7. Verónica

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Entré en la mansión, sorprendida de que no cerraran con llave, pero lo cierto es que nuestra ciudad es una ciudad muy tranquila. El interior del recibidor era bien amplio y con una majestuosa escalera al fondo que se dividía en dos hacia los lados: izquierda y derecha. En la pared del descanso de la escalera había el retrato de una mujer bastante guapa y de pecho bastante grande. Me miraba con orgullo, como si fuera mejor que yo.

Irremediablemente me sentí atraída hacía ella. Tenía algo que me resultaba familiar y fascinante, pero no sabría decir el qué.

Me acerqué a observarla.

El imbécil paliducho me seguía a una prudencial distancia. Le había entregado la sombrilla al tal mayordomo y se había colgado las gafas de sol en el cuello como un macarrilla de poca monta.

Entonces, de pronto sentí dos manos que se cerraban sobre mis propios pechos y comenzaban a tocármelos de una manera súper descarada. ¿Y quién iba ser el qué me atacaba de esa manera tan brutal?

—¡Marcus Fletcher! ¡So gilipollas! —grité fuera de mí y ya me di la vuelta para propinarle una bofetada en toda su cara hermosa, pero su dueño era un imbécil integral.

Pero el que me había tocado las tetas de una manera tan descarada no había sido el idiota imbécil de Marcus Fletcher. ¡Qué va! ¡Era la mujer del cuadro! Bastante más alta que yo, con una melenaza castaña que le caía en una coleta, unas gafas de montura invisible que dejaban a la vista unos ojos pícaros y unos pechos grandes como dos montañas Everest con un escote tan pronunciado que podías caerte por él y perderte para no volver nunca jamás. Tenía en la mano una copa de vino y sus mejillas estaban coloreadas de rojo.

Kukuku —se rio ella con una inocente malicia —. ¿Así que eres tú la niña de los Miller, no? Lamento la repentina ausencia de tus progenitores... pero cuando te cierran una puerta, siempre te abren una ventana. Hijo mío —dijo ella lanzando una mirada a Marcus —. Parece que te has agenciado a una deliciosa hija.

—Madre... Si ella es mi hija, eso quiere decir que tú eres su abuela.

La mano de ella apretó con tanta fuerza la copa de vino que la rompió en mil pedazos. Más rápido que una liebre, se sacó un vendaje del bolso y se lo lió en la mano. Después, me lanzó una mirada venenosa.

—Estefanía Miller, lo mejor será que nunca jamás me llames abuela. ¿Entendido?

—¡Sí, señora! —respondí sin pensar y sin corregirle que me gustaba que me llamaran Fani.

—¡Tampoco señora! —respondió ella —. Me hace sentir vieja...

—Oh, madre... ¿Acaso no eres realmente vieja? —preguntó Marcus con una sonrisa llena de maldad, pero ella hizo como si no escuchara nada y me miró:

—Aunque hayas sido adoptada por mi hijo, eso no quiere decir que seas su hija. ¿No lo crees así, Estefanía?

—¡Pues claro que no soy su hija! Yo solo tengo un padre y no va a ser ese espantajo... —dije sin darme cuenta de que estaba hablando de su hijo, pero ni a ella ni a Marcus pareció importarles.

A ella incluso le gustó porque lanzó una carcajada y después me dijo:

—¡Bien, bien, bien! Todavía es pronto para que mi pequeño Marcus tenga hijos y mucho menos para que yo sea una... abuela... ¿Acaso tengo pinta de ser una abuela? En todo caso, me alegra ver que una muchacha tan... dotada y bella como tú venga a iluminar esta casa con su presencia.

—¿Dotada? —pregunté yo ya que no sabía a lo que se refería, pero nada más decirlo ella miró mis pechos y yo, sin saber por qué, me puse roja como la manta de un torero. Puede que yo no las tuviera tan grandes como ella, pero no se podía decir de ninguna manera que fueran pequeñas y estaba orgullosa de mi cuerpo, aunque su mirada escrutinante me hacía sentir un poco incómoda.

—Quizás será mejor que me presente: mi nombre es Verónica Von Grimmelshausen. Soy la CEO de la empresa Von Grimm. Quizás te suene de algo... —me dijo con una sonrisa de medio lado.

—Von... Grimm... —murmuré yo y cuando comprendí, fue como si estallase en mi cerebro una bomba atómica.

¡Von Grimm! ¡Era la nueva marca líder de tecnología del momento y cuya sede central estaba instalada en New Eden! Y resulta que el que manejaba la compañía nunca se mostraba a la luz, sino que el que llevaba esas cosas era un relaciones públicas, un tal Swen Lang. Mi madre lo había comentado en casa varias veces, que no había forma de saber quién estaba realmente al mando...

Era la empresa del momento y todo el mundo que conocía tenía algo de su marca: mi coche era Von Grimm, mi móvil y mi ordenador lo eran, mi ropa e incluso mi consolador también era de esa marca. ¡Y tenía delante de mí a la mujer que manejaba desde las sombras la compañía! ¿Se estaría riendo de mí? Le lancé una mirada interrogativa a Marcus y el lanzó un enorme suspiro y asintió con la cabeza. Era cierto.

Por si no tenía ya bastante lío, ahora esa información...

Verónica aprovechó ese momento de confusión para acercarse a mí y plantarme un beso en toda la boca. Apenas se rozaron nuestros labios, pero yo me sentí como si explotase un volcán en mi barriga. Y eso no ayudó precisamente para sentirme más calmada. ¿En qué lugar me había metido? ¡Yo ya no tenía ninguna idea de nada!

—Bienvenida a la familia, Fani.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora