31. Uno más

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¿Un revólver? ¡De todas las cosas geniales que me podían dar, me daban una simple arma de fuego! La sentía pesada en mi mano y me daba un poco de asco...  yo quería algo que fuera un poco más especial.

—¿De verdad? —les pregunté a mis padres, intentando imprimir en mi voz la mayor frialdad posible.

—¿Oh? ¿Acaso qué es lo que querías? —me preguntó mamá, con un gesto de sorpresa fingida en la cara.

—¿Querías un arma mágica o algo por el estilo? —dijo papá, con una sonrisa en la cara.

—¡Eso molaría un montón!

—No necesitas un arma mágica... —dijo mamá y yo no podía estar más en desacuerdo.

—Mira, una pistola es bastante parecida a un arma mágica. Que solo tienes que apretar el gatillo y ya puedes reventar cabezas y todo —dijo papá, ensanchando aquella sonrisa siniestra, mientras su cola bailaba ondeante alrededor del cuerpo semidesnudo de mi madre.

Era cierto: una bala me había matado. Una pequeña y simple bala. Pero me seguía dando mal rollo tener en la mano una pistola. Precisamente porque una bala me había matado. Yo quería derrotar al Líder ese, acabar con el rollo de la Amargura y que las personas de New Eden fueran felices, pero matarlo... eso era otro cantar. Seguía sintiendo el peso del frío y duro metal y no quería tener eso en la mano, ¿de verdad era la única opción? Como si mamá me hubiera leído el pensamiento, dijo:

—Es la única opción, hija. Lo único que tienes que hacer es acercarte al Líder y dispararle. Sé que es un poco duro pedirle a tu hija adolescente que mate a alguien, pero... tú no eres una chica normal —dijo ella, con una sonrisa en la boca.

Cierto, no era normal: mi madre una ángel y mi padre un demonio. ¿El resultado? Que yo era una súcubo... ¡No había nada menos normal que eso! En esos momentos, yo estaba como un poco enfadada con ellos dos. Es decir, ¿por qué no podían ser humanos normales y corrientes? Si lo fueran, no me habría metido yo en aquel lío de mil pares de narices...

—¡Está bien! Haré como decís... —dije, aunque si había otra posibilidad que no fuera la de matar a alguien a balazos, la cogería con todo gusto —. Muchas gracias por vuestra ayuda... —les dije, un poco irónica porque a decir verdad de mucha ayudan no fueron, ese par.

—¡De nada! —dijo mamá, a la que el sarcasmo le entraba por una oreja y le salía por la otra.

—Sabemos que vencerás, mi amor. Es imposible que mi hija fracase —dijo papá, pero yo no me sentía nada segura.

Arrastré los pies hasta al ascensor y comenzó a subir hasta la pista de baile. Lo que más deseaba era que aquella noche terminase de una vez. Aunque no sin antes haber solucionado el problema. Era demasiado joven, aún no quería morir.

Antes de salir del ascensor me guardé el revólver en el bolso. Tampoco era plan de ir por ahí meneando la pistola delante de las narices de todos, que me podían meter en la cárcel.

Salí rápido del local, haciéndole un gesto con la cabeza a Marcus y a Emma que esperaban cerca del ascensor. Ellos dos salieron detrás de mí y la verdad es que fue un alivio sentir el frío de la noche y alejar los oídos de la música. Una vez fuera, respiré hondo. ¿De verdad tendría que dispararle al tío ese?

Emma me agarró de la mano y abrí los ojos. Le sonreí sin convicción y ella me miró con calidez.

Les conté lo de la pistola, que era la única ayuda que íbamos a conseguir de los "dueños del local". Claramente no les conté que eran mis padres: eso solo serviría para complicar las cosas y no era información importante, por lo menos, no para ellos dos. Y por una vez mi filtro cerebro-boca no se estropeó.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora