11. El taquillazo

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—¿Yo? Si soy una dulzura... Oye, ¿qué pasa con tu coche? —preguntó Mel, debido a que todavía sonaban los rugidos del motor intentando arrancar —. ¿Le están haciendo un puente de esos o qué?

—Qué va... —dije con asco —. Se lo he prestado a un amigo, que es medio idiota el tío. Bueno, idiota completo. —Ni borracha les iba a decir que era mi padre adoptivo. Esas cosas no se dicen si no quieres que se rían de ti por todo el instituto.

—¿Amigo? —inquirió Cass con la boca abierta —. ¡¿Desde cuándo tienes tú amigos?! -preguntó con sorpresa de verdad y yo, un poco dolida, ya iba a contestarle cuando de pronto mi coche arranca a toda velocidad y se estrella contra un puesto de comida rápida que hay en frente al insti.

Nos acercamos corriendo. Inmediatamente, Marcus sale del coche con su paraguas y se acerca al puesto.

—¡Oh, no... mierda! ¿Qué pasó? ¿Atropellé a alguien? ¡Espero no haber atropellado a ningún bebé! —exclamó y yo lancé un suspiro. Después me miró con el ceño fruncido y me dijo:

—Niñata, creo que le pasa algo malo a tu coche, al... Trotes.

—Lo que está mal es tu cabeza, idiota —le contesté.

—¿Quién ese chico tan guapo, Fani? —preguntó Mel con la mirada brillante. No porque estuviera interesada por Marcus, sino porque su nariz de sabuesa se había olido una noticia.

—Un vampiro —contesté y caminé en dirección a la puerta del instituto.

—¡Ehhh! ¿Un vampiro de verdad? ¿Cómo en Crepúsculo? ¿Es tu novio? —preguntó Cass, tan inocente como siempre, siguiéndome.

—Bueno, no sé si le gusto... Me casi desnudé delante de él e incluso le di un morreo, pero no parecía que le gustase... —dije yo, sin pensar demasiado en lo que salía de mi boca.

—¡¿Eeeehhhh?! —dijo Cass, que más sorprendida no podía estar, ¡ni más roja!

—Está bromeando, boba — suspiró Mel—. Los vampiros no existen. Pero... creo que estás ocultando algo... ¡Y juro por Dios que, sea lo que sea, lo averiguaré! Soy la mejor periodista del instituto y nada se escapa a mi olfato.

—Ya, pues espera sentada, porque entre el idiota ese y yo no hay nada de nada— dije con una sonrisa, sin saber que el secreto sobre mi nuevo padre adoptivo correría peligro de ser revelado en poco tiempo, muy poco tiempo.

Entramos en el instituto y fuimos por un corredor a cuyos lados había un montón de taquillas. No podía dejar de fijarme en la cosa negra con forma de nube que había en la cabeza de mi súper querida amiga Cass y me mordía las uñas del nerviosismo, si algo malo le pasaba a ella se me iba partir el corazón. ¡Era una una cosa bonita que merecía ser protegida!

—¿Pasa... pasa algo malo... Fani? No dejas de mirarme... —dijo Cass y yo meneé la cabeza de un lado a otro y lancé una grotesca carcajada que más pareció un grito de urraca.

—¡Qué va, qué va! Es que hoy... uh... vienes muy linda... Si... —dije yo.

—Oh... Gracias... —dijo Cass con una sonrisa en la cara y suspiré de alivio: por lo menos era fácil engañarla a la muy boba. Y lo digo con cariño, puedo hacerlo porque soy una de sus mejores amigas.

De pronto, una sombra aparece de la nada y me embiste contra una taquilla. Al principio, pensé que era un toro bravo, pero los toros no tienen manos que te acarician el trasero. Pensé en gritar, morder y pegar patadas, pero toda mi violencia quedó reducida a ceniza en cuanto vi de quién se trataba. Era Kevin, mi bonito y bravo Kevin con su sonrisa seductora, su nariz de persona, sus ojos azules y su cabello rubio como un campo de trigo al mediodía. Me tenía empotrada contra una de las taquillas y también levantada en el aire, con la poderosa fuerza de sus bien marcados músculos.

—Te he echado de menos... —me dijo él.

Entonces me regaló un beso en todos los labios, un beso intenso que me quitaba la respiración y hacía que mi cara se volviera roja y mi corazón palpitase a toda velocidad. Su lengua entró en mi boca y se encontró con la mía, mientras una de sus manos no dejaba de tocarme el culo.

Yo acerqué mi cuerpo al suyo y mis pechos se aplastaron contra sus fuertes abdominales y creí explotar allí mismo de la pasión caliente que latía en mi pecho. Se separó de mí y me miró, con aquellos bellos ojos, esa sonrisa encantadora... ¡Me derretía por completo!

—¿Qué te parece si nos vemos esta noche? Podríamos... ya sabes, acabar lo que empezamos la otra noche —me dijo él y un gemido escapó de mi boca.

—¿Y por qué no aquí y ahora? —le pregunté yo, sin aliento.

Y entonces fue cuando la sonrisa se le borró de los labios y frunció el ceño:

—¿Eh? Porque estamos... en mitad del pasillo del instituto. Y hay gente mirándonos.

Fue ahí cuando me dí cuenta de dónde estaba y al mirar alrededor pude ver un corrillo de caras conocidas mirándonos. Sentí bastante vergüenza por haber sido vista de aquella manera y me puse más roja que un tomate.

—Kevin...

—¿Sí, cariño?

—¿Podrías hacerme el favor de bajarme? —le pregunté porque aún me tenía contra las taquillas y no me podía mover: ¡Es que era como súper fuerte!

—Claro, claro... ¡Sin problemas! —y me dejó en el suelo y me dijo : —Nos vemos por la noche.

Yo asentí con la cabeza y me coloqué la falda, sentía bastante calor y también algo de vergüenza, pero la idea de que me iba a volver a encontrar con Kevin mejoraba bastante la situación.

—¡Eres una zorra! —escuché un voz detrás mía y al darme la vuelta me encontré con una compañera de clase.

Se llamaba Viviana y no era demasiado popular, le gustaba estar sola y leer libros y rollos de esos. Vamos, una intelectual. Tenía el pelo muy negro y unas enormes gafas que siempre me recordaban a las que usaba Mrs. Hogenson de la película de "Los Increíbles".

—¿Pero qué carajos me dices, Vivi? —le pregunté, no se podía decir que ella era mi amiga (porque la verdad es que no se relacionaba con nadie), pero no creía que me fuera a insultar a la cara sin motivos —. ¡Yo no soy una zorra! ¿Por qué lo dices?

—¿Qué por qué lo digo? —preguntó ella con cara de mucho cabreo —. ¡Tu novio te ha empotrado contra mi taquilla, me habéis fastidiado la puerta y casi os habéis apareado como animales delante de todo el instituto!

Miré la puerta de su taquilla y tenía toda la razón del mundo: estaba abollada hacia dentro. Viviana intentó abrir la puerta tirando de la manilla, pero no había forma. Estaba absolutamente atascada.

—Oh, vaya... ¿Seguro que está mal la puerta esa? A ver, a ver... —dije cogiendo la manilla, tiré con todas mis fuerzas y, casi sin esfuerzo, arranqué la puerta de la taquilla de su sitio y cayó al suelo —. ¡Oh, mierda...! Bueno... Míralo por el lado bueno, ya se ha abierto, Vivi...

—Muchas gracias... —dijo con una frialdad que me dejó temblando y pensé que lo mejor era dejar de intentar ayudarla e ir a clase, que ya iba a comenzar.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora