24. Charly y la fábrica de la Amargura

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Caminaba yo a pasos cabreados por el Hospital, arrastraba los pies porque me encontraba de bastante malhumor y también porque llevaba como un cuarto de hora buscando y no había encontrado ni rastro de Amargura.

¿Y si no encontraba nada? Ya empezaba a comerme las uñas de puro nerviosismo, ¡Solo me quedaba de vida hasta el amanecer! Y si moría, pues me fastidiaría un poco la vida.

Al pasar por el lado de la puerta de una habitación sentí algo: un olor que no era nada agradable. Al mirar dentro, por el cristal, me estremecí: allí se encontraba el idiota del médico que me había tocado la teta sin permiso, como si esa fuera de uso público.

Al verlo, me llené de rabia porque pensaba que estaría acosando a otra chica, pero al fijarme bien descubrí que se trataba un tío joven. Más o menos de mi edad, y al fijarme un poco más en él, me di cuenta de que era muy guapo.

—Este tira para todos los lados —suspiré y ya me iba a ir, cuando vi algo que me llamó mucho la atención: de la boca del médico imbécil salían unos hilos de color negro que se metían por la oreja del muchacho que atendía a lo que le decía el idiota.

Pero la cosa no acababa ahí, por encima de la cabeza del muchacho nacía algo, que se iba haciendo cada vez más grande. Cómo una nube. ¡Era Amargura! ¡Amargura como la que había contagiado a mi querida amiga Cass!

Mi corazón dio un vuelco de alegría: había encontrado a la persona que se había dedicado a hacer el capullo por New Eden. El médico imbécil era el causante, y eso me puso muy, pero que muy alegre. ¡Ya no iba a tener que morir!

La puerta de la habitación se abrió y salió el idiota, ni siquiera me miró sino que se fue corredor arriba con una sonrisa de suficiencia en el rostro. Yo me reí, sabía que no iba a durarle demasiado. Ahora, solo tenía que encontrar a Emma y al vampiro memo para solucionar el problema.

—¿Y cómo lo solucionarán...? —me pregunté.

No creía que se lo fueran a cargar y no quería que lo hicieran, no es que me diera pena ni nada por el estilo: lo que no quería era cargar con un muerto sobre mis espaldas y mucho menos un imbécil de campeonato como ese.

Miré al interior de la habitación: el chico guapo parecía alicaído y tenía la Amargura por encima de él. Un chico tan guapo como él ¿se convertiría en un ser gris?

Yo, como buena persona que soy, quería ayudarlo.

No era porque quisiera besarlo por lo guapo que era, ¡qué va! Simplemente, no podía dejar que el muchacho sufriera el terrible destino de convertirse en una persona gris.

El corazón me latía un poco bastante, y estuve a punto de dar marcha atrás. Pero entonces recordé que si no lo hacía, él se convertiría en un gris. ¡Eso era algo que no podía permitir!

¡Tienes que besarlo! No hay otra opción, señorita Fani... Tienes que besarlo para salvarlo —me dijo mi cerebro.

El problema era: ¿cómo hacerlo? Pero miré mi hermoso cuerpo, mi larga melena oscura, mis generosas curvas en el sitio exacto y pensé que no debería ser demasiado difícil que aquel chico deseara besarme. Con una sonrisa de súper confianza, decidí entrar y liarme con él. Aunque solo sería para salvarlo de la Amargura, no por placer personal.

Entré en la habitación, poniendo en mi hermoso rostro la sonrisa más sensual del mundo y meneaba las caderas de un lado a otro que daba gusto mirarme. Y el chico guapo ni me dirigió una mirada, estaba con el móvil el muy bobo, tan enfrascado en su realidad virtual que no se había dado cuenta de la presencia de una chica de verdad.

Solté una risita confiada, en cuanto me viera perdería todo el interés en el móvil y entonces se preguntaría que hacia una chica como yo en un lugar como ese. Me puse delante de la camilla, aun con la sonrisa, esperando el momento en que se diera cuenta de que no estaba solo en la habitación, sino con una verdadera belleza.

Pero nada, el muy idiota seguía con su móvil.

—Ejem... —dije yo, tratando de llamar su atención, pero él erre que erre con el maldito móvil.

—¡Ejem! —exclamé, ya lo suficientemente alto como para que aquel alelado me escuchase. ¡Pero nada, continuaba con el móvil como si no estuviera allí!

Aquello ya comenzaba a ser insultante, que por lo menos podía decirme hola... o como mínimo darse cuenta de mi existencia.

—¡Qué estoy aquí, coño! —grité, y le pegué una patada a la camilla. ¡Es que a veces cuando a una le tocan el genio, este sale!

Por fin él levantó la mirada de aquel móvil y me miró con cara de pocos amigos, ya me estaban dando ganas de dejar que la Amargura se lo comiera de arriba abajo... pero una no podía actuar de esa manera. Mi deber era salvarlo.

—¿Qué quieres? —me preguntó, de mala gana. ¿Pero yo que le había hecho para recibir semejante tratamiento?

Me estaba tocando los ovarios de mala manera, pero cabrearme no iba a servirme de absolutamente nada. Tenía que tragar y seguir con mi juego de seducción, que la Amargura no se iba evaporar ella solita. Caminé hasta ponerme al lado de mi cama, pasé el dedo por las sabanas y le miré, con una mirada de esas que mojan calzoncillos.

—Oh, nada... es que me preguntaba por qué un chico tan guapo como tú está tan solo.

—¿Y a ti que te importa? —preguntó él volviendo la mirada al móvil.

—Veo que estás muy interesado en lo virtual, pero quizás... ¿no preferirías jugar con algo analógico? —pregunté, no sabía si lo que había dicho tenía demasiado sentido o no, pero ¿qué importaba? en el juego de la seducción todo vale ¿verdad?

—¿Pero qué dices? —me dijo él volviendo a mirarme, con el ceño fruncido y bastante molesto por mi presencia. La verdad es que hay gente muy densa: que le tiraba los tejos como si le estuviera tirando tejas desde el tejado de mi casa. ¡Y nada, que no se enteraba el tío! Pero volví a la carga, que cuando una tiene una misión, la tiene.

—Oh, es que estoy muy solita... en este hospital tan grande... y me preguntaba si podías hacerme un poco de compañía... —le dije, poniendo morritos.

—¿Se puede saber que quieres de mí, tía rara? —me preguntó y yo ya veía que ese tipo cumplía el dicho y no era de los listos, pero yo no iba a dejar que la Amargura se lo comiera. Si las indirectas no funcionaban, había que probar las directas.

—¡Que si te quieres liar conmigo, imb... tío! —le dije, que tampoco era para ponerse con insultos.

Él negó con la cabeza, con mucha fuerza. Hasta me sentí insultada y todo, que tampoco es que le estuviera pidiendo nada desagradable.

—¿Ah, no? —contesté y sin pensar le cogí el móvil y se lo estrellé contra la pared.

Entonces fue cuando me miró con cara de furia y confusión y aproveché para acercar mis labios a los suyos. Si lo besaba como besé a Cass, todo saldría bien. Quiso la causalidad, que justo cuando mis labios rozaban los suyos, detrás de mí la puerta se abriera.

—Charles, cariño... yo... —En la puerta había una chica de más o menos mi edad, castaña, alta, y con los ojos azules igual que el chico de la Amargura. Vestía una camisa y una falda a cuadros impoluta como si hubiese salido de un desfile de moda.

—¡Oh...! No esperábamos visitas... eres su... ¿hermana? —pregunté yo, esbozando una sonrisa inocente.

La chica me miraba con los labios temblorosos, parecía que estaba a punto de echarse a llorar. Pero entonces cogió el otro camino y se puso muy roja, tanto que ya pensaba que era ella la diablesa.

—Novia... soy... ¡era su novia! —gritó ella y se dio la vuelta, cerrando la puerta de un portazo tremendo.

Chasqueé la lengua, no creía que eso me fuera ayudar mucho para liberar al pobre chaval de su amargura.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora