1. Fani

300 50 181
                                    

Mi historia comienza con un despertador que me taladró el oído con tanta fuerza que casi se me sale el corazón por la boca. Pero no era malo, ya que despertarme significaba que empezaba el día y yo de verdad amaba mi vida como el yonqui ama sus drogas.

Para empezar, vivo en el mejor país del mundo: los Estados Unidos de América, en una pequeña ciudad costera llamada New Eden. Es bastante genial vivir aquí, pues no es tan grande como para resultar agobiante, ni tan pequeña como para ser aburrida. Además, tenemos playa y vivir en un sitio con playa es de lo mejor que te puede pasar en la vida.

Me quité mi pijama de conejitos y me metí en la ducha: me gusta mucho bastante mi cuerpo, puede que sea algo bajita pero tengo, por decirlo rápido y vulgar, un buen par de tetas.

Al salir de la ducha me miré al espejo: unos grandes y expresivos ojos oscuros me devolvieron la mirada. Me peiné mi espesa y larga caballera negra como la noche más oscura y mi piel pálida como la de los vampiros lucía tersa, como solo puede lucir a los diecisiete años.

Sonreí diciéndome: ¡soy encantadora! Me puse unas braguitas de color rosa y una falda de cuadros rojos y verdes, por encima un sujetador y lo completé con un top de la marca Von Grimm. Es una compañía de nuestra ciudad, y últimamente estaba en boca de todos.

Bajé a desayunar y mis padres ya estaban en la cocina: mi padre tenía la mirada pensativa mientras sorbía distraídamente su café.

Él es el reputado Dr. Miller, oncólogo del prestigioso "Hospital George Marshall". Mi madre, redactora jefe del "The New Eden Times" el periódico de mayor tirada del condado, estaba de pie con el teléfono en la mano y decía casi a voz de grito:

—John, me da igual lo que diga ahora Eric Ladd... ¡Me dijo que iba a dar una entrevista hoy y me la dará! Puede que sea el candidato con más probabilidades de ser alcalde, pero a mí nadie me pisa, a mí nadie me trata como un felpudo. ¿Me entiendes? ¡Lo quiera o no, la entrevista será hoy sí o sí! —decía mamá y yo me sentí orgullosa porque ella no se acobardaba ante nada ni nadie.

Me acerqué a mi padre y me senté a su lado mientras me servía un maravilloso donut de chocolate. Estoy tan estupenda que me lo puedo permitir. A mí las calorías no me importan ni un poco ni nada.

—Hoy no voy a poder venir a dormir a casa, Fani, tengo que operar a un paciente con cáncer cerebral —dijo papá tristemente después de darme un abrazo.

Me llamo Estefanía pero todos, amigos y familiares, me llaman Fani. Y la verdad, es un nombre que me encanta.

Siempre que tenía una operación importante, mi padre se ponía triste y melancólico: supongo que temía perder al paciente, porque es una persona muy sensible.

—¿Perdona? —dijo mamá agresivamente colgando el teléfono —. ¿Cómo que tienes que operar a un paciente hoy? ¡Hoy es el día que tengo que hacerle la dichosa entrevista personal a ese imbécil de Ladd!
 
Papá se llevó las manos a la cabeza, sabiendo que no podía desatender su trabajo y yo me quedé con una sonrisa en la cara: seguro que me dejaban sola en casa y eso significaba que iba a poder dar una fiesta por todo lo alto. Sin perder ni un segundo, mandé un mensaje al grupo de WhatsApp que tenía con mis amigas. Iba a ser una noche fantástica. Hasta que oí a mi madre.

—No, querido. No podemos dejar a Fani sola, puede que haya violadores y asesinos sueltos que estén buscando una casa que atracar dónde solo haya una persona —dijo mamá firmemente.

Entonces la odié un poco, porque esa era una excusa bastante pobre: vivíamos en la calle Bandoleros y a pesar del nombre, era un lugar tranquilo dónde nunca pasaba nada de nada. ¿Violadores y asesinos? Seguramente lo que no querían era dejarme sola porque la última vez le había prendido fuego a la cocina y parte del comedor...  pero eso fue una minucia sin importancia.

—Mamá, que ya soy mayorcita —le dije, inflando los mofletes, pero ella me miró y negó con la cabeza rotundamente.

—No, no, no. No que es peligroso —dijo furiosamente —. Peligroso para la coci... ¡Para ti!

Papá dio un largo suspiro y dijo:

—Pues entonces, lo mejor será que llamemos a un niñero, para que la cuide.

—¿Un niñero? ¡Pero si tengo diecisiete años! ¡Ya soy mayor! —Esa idea me pareció terriblemente mala y ya me estaban fastidiando mi idea de tener una súper fiesta en mi casa.

Pero ellos no me hicieron ningún caso y la cosa quedó así de horrible: iba a tener un niñero. Yo, que no me faltaba nada para convertirme en una mujer hecha y derecha.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora