Tres semanas después, aún seguía sin hablar con María por la discusión que tuvieron aquella noche cuando volvió de acompañar a Alba. Las sesiones con Mamen habían terminado, en la escuela de cocina le estaba yendo de pena y solo podía contar con Sabela, que a pesar de que la gallega quería matarla algunas veces, nunca se había ido de su lado.
Su aspecto no estaba siendo el mejor, las ojeras marcadas y cada vez más en los huesos, aumentaban la preocupación de su amiga que casi solo se separaba de ella para dormir, a sabiendas de que podría agobiarla. Por las mañanas la seguía esperando en su portal para ir a clase, a pesar de que la mayoría de las veces, la morena no aparecía por quedarse escondida entre las mantas y no enfrentarse al mundo.
Natalia con el paso de los días, se había ido perdiendo a sí misma y a pesar de ser consciente, no sabía ni por dónde empezar. Simplemente, se dejaba llevar como una hoja caída de un árbol y no siempre acababa donde debería.
Había empezado a fumar y aunque no era algo de lo que estaba orgullosa, al menos le calmaba los monstruos que se habían instaurado en su cabeza, ahora diferentes a los anteriores.
Había dejado atrás aquella versión de Natalia que siempre tenía una buena cara para todos y sabía cómo salir de situaciones. Por aquellos días se sentía débil, pero por suerte o no, ella quería pensar que sí, había conocido a los nuevos vecinos del tercero, que un día la esperaban en su puerta con un bizcocho casero. Y a partir de ahí, porque lo que empieza con un bizcocho, no depara nada malo, cada vez que volvía de clase y subía por las escaleras, porque incluso el ascensor le recordaba a Alba, aquellos dos jóvenes la estaban esperando para saludarla. Marta, una malagueña un poco ligera de cascos y Damion, un tinerfeño algo internacional y tímido, andaban por el rellano de la planta, los primeros días fingiendo barrer la entrada para charlar un poco con la morena, porque no querían quedar de locos.
A bastantes calles de allí, como para no poder coincidir, Alba iba a la universidad y volvía como un robot. Movimientos mecánicos que la llevaban y la traían. Aunque para su suerte tenía a Adrián que siempre estaba tan pendiente de su tía cada vez que volvía y se tiraba de los brazos de su madre para acabar en los de la rubia que se lo comía a besos. Aquel pequeño le estaba curando con tiritas de Pocoyo sin saberlo.
Contaba los días para volver a Elche por navidad, como quien tacha en el calendario lo que falta para salir de la cárcel. Pero aún quedaba más de un mes. Y aquel noviembre, se le hizo más cuesta arriba que de costumbre.
Como le había prometido a María, cada semana sacaban un hueco para unas cervezas y ponerse al día de sus vidas. Aquella semana, habían elegido el mediodía del domingo. El día estaba agradable a pesar del frío y aprovechando que la mayor se había levantado de buen humor, movieron sus culos hasta aquella cervecería que ya solían frecuentar.
- ¿Cómo está mi rubia favorita? – Preguntó María abriendo los brazos para recibirla.
-Pues estamos, ya sabes ¿tú qué tal? – Se limitó a decir sentándose en una de las sillas de mimbre.
-Pues muy bien, hasta arriba de curro pero mira, de puta madre. – Respondió alegre antes de darle el primer trago a la cerveza que le acababa de llegar.
- ¿Y por casa cómo van las cosas? – Preguntó con un hilo de voz.
-Igual, sigue sin hablarme. – Comentó con tono triste.
A María tampoco le gustaba la situación que había con Natalia, pero es que desde que se les fue de las manos aquella discusión, no habían vuelto a dirigirse la palabra y María pasaba la mayor parte de tiempo en casa de África para así darle un poco más de espacio a la morena, que parecía que nunca iba a dar su brazo a torcer.
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Vulnerable
FanfictionLos comienzos siempre lo pone todo patas arriba y eso a veces, no es del todo malo.