Capítulo 30- El nido.

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Escrito por Lázaro.

Capítulo 30 – El nido.

            Corrí hacia la luz. Un sonido venía detrás de mí y lo sentí. No me importó, yo solo quería ver dónde llegaba esto de una vez por todas.

            Salí hacia un claro, lleno de piedra por todas partes, era una fortaleza perfecta, gigante, de unos setenta metros de alto, y cincuenta de largo y ancho. Escaleras corrían por los costados y se armaba una especie de subida sin fin, por los costados de la fortaleza, que no llegaban a tocar el final de la cueva pero con ayuda de una pequeña escalera, hasta podrían llegar. El techo estaba creado por la misma extraña lona que estaba en los pequeños cuartos, se podía ver entre las rejillas de aquella lona, el cielo negro y hermoso. El sonido del mar me tranquilizó.

            Bajé la mirada y concebí el drama. Postrados en la medianera que subía hasta el techo, diez guardias escudriñaban la puerta con armas de fuego apuntándome directo a mi cuerpo, a veinte y treinta metros de distancia hacia arriba. En el medio del claro, Garriguer tenía a dos guardias sin casco apuntándome también a mí, seguro, de mayor rango. Él estaba subido encima de un altar en una silla de gala. Por la izquierda de aquella imagen, Ruppert estaba detrás de los dos guardias jóvenes que lo apuntaban con las espadas en el cuello. Parecía maltratado.

            Me adelanté veinte metros llanos adelante para hablar, me quedé a una distancia de treinta, quería completar el trato lo más correcto posible. Nunca pensé en volver atrás. La condena estaba allí.

            –Terminemos con esto. Devuélveme al viejo y yo te daré a Rizza. –Le exclamé.

            Una risa ahogada creció poco a poco en el pecho de Garriguer, lentamente los guardias de todas las fronteras expuestas comenzaron a reír con él al unísono.

            –¿Devolverte al viejo? ¿Qué clase de trato es ese? –Dijo Garriguer con vos firme y segura. –Deja a Rizza allí, libérala, si no quieres tener cantidades de pólvora increíbles en un segundo.

            No había pensado, ni mi cuerpo había razonado. La desigualdad de condiciones era mayor todavía de lo que imaginaba. Dejé a Rizza en el suelo y la liberé. Poco a poco tomó conciencia y se incorporó. Intentó mirar, sus ojos le quemaban, distinguió la figura de Garriguer y esperó órdenes.

            –Trae su arma, Rizza.

            Rizza tomó mi guante y se lo llevó consigo, lentamente llegó al lado de Garriguer y lo tiró a su lado. Todavía entendía poco de la situación, estaba atontada, pero solamente cumplía las órdenes de su capitán.

            De lado a Garriguer había una mesa cuadrada y de madera con dos pequeñas muestras de alquimia. La primera estaba llena, la segunda vacía, completamente. El líquido que se alojaba allí era espeso, a lo lejos parecía lo que fuera sangre. Detrás de ellas se alzaba un libro, un libro abierto y marcado en una página exacta.

            –Señor, aquí está lo que me pidió. –Rizza avanzó lentamente hacia Garriguer y le entregó un pequeño jarro tapado, del mismo modelo que los que estaban en la mesa.

            Garriguer tomó el vacío y lo aventó al suelo, depositó allí, otro nuevo tarro de sangre.

            –Lázaro… ¿Alguna vez te pareció algo sano la muerte? –Su voz era asquerosa, insulsa en este momento. –Cambiemos la pregunta un segundo… ¿Crees que la muerte sirve, a veces? –Repreguntó.

Lazarus - El Coraje OlvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora