No había nada que ellos no pudieran. Tenía la esperanza que Hermes, Dios de los mensajeros y viajantes, les comentara a los demás olímpicos sobre la situación. Y sabiendo que se trata de una petición de Luke Castellan, quien recuperó exitosamente esa manzana de oro, entonces harían caso. Reconocerían que él sí era valioso, era un héroe. Esta era su oportunidad de triunfar.

Pronto descubrió que hacía una búsqueda que alguién ya había hecho, comenzó a cuestionar el verdadero propósito de esta misión. No comprendía lo que ocurría, su padre dejó de responderle de repente. Al final fue atacado por el dragón Ladón, guardián del árbol, y no pudo robar la manzana, solo ganó una cicatriz en su rostro. Luke nunca fue el mismo después de regresar de su misión, sentía tan miserable y furioso por los dioses. Ellos lo habían engañado, enviado a una misión tan suicida y absurda.

Siempre tuvo razón, no debió confiar en los dioses. Él había caído en su estúpido juego, había sido usado y desechado. Él ya no quería recibir la lástima de los demás, no quería ser visto y que dijeran "pobre, apenas logró salir con vida", "Era una misión demasiado grande para él", no quería escuchar eso porque no era la verdad. Los dioses lo planearon, estaba seguro que ellos sabían que Luke no permitiría que se salieran con la suya tan fácil, no permitiría que lo usarán también para su gusto y entretenimiento, no planeaba morir en honor a ese bastardos farsantes. Y los dioses lo sabían que como él no serviría para ellos, entonces debía deshacerse de él. Le enfurecía pensar que su padre estuvo de acuerdo.

Estaba harto. Los dioses no eran nada más que unos manipuladores narcisistas, no merecía todo el poder que tenía si ni siquiera sabían usarlo como se debía.Y alguien debía encargarse de que ellos pagaran por sus errores. Esto era por su madre, por Thalia, por Hal, por los semidioses no reclamado y los que murieron por culpa de algún Olimpo. Luke no permitiría que ellos volvieran a usar a ninguno para arruinar sus vidas y abandonarlos por siempre. Ellos no eran padres, un padre o madre no lastimaria a sus hijos de la manera en que ellos lo habían hecho desde siempre. Y Luke sería recordado como el héroe que hizo que los dioses pagaran. Él iba destruir el Olimpo piedra por piedra, si era posible.

Se decía que solo tenía que esperar el momento indicado, y cuando la voz del titan empezó a aparecer en sus sueños, supo que la oportunidad de oro había llegado.

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