28. La parte más roja

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Cerré los ojos y pensé que aquello no iba a dar resultado. Pero de todas formas lo intenté, que no se perdía nada. Además, tengo que confesar que tampoco me hacía gracia la idea de dejar que el vampiro imbécil torturase a aquel idiota.

Nada más cerrar los ojos me di cuenta de que había algo en mi interior, algo que permanecía oculto, algo que solo apareció cuando pensé en sacar a relucir mi parte más roja.

Era como una cajita palpitante que esperaba ser abierta... y eso es lo que hice. Un subidón de energía invadió mi cuerpo, desde los pies hasta la cabeza y al abrir los ojos de nuevo me di cuenta de que yo había cambiado.

Al mirarme los brazos los descubrí rojos y terminados en uñas negras y al girar la cabeza descubrí que de mi culo salía una cola. Una alegría insana me cubrió de pies a cabeza y no era para menos: me sentía borracha, drogada, embriagada...

—¡Esto es genial! —dije yo, riéndome —. ¡Pues sí que soy una diablesa de verdad!

El idiota del médico me miraba con los labios temblorosos y sentí un poder y una confianza que yo nunca antes había sentido. Era yo, pero era una yo más grande, más fuerte, más segura... de tal manera que sentía como si pudiera comerme el mundo. Era genial, era como si me acabara de meter la mejor droga del mundo.

—¿Ahora hablarás? —le pregunté con voz suave y sensual.

—¡No! ¿Por qué hablaría con una aberración como tú? —soltó el hombre y le crucé la cara de una bofetada: ¡Oh, qué gusto!

—No me llames aberración, amor... —le dije en un tono de advertencia mientras le guiñaba un ojo y ponía morritos sensualmente. Mi parte roja, dominaba la situación.

—¡Es lo que eres! —dijo él y yo le lancé una risita sarcástica.

—Soy una diablesa... una súcubo... y tú has sido un chico malo... —dije y me relamí los labios —. Cuéntame tus secretos y quizás te perdone — mi cola se elevó mientras yo jugaba, haciendo bailar mis largos dedos demoniacos.

—No lo haré en mi vida —dijo él.

—Entonces tendré que castigarte... con severidad —dije yo y, con la mano, rompí las cadenas de su esposa.

—¿Se puede saber qué haces? —me preguntó Marcus, con el ceño fruncido.

No le respondí, toda mi atención estaba dirigida a aquel pequeño hombre que, una vez que se había visto liberado se lanzó en mi dirección, con muy malas intenciones. Pero no fue difícil para mí parar su puñetazo, cogerlo en el aire, sentarme en el sillón y ponerlo sobre mis rodillas.

—¡¿Qué haces, aberración?! —me preguntó con furia Ventura.

—¡Oh, por favor! Ya te he dicho que no me llames así —dije en tono dulce y luego cambié a uno totalmente severo y oscuro, del averno—, pones a mami triste.

Entonces, con un rápido movimiento le despojé de sus pantalones.

—¡Oh! —exclamó Emma—. Le has dejado con el culete al aire —dijo llevándose las manos a la boca y sonrojándose. Seguramente avergonzada por haber visto un trasero humano.

Miré a Emma con detenimiento y mi corazón palpitó con mayor rapidez, un deseo creciente se revolvió en mis entrañas y me veía a mí misma sobre ella, besándola, acariciándola... mis oscuros deseos salían a borbotones y me inundaban la mente. 

Me obligué a mí misma a no pensar en ella, aunque me costase bastante. Centré mi mirada en las posaderas cetrinas de Ventura y eso fue genial, todo mi deseo se evaporó al ver a aquel culo paliducho y sin glamur de ningún tipo. Deseaba clavar mis uñas en la carne flácida y hacerle mucha pupita.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora