38. Necesitamos más

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Cuando volvimos a la mansión de Eric Ladd vimos a Carol fuera, en la acera y estaba como súper agotada, al vernos se levantó del suelo:

—¡He derribado la barrera a puñetazos!, pero hay un nuevo problema... —dijo ella.

—¿Qué problema? —pregunté.

Pero no me contestó, sino que se derrumbó en el suelo sin fuerzas. Al entrar en el jardín, descubrimos de que se trataba: había un montón de sectarios, pero eso no era todo. Eran sectarios y algunos estaban Amargados, porque tenían la nube de humo negra sobre la cabeza. Así, era imposible hacer nada.

—Mierda... —dije yo, sin saber qué hacer, después de todo lo que habíamos pasado... todo para nada. Iba a morir, iba a morir y no había nada que pudiera hacer.

—No te preocupes, niñata... Nosotros nos encargaremos de ellos —dijo Marcus, que no había soltado la mano de Kevin ni un segundo.

—¿De qué estás hablando? —pregunté yo.

—De que distraeremos a los sectarios y tú y Emma entráis para que puedas encargarte de tu amiga —dijo él. Su tono, aún sin perder seriedad, era distinto.

—¿De verdad...? —pregunté yo, mirando a Kevin.

—¡Claro que sí! ¿Para qué están los amigos? —dijo él.

—¡Muchas gracias, chicos! Espero... ¡Espero que no os conviertan en personas grises! —dije yo y Marcus me lanzó una risa.

—¿Así que en el fondo te preocupas por mí? —me dijo Marcus.

—¡Pues claro que sí, imbécil! ¿No somos amigos?

Eso lo pilló por sorpresa y no supo que contestarme, entonces gruñó algo que no entendí y se pusieron en frente de la puerta llamando la atención de los sectarios.

Durante unos momentos, me imaginé que no iba a funcionar, pero pronto todos comenzaron a hacerles caso. Entonces Kevin y Marcus empezaron a  correr calle arriba y todos los sectarios los persiguieron. No perdimos el tiempo y entramos en la casa: estaba vacía, pero entonces me encontré con otro problema.

—¿A dónde vamos ahora, Emma? —pregunté —. Es que no sé dónde estará Mel...

Ella me miró, con la boca ligeramente abierta y me dijo:

—¿No lo notas? ¿La magia? — Yo negué con la cabeza —. Oh, bueno... yo sí... vamos entonces... —dijo ella y me cogió de la mano.

Llegamos hasta la puerta de una habitación, durante unos breves momentos permanecimos en frente de ella, cogidas de la mano, sin decir ni una palabra. Aquel era el momento final, el momento definitivo... Morir o vivir, victoria o derrota... todo se solucionaría detrás de esa puerta.

—¿Vamos? —le pregunté muy bajito y ella me devolvió una sonrisa que me derritió por dentro.

—Vamos.

Abrimos la puerta y nos encontramos con Mel y Cass enfrente de un portal, abierto en una pared. Al otro lado, se veía un bosque de un verdor esplendoroso y un sol brillaba en un cielo azul turquesa. ¿Aquel era el mundo al que ella quería ir? Bonito, la verdad. Pero el precio a pagar no era precisamente pequeño.

—Mel... no hagas esta locura... —dije y entonces Cass me apuntó con la pistola que me habían dado los descerebrados de mis padres... —. ¡Joder, Cass! ¡No hagas una locura!

—¿Por qué no puedes entender a Mel? —preguntó ella, con lágrimas en los ojos.

—¡Sí que la entiendo, pero con lo que va a hacer se va a cargar toda la ciudad! —le dije.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora