12. El nuevo compañero de clase

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Después de la escena del pasillo, me fui directa a clase y me senté atrás del todo junto a la ventana. Era el lugar que más me gustaba de siempre, porqué podía mirar al exterior cuando la lección de la profesora se ponía demasiado coñazo. Y tengo que confesar que eso era algo que sucedía demasiado a menudo.

A mi lado no se sentaba nadie: era el sitio de mi tercera mejor amiga: Jennifer Bundy, pero ella casi nunca venía a clase y tampoco es que lo necesitara: aparecía siempre en los exámenes súper puntual y los hacía perfectos. Ella era una matona, pero no una de esas matonas malas que se meten con la gente débil sino al revés: le encantaba pelear contra estudiantes que consideraba más fuerte y siempre se iba buscando problemas con la peña de otros institutos.

Cuando estuvimos todos sentados, llegó la profesora -que se llamaba Amanda- y era un desastre, la verdad. Parecía que estaba siempre de resaca y tenía tanta vida como una rata atropellada en mitad de la carretera. Siempre iba con unas gafas de sol y con un cigarro colgado en la boca y como estábamos dentro del instituto lo tenía apagado, aunque algunas veces no tenía ningún reparo en fumar delante de nosotros.

Amanda se puso delante del encerado y dijo con una voz apagada:

—Chicos... Hoy ha llegado un... alumno nuevo. Se llama... vale, no me acuerdo... ya lo dirá él. ¿A qué estás esperando? ¡Entra y saluda... no te quedes ahí!

¿Y quién iba a entrar sino? Marcus Fletcher... ¡Lo qué me faltaba! Ya tenía que aguantarlo en el castillo, que ahora también tendría que verlo todos los días en el instituto.

Marcus caminó hasta ponerse al lado de la profesora, parecía muy tenso como si no estuviera demasiado cómodo enfrente de toda la clase.

—Estúpido vampiro... —murmuré entre dientes.

Mel, que se sentaba en la fila de al lado junto a Cass, me miró con el ceño fruncido y me dijo:

—¿Qué murmuras ahí?

—Nada... —le contesté, de mala gana.

Mel me miró a mí, luego a Marcus y después me volvió a mirar a mí.

—Hummm... ¿Habrá alguna noticia excitante aquí? —se preguntó y yo me estremecí: no podía permitir que ella se enterase de que Marcus era mi padre adoptivo ¡Lo publicaría en su periódico y luego todo el mundo se reiría de mí!

—Vamos, chaval... preséntate y eso... —dijo Amanda e intentaba encender su cigarro, pero el mechero no tenía ya nada de vida.

—Yo... yo... yo... me... llamo... llamo... Farcus Mletcher... Soy... uh... de aquí... New Eden... y me gusta... no sé... las cosas que... uh... hacen los jóvenes... Eso —dijo y yo no sabía si sentir pena o vergüenza ajena porque, además de hablar como si tuviera problemas mentales, el pobre temblaba como un cachorro con miedo por los fuegos artificiales. Mel me miraba con tanta intensidad que casi era como si sus ojos fueran capaces de lanzar rayos láseres.

—Oye, Fani. Es guapo, ¿verdad? —me preguntó con media sonrisa —. ¿No se parece un poco a Robert Pattinson?

Lancé una carcajada y le dije:

—¡Más bien dirás Robert Parkinson! —le contesté, porque el vampiro temblaba un montón y daba pena verlo.

Lo que quería ser un susurro, fue más parecido a un grito y, cómo no, fue escuchado por toda la clase. La profesora no pudo contener una risa, aunque en seguida se la tapó con la mano espachurrando el cigarro que llevaba. Pobre. Pero lo peor de todo fue la mirada que me lanzó Marcus: era de una frialdad tal que hasta quemaba. Me estremecí.

—He cometido un gran error... —dije.

Entonces Marcus, con toda la calma del mundo, dijo:

—Si vamos a ser compañeros de clase, hay una cosa que debéis saber de mí.

—Bastardo... —dije entre dientes, viéndolo venir...

—Tengo una hija. Una hija adoptada —dijo Marcus, con una sonrisa en la cara mientras me miraba con tanta burla que me dieron unas ganas tremendas de darle una bofetada. O dos.

—Espera... ¿Qué? —preguntó la profesora —. ¿Pero tu... cuántos años tienes...?

—Está todo en regla, aquí están los papeles de la adopción —dijo Marcus y se sacó del bolsillo unos papeles arrugados, se los pasó a la profesora que se colocó unas gafas para estudiarlos mejor.

—Parece todo correcto... —decía ella y entonces se quedó parada al leer un nombre, un nombre que conocía perfectamente: mi nombre, claro—. Esto... Tienes que estar bromeando...

—No, no estoy bromeando. Estefanía Miller es mi hija adoptiva —dijo Marcus y se acercó a mí y en la clase estalló el caos: todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, incrédulos por el hecho de que "mi padre" fuera aquel chico que era de nuestra misma edad. Más que una clase, aquello parecía un gallinero.

—¡Oh, madre mía! ¡Esto es como en wattpad! —dijo una chica de gafas que se sentaba en frente mío y que todo el mundo llamaba Rayita.

Marcus se acercó a mí, con esa sonrisa de estúpido imbécil en la cara, y tuvo los huevos de darme unas palmaditas en la cabeza. ¡Menudo imbécil cabrón colgado!

—¿Por qué? —le pregunté y él, con toda la cara del mundo, se sentó a mi lado.

—Me llamaste Robert Pattinson... No me gusta, no soporto a ese actor.

—¡Te llamé Robert Parkinson! —grité, fuera de mí.

—Oh, ¿lo dijiste por qué estaba temblando? Esto tiene gracia...

—Ese es el sitio de Jenny... —le dije y se encogió de hombros —. Si te ve en su asiento te va pegar de lo lindo.

—Ya, mira tú que miedo me da que me pegue una... mujer —comentó, con cierto tono de desprecio.

Yo sonreí: estaba claro que era idiota redomado; ya dije antes que Jenny no era una chica sin más, era un poco bastante matona y si le tocabas mucho los ovarios no dudaba nada en darte una lección de las buenas. Una lección con los puños. Pero allá él...

—¿Y mi coche qué? —dije cambiando de tema.

—Está perfecto —me dijo con desgana.

—Perfecto... —comenté incrédula y miré por la ventana.

Tuve una perfecta visión de mi coche aún estrellado contra el puesto de comida rápida y a una bonita grúa a punto de llevárselo, todo siendo observado por unos policías.

Lancé un suspiro largo y lleno de tristeza: la verdad es que ya me había esperado algo semejante. A la mierda Trotes...

—¡¡¡Amor prohibido, adopción ilegal, amor incestuoso!!! ¡¡¡Ya lo tengo!!! —gritó enfervorizada Mel. Se había levantado de un salto, súper excitada, y con los ojos brillantes.

—Mel, joder... que estoy dando clases... —dijo Amanda, con la tiza en la mano.

—¡Las clases son para los perdedores! ¡Necesito ir a la redacción! ¡Ya tengo la primera página pensada! ¡Vamos, Cass! —gritó ella dirigiéndose a la dulce e inocente Cass.

—¡Eeeehhhh! ¿Qué...? ¿Qué me dices...? Estoy... estoy cogiendo apuntes...

—¡Abajo los apuntes! —gritó Mel cogiéndole los papeles de la mesa de Cass y rompiéndolos —. ¡Vamos a escribir la noticia del siglo! —aulló y le agarró de la muñeca, llevándola fuera de la clase, pese a que Cass intentaba resistirse. Pero solo un poco porque en realidad le gustaba seguir a Mel.

—Chicas... no os vayáis sin... —dijo la profesora, pero fue inútil: Mel y Cass ya había desparecido —. Vale... Haremos como si nada de lo que acaba de pasar, hubiera pasado... ¿Entendido? No quiero ir a ver a la directora... Está de mal humor... —Y después de eso continúo dando la clase como si nada.

—Oye, ¿la chica rubia enana esa que se acaba de marchar es tu amiga? —me preguntó Marcus.

—No la llames enana, es bajita... y sí, ¿por qué?

—¿Te has fijado en la nube de oscuridad que llevaba sobre la cabeza? —me comentó sin mirarme y yo me quedé con la boca abierta y también un poco contenta: ¡Si Marcus también lo había visto, eso quería decir que yo no estaba loca!

—¿Qué sabes tú sobre eso?

—Sé algo y es importante, así que escúchame con atención, niñata.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora