10. Una nube de pura negrura

114 26 170
                                    

Al día siguiente me desperté en aquella mansión, que parecía un castillo extraño. ¡Era cómo vivir en un sueño! Pero claro, hubiera preferido seguir viviendo en mi casa de antes, con mis padres. ¿Dónde estarían? Y recordé lo que dijo Marcus, que ellos no eran realmente mis padres...

Sacudí la cabeza: no era bueno pensar en eso; lo que había que hacer era sonreír e intentar disfrutar de la vida.

Me duché y me vestí con una camiseta de tirantes negra que dejaba a la vista mi ombligo precioso, una falda corta de bonitos corazones y unas botas. Después fui a la cocina a desayunar y me encontré con una señora. Era la cocinera y se presentó como Doris Night. Me hizo unos huevos revueltos con beicon y, al terminar, salí de la casa.

En la puerta me encontré con Marcus que me esperaba junto a mi fiel coche al que cariñosamente llamaba Trotes, como llamaría a mi caballo, si tuviera uno.

—Llevo media hora esperándote, niñata —dijo con aquel tono cansado de siempre.

—¿Y qué? Las clases no empiezan hasta dentro de otra media. ¿Qué haces tú aquí?

—Te voy a llevar a clase. No quiero que faltes y te líes con mala gente y acabes metida en la heroína —comentó con desgana.

—¿Pero tú quién te crees que soy, idiota? ¿Y vas a conducir mi coche? ¡Ni hablar, Trotes es como mis tetas, no las va tocando un cualquiera por ahí! —exclamé yo, indignada.

—¡Hahaha! ¡Entonces debe estar ya más que sobado el pobre!

Eso fue como si me diera una patada en el estómago y estuve tentada a gritar, pero mi cerebro me dijo:

"Señorita Fani, mi hermosa y preciosa dueña. Si permites que el señorito Fletcher saqué lo peor de ti, ¿en qué te convertirías? En una muchacha agresiva, que siempre va con el grito en la boca, en una amargada de campeonato, en una mujer urraca. ¿Eso es lo que queremos, señorita Fani? ¡No, claro que no! En ese caso mi recomendación es que luzcas una hermosa sonrisa en la cara y olvides ese desagradable comentario. Pero en el caso de que el señorito Fletcher continúe con ese desagradable comportamiento, lo mejor que podrías hacer es pegarle una patada en los testículos. ¿Me entiendes o me entiendes?"

Asentí con la cabeza y le lancé una sonrisa encantadora a Marcus. La risa se le murió en los labios y frunció el ceño.

—Deja de sonreír así, me da escalofríos.

—¿Me puedes dar las llaves, por favor? —le pregunté, con el tondo más dulce de mi repertorio.

—No. Yo soy el que conduce —dijo y vi que jugaba con mis llaves haciendo que saltasen arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo...

No perdí el momento y me lancé hacia las llaves, me lancé a toda velocidad, pero mis pies estaba medio dormidos y me tropecé con el suelo (ni siquiera había un escalón ni nada, solo suelo liso) y me golpeé contra Marcus.

Ambos caímos al suelo, yo encima de él y mi cara quedó muy, muy pero que muy cerca de la suya. Y al ver sus labios como que no me pudo contener y ahí me lancé de nuevo: le propiné un beso, uno de esos que quería ser morreo.

Pero para él fue como si una mofeta levantase la cola y le lanzase el spray ese fétido, porque me empujó, se levantó a toda prisa, cogió su sombrilla y se alejó de mí. Temblaba y me miraba de una manera que parecía que en vez de darle un inocente beso, le hubiera mordido la nariz.

—¡¿Pero se puede saber qué haces, niñata?! —preguntó, y por una vez, a mí no me afectó demasiado aquel rechazo: ¡Las llaves le habían caído en el suelo! ¡Había ganado la batalla! ¡Podía conducir mi coche! ¡Un punto para Fani! Las cogí triunfante y miré a Marcus con una sonrisa de oreja a oreja:

—¿Entonces qué, quieres acompañarme o qué?

El vampiro ese murmuró algo, no lo entendí bien, pero seguro que era algo así como: Niñata o una de sus tonterías de siempre. Durante todo el viaje, Marcus estuvo de morritos, mirando por la ventana las tranquilas calles de New Eden. Y llegamos al instituto.

—¿Te puedo confiar a Trotes, Marcus Fletcher? —le pregunté.

—No lo sé, ¿me confiarías tus tetas? —me contestó de malas maneras, y ya podía ver yo que estaba de mal humor. ¡Pero de verdad! No como las otras veces, que tenía un poco de actuación.

—No seas crío... —le dije y le tiré las llaves sobre el regazo, después me salí del coche y caminé en dirección a la puerta del instituto.

No pude evitar escuchar el rugido de mi Trotes, parecía que el vampiro estaba teniendo problemas para arrancar, pero no tuve tiempo de preocuparme porque dos sombras me asaltaron: ¡Eran Mel y Cass!

Melanie, con su pelo afro y encantadora piel morena, hiperactiva y jefa de redacción del diario escolar: "Lo Que Esconde La Verdad". Amante de los cotilleos y del chocolate, era alguien en que siempre podías confiar. Pero cuidado con contarle secretos, porque se tomaba muy en serio su labor de periodista, me saludó primero.

—¡Qué alegría de ver de nuevo! —gritó mientras me abrazaba con fuerza, excesiva fuerza. Al cabo de unos segundos, se separó de mí y me miró con unos ojos relucientes —. ¡Lo siento mucho por tus padres! ¿Estás bien de verdad? ¿No estarás mal? ¿No estarás pensando en tomar medidas drásticas? ¡Puedes contarme cualquier cosa!

—Estoy bien... —le dije, ya estaba bastante acostumbrada a las excentricidades de mi amiga.

—Me alegro por eso, Fani —me dijo mi otra mejor amiga: Cassandra.

Rubia, pequeñita y bonita como una flor, pero con cierta bastante timidez. Aunque eso no impedía que medio instituto estuviera enamorado de ella, pero Cass pasaba de todos los hombres como un gato pasa de meterse en una piscina.

Simplemente, prefería pasar el tiempo con nosotras dos que con un tío. Cosa que no acababa de entender, las amigas están bien y eso, pero hay cosas que haría con un hombre que no haría con ellas. No sé si me entendéis... Sexo, básicamente.

Al mirar a mi tímida amiga un grito salió despedido de mi garganta. ¡Había algo sobre su cabeza!

—¡Santa María madre de Dios! ¿Qué tienes en la cabeza, niña? —grité con toda la fuerza de mis pulmones y señalé a ese algo que había por encima de su cabeza.

Lo que yo había visto era una cosa oscura que se elevaba como unos centímetros por encima de la melena dorada de mi amiga Cass. Era como una nube de pura negrura. Cass lanzó un gemido de terror e intentó tocar lo que yo había visto. Mel me miró con cara de extrañeza y me dijo:

—¿Pero de qué estás hablando tú, loca? ¡No le gastes bromas a Cass, que se lo traga todo! Es inocente y dulce y hay que protegerla, no meterse con ella. Mi precioso trébol de cinco hojas... —dijo poniendo morritos y pasando el brazo por los hombros de Cass, que aún temblaba del susto.

—¿Es... una broma...? —dijo con los ojos lagrimosos y entonces me dí cuenta de que la cosa negra esa no la veía nadie más que yo. ¿Estaba loca aún? ¿No se me había curado bien lo de la cabeza? Tragué saliva, esboce una sonrisa y agité la cabeza, de un lado a otro.

—Perdona... ¡Perdona, Cass! Es una pequeña... uh... broma... No hay nada siniestro sobre tu cabeza, nada negro, oscuro como la noche, como un monstruo que está a punto de caer sobre ti  ni... ¡Nada malo! ¡Broma de Fani! ¡Qué tonta soy! ¡Te-hee! —exclamé yo y me dí un pequeño golpe en la cabeza con el puño.

Cass puso morritos, pero sabía que no iba a estar molesta conmigo durante mucho tiempo, porque era demasiada buena persona y a la mínima te perdonaba.

—Bueno, te perdono si luego vamos al centro comercial y me invitas a mí a un helado —dijo la condenada con toda la cara del mundo.

—¿Desde cuándo te van los sobornos? ¡Estás siendo una mala influencia para Cass, Mel! —exclamé, apuntando con el dedo a la morena.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora