26. Una dirección

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Corrí en dirección a Marcus y Emma y les conté todo lo que había descubierto.

—¡Qué bien! —dijo Emma, muy contenta ella —. Esto está yendo mejor de lo que pensaba... No eres tan inútil como creía.

—Gracias... —le contesté de mala gana. Ya teníamos como borde a Marcus en el grupo, ¡no necesitaba a una segunda borde!

Ella debió notar que sus palabras no me sentaron demasiado bien, porque su sonrisa cayó un poco y entonces dijo:

—¿Qué...? ¿Dije algo malo? —me preguntó.

—No creo que le haya sentado demasiado bien que la llamaras inútil —le indicó Marcus.

—¿Qué...? —murmuró ella —. Pero yo no te llamé inútil, Fani...

—Dijiste que no era tan inútil como pensabas... —le contesté.

—¿Eh...? ¡Oh, no! No pretendía ser un insulto. ¡Perdón! —dijo ella y me cogió de la mano, y me miró con unos ojitos que no podía hacer otra cosa que perdonarla.

—Bueno —zanjé con una sonrisa —, entonces ahora tenemos que encontrar donde vive el médico. Pero será fácil, solo tenemos que ir a una cabina telefónica y pista —dije y Emma arrugó la nariz.

—¿Una qué...? —me preguntó y yo señalé una que se encontraba bastante cerca.

La ángel se la quedó mirando en silencio. Estaba claro que no tenía ni idea de qué se trataba. ¿Acaso no le habían enseñado nada sobre el mundo humano? La verdad es que yo no tenía ni idea de qué clase de educación habría recibido.

—En las cabinas suele haber un listín telefónico con el número de teléfono de la gente y también con su dirección. Solo tenemos que entrar, buscarle y ya está —le dije y ella se quedó con la boca abierta y me dijo:

—¡Pero qué lista eres! A mí no se me habría ocurrido.

—No lo es... —comentó Marcus y le lancé una mirada asesina, pero me mordí la lengua: quizás me dijera todas aquellas cosas bordes para cabrearme. ¡Pero yo no le iba a dar ni la más mínima satisfacción!

Cogí a Emma de la mano y la llevé hasta la cabina, abrí la puerta y nos metimos dentro. La verdad es que no lo pensé demasiado bien, porque nos quedamos un poco apretadas. Y cada movimiento era un roce constante de su cuerpo con el mío.

Traté de no pensar en las mariquitas que corrían por mi piel y el calor que me nacía justo por debajo del ombligo cada vez que mi piel tocaba la de Emma o su cálido aliento me acariciaba involuntariamente.

Entonces busqué al maldito doctor Ventura y lo encontré en nada. Teléfono y dirección. ¡Ahora ya sabíamos dónde vivía! La verdad es que me sentía súper genial y me abracé a Emma. Dimos unos saltitos y unos grititos de puro júbilo.

Salí de la cabina, un poco acalorada, pero más por lo que me despertaba la ángel en mí que por otra cosa. Marcus había permanecido fuera, con los brazos cruzados y una expresión de tremendo aburrimiento en el rostro.

—Sé dónde vive el doctor imbécil, podemos ir para allí y acabar con todo este asunto —le dije y él miró al cielo: el sol todavía no se había puesto.

—No, mejor por la noche -me dijo —. Lo que vamos a hacer, es mejor hacerlo en las sombras.

No me gustó mucho lo que decía y me estremecí: ¿Y si al final sí que teníamos que matarlo? Es decir, estábamos hablando del Cielo y del Infierno, no creía que esas dos súperpotencias tuvieran ningún problema en matar a un simple humano.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora