9. Diablesa del Amor

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—¿Y qué se supone qué es eso? —pregunté yo, con el ceño fruncido.

Marcus exhibió una sonrisa que me puso mala de los nervios y me daba en la nariz que se estaba, de nuevo, metiendo conmigo.

Y eso me cabreó un poco, me levanté de un salto de la cama y me puse en frente de él. Apoyé un dedo en su pecho para demostrar determinación. ¡Lo tenía duro como una piedra! A pesar de ser un borde, él era bastante atractivo.

—¿Qué me estás llamando, eh? —le dije, con el mentón bien alto.

Con un movimiento de su mano, apartó mi dedo que ya era una mano bien apoyada en sus pectorales.

—Una súcubo. Es una diablesa, una que... —Antes de que tuviera tiempo de continuar, yo ya estaba con la mandíbula descolgada.

—¡¿Qué yo soy qué?! ¡Ni hablar! ¿Pero de qué estás hablando, eh? Mírame... ¿Tengo pintas de demonio o qué? No tengo cuernos, ni la piel roja... ¡Ni siquiera un rabo! —exclamé y giré el cuello para mirarme el culo: estaba como siempre, sin cola ni nada raro saliendo de él —. Mira, que me creo que tú seas un vampiro, pero yo no soy ni diabla ni nada del estilo, ¿entiendes?

—¿Podrías dejar que acabe de explicarme, niñata? —preguntó él y sacó de un bolsillo de los vaqueros algo envuelto en un paño, lo desenfundó en frente mío y descubrí que se trataba de un espejo —. Este es el Espejo de Ra. En él, se refleja siempre la verdad.

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunté haciendo un mohín con los labios.

—Mírate al espejo... —dijo él y obedecí.

—¡KATACLANG! —grité llevada por la enorme sorpresa que me llevé, pues en el reflejo estaba yo, pero una yo completamente cambiada. ¡Tenía la piel roja, los ojos violetas y unos pequeños cuernos me nacían de la frente! Aquella era la prueba que necesitaba para saber que era cierto: era una diablesa.

—Qué... ¿Qué? Pero... mis padres... Mis padres son humanos, ¿no? —murmuré y me senté en la cama, el mundo daba vueltas y yo estaba muy, pero que muy confusa.

—¡Tus padres! —bufó Marcus—. Ellos no son tus verdaderos padres, niñata. Y antes de qué preguntes: no tengo ni idea de que quiénes son los verdaderos. Ni tampoco es que me importe —me dijo y yo me puse una mano en la frente.

¿Puede que todo aquello fuera un sueño? ¿Una pesadilla? ¿Una alucinación provocada por alguna droga que me habían deslizado en la bebida? Me pellizqué el brazo con fuerza y dolió: todo era verdad. ¡Para mi desgracia! Yo lo único que quería era un vida normal, pero parecía que la normalidad no quería tener nada conmigo.

—Una diablesa... ¿Y qué es eso qué dijiste antes? ¿Lo del culo? —le pregunté y él frunció el ceño, antes de comprender y lanzar un largo suspiro.

—No, no dije culo... Dije súcubo... Es tu raza, niñata. Eres una diablesa que... bueno... —Una sonrisa larga y burlona apareció en su rostro —. Una que se especializa en la seducción. Ya sabes... sensualidad, amor, pasión... Sexo.

Me levanté de un salto de la cama y lo miré. ¡Yo qué no esperaba más sorpresas y me acababan de mandar un derechazo! Mi corazón latía con tanta fuerza que temía que me fuera a dar un ataque al corazón.

—¡¿Qué soy una qué de qué?!

—Lo qué has escuchado: una diablesa del amor. Esa es tu verdadera naturaleza, niñata. Hasta ahora tu sangre de demonio permanecía dormida, pero... no sé bien por qué, tu sangre ha despertado y eso significa que para sobrevivir... En fin, ¿qué crees que necesita una súcubo para permanecer con vida? —preguntó él y dio un paso adelante, con una sonrisa en la cara.

—Oh, lo entiendo perfectamente... —dije lanzando un suspiro y me quité la camiseta que llevaba dejando a la vista el sujetador.

Me dispuse a desabrocharme el sujetador, pero Marcus había dado unos pasos atrás y la sonrisa se le había borrado de la cara.

—¿Pero... qué haces, niñata? —me preguntó y yo me quedé bastante sorprendida.

—Desnudarme, hombre... ¿Cómo vamos a tener sexo, sino?

—¡Por Dios, qué no me refería exactamente a eso! ¿Y de verdad pretendías acostarte conmigo aquí y ahora, así como si nada? —exclamó, casi gritando y con cierto color rojo en sus mejillas pálidas de vampiro.

—¿Así como si nada...? —Entonces como que me di cuenta de lo que había pretendido hacer segundos antes.

Y, bueno, me puse más roja que un tomate y me apresuré a vestirme. ¡Así no era cómo yo era! ¿En qué estaba pensando? Yo no me consideraba como una tía que se acostaba con el primer hombre que se le ponía delante y mucho menos siendo esta mi primera vez.

Sentía una vergüenza tremenda, pero aun así me sentía bastante caliente, con unas ganas de besar a Marcus que me moría, con ganas de volver a sentir bajo mi mano sus músculos marcados. Me mordí el labio inferior e intenté pensar en cosas frías: un oso polar, pingüinos en el hielo, una piscina donde Marcus nadaba vestido con un bañador que marcaba bien su... ¡No, eso no servía para calmarme!

—Niñata, eso es tu sangre de súcubo. Esos impulsos que sientes... esa necesidad...Pero no te preocupes, porque todo eso que sientes puede ser utilizado para el bien —dijo Marcus.

—Ya, sí... ¿Cómo voy a poder utilizar para hacer el bien eso de estar cachonda? —le dije, con los brazos cruzados.

—Mañana te lo contaré. Hoy simplemente descansa —me dijo él y se marchó.

El resto del día permanecí en la habitación, ordenando mis cosas e intentando ordenar mi mente. Cuando fui a cenar, no vi ni a Marcus ni tampoco a su madre Verónica. Pero estaba Steven Gates, el agradable mayordomo y chófer de la familia, que me preparó una cena riquísima: risotto de setas variadas.

Después de la suculenta comida, regresé al que ahora era mi cuarto, a ver la televisión e intentar dejar de pensar en todas las cosas raras que me habían pasado ese día.

Pero para raro, raro lo que me iba a suceder el día siguiente en el instituto...

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora