42.- Sobrevivo por pura ansiedad

3.7K 204 38
                                    

—¡Reclusa! A desayunar —escuché la voz grave de John, el guardia que me vigilaba la mayoría del tiempo en esta celda de porquería. El tiempo dentro de esta cárcel temporal ha sido un infierno, no sabía cuánto tiempo llevaba dentro ni qué hora era en este momento, solo sabía que quería morir. 

Mis ojos estaban enrojecidos, mis mejillas pasaban empapadas la mayoría del tiempo y si no fuera por el agua que me daban en este lugar, las lágrimas ya no me saldrían. 

—Llévatelo, no quiero nada —me rehusé a probar bocado de la misma forma en que me había negado en los días anteriores, mi estomago estaba totalmente cerrado y ¿Para qué comer? Mi vida ya no tenía sentido sin mi amor. 

Mi pollito, mi Poché. 

Aún no podía creer que ella estuviera muerta, llevaba procesándolo desde el día en que Madison vino a verme. El odio que estaba sintiendo por ella y por Isabela era mucho más grande de lo que podía dimensionar, habían jugado con mi vida, con mis sentimientos y sobre todo con el amor que le tenía a mi peli azulada. 

En cada momento, en cada segundo mi mente viajaba a recuerdos que tenía con ella antes del accidente, sobre todo ahora que mi memoria se había recobrado casi al cien por cien, los recuerdos eran cada vez más intensos y fugaces, más específicos y dolorosos.

Jamás pensé que algún día desearía volver a no tener memoria, así el sufrimiento sería menor. El dolor en mi pecho no cesaba y nunca pensé que alguien pudiera vivir con tanto dolor dentro del cuerpo, era prácticamente estar muerta en vida. 

Nunca había sentido algo igual, no sabía cómo afrontarlo ni como intentar salir del hoyo en el que me encontraba y tampoco era que lo intentara, si al final del día estaba completamente sola. Mi amor se había ido, no tenía idea en donde estaba mi familia, lo único que me quedaba era la vida que poseía mi cuerpo, pero para este momento, el valor que tenía era igual a cero. 

—Si no fuera por ti, moriría de hambre —rió John para quitar el plato de mi celda y devorárselo como si nunca hubiera comido. 

¿Cuánto tiempo necesitaba de ayuno para poder morir? 

Era lo que más se preguntaba mi subconsciente en los últimos días, solo buscaba salidas fáciles para poder superar y evitar sentir toda esta opresión en el pecho, todo este dolor y esta falta, pero todo terminaba siempre en la muerte. 

—Deja el agua —tosí un poco al decir mis palabras, estas salían como un hilo, apenas podría pronunciarlas y hacía esfuerzo por no vomitar de la fatiga que cargaba. El agua era lo único que toleraba, pues me servía para seguir llorando. 

John no tardó en tirar la botella de plástico hasta la cama dura y rechinable en la que estaba postrada, le agradecí y bebí un pequeño sorbo para poder hidratar mi garganta. Al intentar sentarme en el colchón, un mareo se hizo presente en mí, sin duda no estaba bien y me valía mierda. 

—Señorita, no puede estar aquí —la voz gruesa de John me hizo levantar la vista y percatarme de la situación que se había formado. 

—El juez dio la orden, ya puede liberarla —chilló una voz que conocía a la perfección, fruncí el ceño. 

—Debe ser un error, el juicio de Daniela Calle aún no se realiza —habló seguro, se paró de su cómoda silla y encaró a la rubia bien arreglada que estaba frente a él. 

—Que incompetente eres —carcajeó burlesca —Acaba de terminar, así que más te vale que abras la puerta y dejes salir a la reclusa antes de que pierda más la paciencia y te quedes sin empleo —el tono duro hizo que mi piel se achinara y por un momento supe que debía tenerle un poco de miedo al poder que manejaba esa mujer. 

QUIMERA |CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora