2. New Eden Instituto

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Después de desayunar y enfadada por la historia esta del niñero, salí de casa casi sin despedirme de mis padres. Me senté en mi Von Grimm NZ- 13, un coche descapotable rosa y biplaza que ruge por la carretera como una manada de caballos desbocados.

Me gustaba conducir porque me hacía sentir libre, pero era una sensación que terminaba nada más llegar al instituto. ¡Cómo me gustaría poder coger la carretera e irme a cualquier sitio!

Pero eso no era posible, tenía que seguir yendo al instituto sí o también. Además, allí era dónde se encontraban todas mis amigas y una vida sin amistadas es como un caracol sin la concha.

El edificio del New Eden Instituto es el clásico que te puedes encontrar en cualquier película americana: un edificio alargado, de ladrillo rojo y con un gran jardín delante de las amplias puertas de entrada. Y a unos cuantos metros de distancia una planicie asfaltada, rodeada de setos bajos, haciendo de parking.

Nada más aparcar el coche, mis dos mejores amigas se acercaron a mí. Eran Melanie Manson y Cassandra Gacy. Nada más verlas supe que estaban entusiasmadas porque yo, que soy un poco bocazas, ya les había contado lo de hacer una fiesta en mi casa pero no me había acordado de anularlo.

—¿Entonces hoy va a haber fiesta en tu casa, no? Qué tu padre opera y tu madre entrevista a Ladd —me dijo Cassandra emocionada y yo negué con la cabeza tristemente.

—¡No, qué va! que no me dejan sola. Voy a... —Estuve a punto de decir que me iban a poner un niñero, pero de ser así mi popularidad se iba a ir a pique. Así que tenía que improvisar algo utilizando mi labia —. La verdad es que... mis padres como que... no confían mucho en mí... y me pusieron... un niñero... —Vete a la mierda, Fani. Tú y labia...

Ellas dos se miraron, primero con cara de si les estaba contando una broma y después rompieron a reír.

—¡Fani, que tienes diecisiete años! ¿No me digas que aún te cambian los pañales? —preguntó con sorna Cassandra

—¡Hi, hi, hi! —se reía Melanie con su habitual risa de ratoncita sabionda —. ¡Perdona que me ría, pero es que es súper gracioso!

—¡Joder, sois unas zorras! —grité y me fui arrastrando los pies, hacia la entrada. Mientras, mis dos mejores amigas seguían partiéndose la caja, plantadas en el césped como dos margaritas.

De pronto veo como un balón de fútbol americano viene hacia mí y no soy capaz de esquivarlo, me da en toda la cara y me caigo al suelo. Escuché muchas risas a mi alrededor y sentí una vergüenza tremenda: ¿por qué este tipo de cosas me pasan a mí? Es que a veces es como si la mala suerte se pasease a mi lado, porque me suceden cosas que no es que sean coincidencias, es mala suerte.

—Oh, ¡perdona! Estefanía... —me dijo una voz sexy y vi como se acercaba a mí Kevin McAllister, el hijo buenorro del Sheriff de la ciudad. Sin la camisa puesta, se le marcaban todos los músculos del torso como si no tuviera dentro ni una mínima gota de grasa. Era tan sexy que me puse roja de inmediato y me dieron ganas de abrazarlo y besarlo —. ¿Estás bien? ¿Te hiciste mucho daño? Es que estaba entrenando para el partido de la próxima semana y es muy importante para mí, ya que si lo hago bien quizás me cojan en Los Lobos de New Eden.

Eso no explicaba porque me había dado en toda la cara, pero me cogió de la mano para levantarme y al ponerme de pie me tropecé de nuevo con el dichoso balón y me caí en sus brazos.

Mi cara se quedó pegada justo a sus fuertes pectorales y no pude evitar que mi lengua saliera de mi boca y le lamiese un pezón sin querer. Sabía al salado de su sudor y tengo que decir que eso me excitó mucho. Él no se dio cuenta o no se quiso dar cuenta y se separó de mí sonriendo con unos dientes que parecían perlas brillantes y blancas.

—Escuché que hoy te quedabas sola. Que tu padre iba a hacer una operación y tu madre iba a entrevistar a Eric Ladd. Es genial, espero que sea el próximo alcalde de New Eden. ¡Él si que no tiene miedo de decir lo que piensa! ¿No te encantó cuando en ese mitin se sacó el revolver y comenzó a disparar al cielo diciendo que el control de armas era anti-americano? Oye, tendrías que conseguirme un autógrafo de él. Entonces, ¿no te importa que me pase luego por tu casa? —me preguntó y me guiñó un ojo.

¿Que se fuera a pasar por mi casa? ¿Él? ¿En mi cama? ¡¿DESNUDO?! Las ideas se me quedaron en la cabeza y ya me imaginaba yo con él en la cama besándonos y menos mal que el balón que me dio en la cabeza me había dejado la cara roja, porque si no, se habría dado cuenta de lo mucho que me ponía aquella idea.

—¿Quieres dejar en paz a mi amorcito, mugrienta Miller?—me preguntó una voz estridente: era Carol Hilton, una zorra de cuidado, rubia y con los ojos azules que se creía la mejor porque era la jefa de animadoras del instituto, así como una verdadera virtuosa del violín —. ¿Por qué no pasas de ella, Kevin McAllister? Hoy también voy a estar sola en casa, si quieres puedes pasarte luego y tener sexo conmigo —lo dijo así, por la cara, sin ninguna vergüenza.

Pero Kevin negó con la cabeza y dijo:

—No, Carol. Me he enterado de cosas sobre ti... Cosas de las que creo que no quieres que hable, ¿no? —dijo Kevin amenazadoramente mientras Carol se puso más blanca que la leche y lanzó un mugido dándose la vuelta para largarse con sus amigas.

Yo no tenía ni idea de que era ese secreto del que hablaba, pero no me importó porque me eso significaba que Kevin ya no estaba con ella y quería estar conmigo y hacer el amor conmigo y yo tenía diecisiete y era virgen. Lo máximo que había hecho era darme cuatro besos y hacer que me sobaran un poco las tetas.

—¿Entonces qué me dices, caramelo? ¿Te apetece quedar esta noche? Puedo llevar unas latas de cerveza y también algo de maría.

—Jo, macho. Es que me molaría mucho, pero es que... —Me daba un poco de vergüenza decirlo, pero tenía que hacerlo porque una relación entre semejantes tenía que basarse en una mutua confianza —. Mis padres me han impuesto un niñero para esta noche...

Él sonrió, pero no con burla como aquellas dos que se hacían llamar mis amigas y que debían seguir tronchándose en el césped, porque ni siquiera habían venido a ver cómo me encontraba tras el balonazo. Era una sonrisa con ternura o algo así. Entonces él me dijo:

—¿Y qué importa que tengas niñero? Yo voy allí y si se pone chulo, pues le parto la cara. Y si quiere chivarse le decimos que te intentó agredir sexualmente y entonces el que va a tener problemas va a ser el puto idiota ese. Oye, que tu padre sea el Sheriff de New Eden a veces sirve para algo. ¿A quién crees que creería?

A mí me pareció una idea genial por dos razones: una, así aprendería el niñero ese a venirme a cuidarme cuando podía hacerlo perfectamente yo sola, porque era responsable y casi mayor de edad; bueno... sólo me quedaban tres años de nada. Y dos, aquella noche iba a ser especial: ¡por fin iba a tener sexo y además con el quarterback titular del instituto! Era la persona con la que todas las chicas del instituto querían tener sexo y por fin sería mío.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora