5. Hannah Montana

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Sentada en el suelo de la habitación de Alba, apoyada contra la pared esperaba que la rubia terminase de darse una ducha. No tenía ni idea de lo que había pasado, durante todo el trayecto no había dicho ni una palabra. Y ella tampoco hizo nada para forzarla, pero no se movió de su lado hasta que Alba abrió la boca para decirle que se iba a duchar. Y ella se quedó en aquella habitación, esperando. Hasta que la rubia, no mucho después, volvió con ropa de pijama y esbozó una leve sonrisa.

-No tienes que hacer todo esto. – Le dijo Alba acercándose a su lado y sentándose junto a ella.

-No es nada. – Se movió un poco a un lado para que tuviera más espacio y miró con detenimiento el rostro de la chica, que parecía ahora más calmado. – ¿Está todo bien?

-Lo estará. – Lo soltó como si fuera un susurro. – Muchísimas gracias, por ir a buscarme. – Se retorció incómoda en el sitio y suspiró. – Me desorienté al intentar volver a casa y el internet no me iba bien y de verdad, perdona.

-Lo malo hay que soltarlo. Si quieres hablarlo, estaré a dos toques en la puerta de enfrente. – Le dijo con una sonrisa tranquilizadora, a lo que Alba se limitó a negar con la cabeza gacha. – Cuando tú quieras, no tiene que ser ahora.

Alba se apoyó en el hombro de la morena aún con el pelo mojado y se limitó a cerrar los ojos por un momento. Una avalancha de sensaciones recorrió su cuerpo, justo cuando inspiró lo suficientemente cerca de la morena como para que le llegase el olor a champú de manzanas e inconscientemente su cuerpo tambalease. Pero Natalia, ajena a la sensación que recorría a Alba, no paraba de pensar que pudo haber ido mal aquella noche para que la rubia estuviera ahogada en el llanto cuando llegó a su lado. Quería saberlo e ir a matar a quien hiciera falta. Pero debía respetar sus tiempos, que ella quisiera contárselo. Y quizás pensar alguna solución mejor que acabar en la cárcel, pero eso ya era otra historia.

- ¿Necesitas algo? – Susurró la morena rato después y sentir como la respiración de Alba se iba calmando. - ¿Quieres una infusión? ¿Un vaso de leche? ¿Helado? ¿Lasaña?

Hizo reír a Alba que se separó de su hombro y miró el rostro preocupado de Natalia. Acarició su mejilla y se quedó un poco más disfrutando de ese roce con la piel tan suave de la morena que cerró los ojos al sentirla y así mantener dentro de ella la intensidad que la sacudió. Y no le había gustado ni un pelo esa reacción que hizo su cuerpo. Pero permaneció allí, dejándose acariciar como hacia tiempo que no se permitía. Soltó todo el aire de golpe y abrió los ojos lentamente, dejando ver a Alba, que no perdía detalle de sus rasgos, un poco de miedo en ellos.

-Eres guapísima, madre mía. – Dijo Alba más alto de lo que deseaba, sacando a Natalia de aquella extraña sensación. - ¿Quieres una infusión, tú?

Sin decir nada más, Natalia se levantó de su lado y buscó a su alrededor por un bolígrafo que encontró sobre el escritorio. Bajo la atenta mirada de Alba que no entendía lo que estaba haciendo, volvió a sentarse a su lado y miró divertida a la rubia.

-A ver... - Cogió su mano y la estiró sobre su pierna. – Voy a escribirte aquí una cosa, para que no se te olvide. – Destapó el bolígrafo y empezó a escribir en ella. – Bueno, creo que ya está.

Alba no paraba de reír al descubrir lo que estaba haciendo y se dejó hacer. Cuando Natalia terminó su trabajo, no podía dejar de mirarlo sin reír. Le había quedado la letra demasiado preciosa para haberlo hecho a coña y la cara de orgullo de la morena le hacía aquello más divertido.

-Natalia Lacunza. – Leyó despacio.

-Para que no te olvides mi nombre, Alba Reche.

-Bueno, vivo contigo, más que sea el Natalia me tendré que acordar de oírselo a María. – Soltó para romper la tensión que se había acumulado en su cuerpo y Natalia soltó una carcajada. - ¿He dicho alguna mentira?

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