1. Romper el hielo

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Tenía el cuerpo sobresaltado por la misma pesadilla de siempre, como si no tuviera nada más que soñar. Bufó y encendió la luz de la habitación para comprobar que no había ninguna silueta observando detrás de la puerta y todo estaba en su sitio. Aquella noche estaba sola, su compañera de piso, María, estaba fuera con sus amigos y no había vuelto.

Cogió el móvil de la mesilla de al lado y comprobó la hora. Las 03:52. Suspiró y se tocó el flequillo alborotado que se había mojado por el sudor de su frente. Salió de la cama y sentándose en el borde de esta, miró controlando la respiración sus pies descalzos. Se arregló con desgana la camisa ancha blanca de publicidad del año dos mil que le había robado a su padre en una de sus visitas a Pamplona y salió a la cocina a por un poco de agua.

Le resultaba tan extraño estar sola, que el silencio absoluto que la rodeaba llegaba incluso a molestarla. Recorrió el pequeño pasillo que la separaba de la cocina-comedor-salón que tenían y sobre el sofá descansaba alguien. Un pequeño cuerpo descansaba en una posición tan incómoda que sintió hasta pena. Se tensó y cogiendo un libro de la estantería como arma de defensa, encendió la luz de la estancia para descubrir de quién se trataba.

- ¿Quién eres? – Dijo en voz alta a una distancia que ella consideraba digna para sobrevivir por si atacaba. Pero ni se inmutó. Cogió aire en los pulmones y lo volvió a intentar. – ¡Tú!

Gritó haciendo que el cuerpo del sofá se moviera rápidamente y terminase con ambas piernas sobre el sofá, cubriéndose con la sudadera que la tapaba. Se alejó un poco más. Miraba realmente confusa a aquella persona que tenía delante que parecía tener más cara de miedo que ella y fue relajando su cuerpo muy poco a poco.

- ¿Cómo has entrado? – Preguntó examinando el rostro de la pequeña rubia que se estaba recolando en el sofá, para bajar al suelo. – ¿Has venido a robar? No tenemos muchas cosas de valor, te puedes llevar mi batidora favorita.

-Tengo las llaves. – Dijo con voz ronca y nerviosa. – Perdona, de verdad. María me ha dicho que viniera para aquí que ella luego me explicaría cual era mi habitación.

- ¡Hostia! ¿Tú eres Alba? – Dejó el libro sobre el sofá y se acercó a la chica que la miraba ahora con el semblante más relajado.

-Sí, la misma. - Dijo soltando una risa nerviosa. - Espero que no llames a la policía.

- ¡No! Ay perdona, de verdad. Soy un desastre. – Se disculpó nerviosa. – ¿Quieres un poco de agua? Nos vendrá bien para el susto.

-Me vendría genial.

Siguió con la mirada a la morena que se alejaba de ella hasta la cocina. María le había enseñado un par de fotos de aquella muchacha en más de una ocasión pero en persona ganaba el triple y eso ya era decir.

Miró el libro que había dejado sobre el sofá. Quinientas recetas para las mentes más brillantes y creativas, leyó en el título. Lo abrió con cuidado por una página al azar y encontró una receta de una tarta de manzana llena de anotaciones en color rojo, lo que parecían correcciones. Pasó un par de páginas más y volvió a encontrarse con los mismos detalles. Levantó la vista y volvió a seguir con la mirada los movimientos de la morena hasta ella. Cogió el vaso de agua que le tendía y sonrió agradecida.

-María no me había dicho que llegabas esta noche. – Dijo rompiendo el hielo después de beber un pequeño buche de agua.

-Ha sido un cambio de última hora. Me han adelantado el inicio del curso y necesitaba instalarme con un poco de calma.

-Claro, entiendo... – Miró hacía todas partes evitando el contacto visual y moviendo nerviosa sus dedos en el vaso de cristal que sujetaba. No sabía que decir. Sentía que había hecho el ridículo desde el minuto uno y quería que se la tragase aquel sofá si eso llegaba a ser posible. – ¿El viaje bien?

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