Capítulo 37- El cielo observa.

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Capítulo 37 – El cielo observa

           La mañana siguiente fue pesada. Una mano frágil y pequeña despertó a Lázaro, un niño le miraba con cara extraña de un costado. El parecido a su madre era increíble, pero, a juzgar por su padre, de seguro tenía unos años menos de los que aparentaba. El herrero era un gigante. No había podido dormir mucho aquella noche.

            –¿Quién eres, pequeño?

            El niño no le contestó.

            Lázaro observó a su alrededor, a ver si había vivido un sueño y se encontraba en otro lado, para su miedo, todavía se encontraba allí. Clare reposaba delante suyo, se había quedado dormido y hasta mantuvo su mano entrelazada con la de ella. Gracias al cielo todavía sentía sus latidos, una oleada de esperanza y alegría recorrió su cuerpo.

            El niño por fin abrió la boca.

            –Tienes una nariz grande. –Una sonrisa apareció en la cara del chico, sus lacios reflejaron el parecido con su familia.

            –Tú eres muy grande también, ¿Cuántos años tienes? –Lázaro intentó esbozar la sonrisa más grande que pudo, todavía estaba cansado.

            El niño se limitó a levantar su joven mano y estirar cinco de sus dedos. ¿Cinco años? Pensó Lázaro, pareciera de unos nueve…

            –¿Dónde está tu madre?

            El niño señaló la columna de frente, detrás de ella, la espalda de Sophia apareció. Estaba preparando el desayuno.

            –Su nombre es Leonardo, es nuestro hijo mayor. –ella había escuchado la pequeña conversación entre Lázaro y el niño.

            –¿Cómo se encuentra Gustav?

            –Oh, él está bien. Es un hombre rudo y no solo de cuerpo.

            Lázaro no se sentía cómodo preguntando tanto, pero tenía la obligación de hacerlo.

            –¿Has revisado a Clare ya? Dime una buena noticia. –La cara de Lázaro viró hacia el cuerpo dormido y le dieron ganas de que ella misma se lo diga. Eso no iba a pasar y lo sabía. Sophia no le contestó y él lo entendió todo.

            –¿Dónde se encuentra tu marido?

            –Salió a tomar aire, creo que tu deberías hacer lo mismo, tengo que revisar a Clare así que llévate a mi hijo contigo, toma un abrigo en la salida, no hace frío pero no puedes andar sin remera.

            Lázaro tendió su mano hacia el niño y él se la cedió. Salieron juntos por la puerta mientras una luz despertaba completamente su cara, la luz del sol lo encegueció por unos segundos. Vieron al herrero mirando al sol, directo. Él ya se había percatado de la presencia del druida.

            –¿Terminaste lo que fueron a hacer, Lázaro? –La voz del herrero inspiraba respeto mientras miraba el sol.

            –No señor, solo una parte.

            –No me trates con tanto respeto, ven aquí a mi lado. –Lo invitó, Lázaro se acercó y miró con él y su hijo, el sol.

            El niño se acercó a su padre soltando la mano de Lázaro, éste lo cargó con facilidad, era increíble.

            –¿Por qué Rogger decidió ayudarte a ti, Lázaro?

            –Creo que quería vengar la muerte de su hermana, eso entendí.

            –No, no no, niños. –El herrero lo miró. –Él sería incapaz de lastimar a alguien por venganza, él me dijo que peleabas por una buena causa y quiero saberla. –Terminó y volvió a mirar el sol.

            Lázaro no sabía hasta que tanto había hablado su amigo, pero pensó donde estaba y por qué, así que supo que debía confiar en Gustav, era uno de ellos.

            –El libro que traje conmigo… –Le dijo Lázaro.

            –Le falta un pedazo. –Se apuró.

            –Sólo una parte del trabajo completado.

            –¿Qué sucedió?

            –Alguien los arrancó y escapó con un trozo.

            –¿Alguien? ¿Quién?

            –Uno de los que creí, mi amigo. –Dentro del estómago de Lázaro ocurrieron varias cosas, no había pensado todavía en la traición de Ruppert, el día anterior solo había tenido fuerzas para dormir.

            –¿Qué sucede si eso cae en malas manos, Lázaro?

            –No lo sé del todo, pero hasta donde vi, cosas increíbles, y por increíble no quiero decir buenas.

            –Debo confesarte que ojeé esta mañana aquel libro. –Lázaro le miró de costado, preocupado.

            –¿Encontraste lo que buscabas?

            El herrero lo miró ahora también, sabía a donde se dirigía.

            –¡Que seas un druida no cambia nada en mí!, eres en quien confiaba mi mejor amigo, sus últimos deseos fueron que cualquier ocurrente, recurras a mí, ¿Recuerdas? –Lázaro se arrepintió de haber actuado así. Gustav se percató y volvió al tema rápidamente. –Descubrí algo de aquel libro. –Dando por aludida la discusión.

            –¿Qué descubriste?

            –Pues, el libro está dividido en tres zonas, según el glosario. –Explicó –Naturaleza blanca, materialización y naturaleza negra, parte de la materialización y todo de la naturaleza negra ha desaparecido, ahora que lo sé, mejor dicho, lo han robado. –Un auge de tristeza superó las expectativas.

            –¡Maldición! –Lázaro golpeó el piso con el pie y maldijo la traición del viejo.

            –Supongo el problema. –Dijo Gustav. –¿Qué tienes pensado hacer ahora?

            –No lo sé, primero necesito de Lushia. –Al ver que el herrero lo miró con extrañeza, Lázaro corrigió. –De Clare…

            –Lázaro, tú sabes que… –No le dejó terminar la frase.

            –Tengo fe. –Le aclaró. –Luego buscaré al viejo, hasta el cansancio, antes de que haga algo que afecte al mundo, tengo que pararlo.

            –¿Esos hechizos son muy poderosos, verdad?

            –Sí, lo son, he tenido presencia de ellos. –Su pecho todavía le latía por el deseo de que Clare se recupere. No presentaba daños mayores, aunque el moretón de la costilla todavía le dolía.

            –Pues bien, no se hable más, te ayudaré, iré contigo apenas sepamos el destino de Clare.

            –Pero Gustav, tu familia, ¡no puedo adentrarte a algo tan peligroso y dejarlos así solos!

            –Tranquilo, Lázaro, Sophia me apoya, sabe que debo hacerlo, el mundo está en problemas, ¿verdad? El Crizea, Ciénaga, debo proteger de esta manera a mi familia, ¡déjame ir contigo! –Las miradas se cruzaban fervientemente.

            Lázaro lo pensó un segundo y entendió. El libro había increpado al herrero.

            La puerta se abrió y Sophia salió corriendo.

            –Lázaro, ¡ven rápido! –La cara de susto e impotencia desorbitó por completo al druida.

Lazarus - El Coraje OlvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora