8. Lo que somos

146 26 223
                                    

—Bienvenida a la familia, Fani —me dijo esa despampanante mujer que no había tenido ningún problema en darme un beso en toda la boca.

Yo no tenía ni idea de qué decir en aquella situación, solo puede quedarme más roja que un tomate y abrir la boca con la esperanza de que de ella saliera algo inteligente.

—El otro día le lamí un pezón a un chico —dije antes de darme cuenta de cómo mi boca y mi lengua me la jugaban de muy, muy mala manera.

—Oh, ¿de verdad? —preguntó Verónica sonriente.

Por suerte, Marcus me cogió de la muñeca y con brusquedad me alejó de aquella vergonzosa situación. Sin decir ni una palabra, me llevó escaleras arriba y después hasta la puerta una habitación. Se quedó en frente de ella y me miró fríamente con los brazos cruzados.

—Esa es tu habitación.

—¿Mi... qué? —murmuré yo, que aún sentía en la boca los labios de aquella mujer voluptuosa.

Él bufó y me dijo:

—¿Estás tonta o qué? Tu habitación... Ya sabes, el lugar dónde tienes la cama donde duermes, los armarios donde guardas la ropa. ¿Eres capaz de entenderme o se te fundió la única neurona que te quedaba?

—¡Claro que soy capaz, so imbécil! Solo es que... ¿Cuál es el problema con tu madre, eh? ¡Me besó! ¡En los labios! ¿Te lo puedes creer? —pregunté casi a voz de grito.

—¡¿Cómo no me lo voy a creer si estaba justo delante?! Mira, no le des importancia. Ella es como es y... no se puede hacer nada. Ya me gustaría a mí hacer algo... —murmuró al final, apartando la mirada de mí.

Yo puse morritos.

—Es que no quiero que me vayan sobando sin mi consentimiento.

Marcus lanzó un gruñido y abrió la puerta de la habitación. Al entrar, descubrí que era como estar en la de mi casa. Solo que bastante más grande, pero todas mis cosas estaban allí: mi escritorio, mis armarios, mi cama, mi televisión y sobre ella mi colección de unicornios de peluche... ¡Todo! Lancé un suspiro, eso me ponía un poco triste porque me hacía recordar a mis padres. Me senté en la cama, con el ánimo un poco por los suelos.

—¿Algo está mal? —preguntó Marcus y yo negué con la cabeza.

—Qué va... Solo es que... No sé. Supongo que me tengo que acostumbrar a mi nueva vida. ¡Todo es tan raro! —le dije yo.

Una sonrisa burlona apareció en su rostro.

—Pues se va a volver incluso más raro. Eso te lo puedo prometer.

—¿Más raro aún? Sí, hombre... —le dije mientras me tumbaba en la cama —. ¿Cómo puede ser posible que todo esto sea más raro de lo que ya es?

—Pues para empezar, yo soy un vampiro —me dijo con toda la tranquilidad del mundo, como si dijera: me gusta cocinar comida mexicana o bailar el merengue o tocar la guitarra o dibujar desnudos.

Mi reacción al principio fue asentir con la cabeza, eso lo confundió un poco. Entonces, como cinco segundos después de un profundo silencio, me di cuenta de lo que acababa de decirme. Me levanté de la cama y lo miré con la boca abierta.

—¡¿Un vampiro tú?! ¡Pero qué vampiro ni qué niño muerto! ...

—Sí que lo soy. Mira, mira... —dijo mientras se acercaba a mí y abría la boca: entonces vi como los colmillos se le agrandaban.

Me quedé súper asombrada y lo primero que pensé es que me estaba gastando una broma de las grandes. Pero después me dije: ¿por qué no? Molaría un mundo dónde los vampiros existieran, pero había un pequeño problema...

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora