33. El plan

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¿La contraseña? ¡Pero si el idiota de Ventura me había dicho que no había contraseña! Al momento, me imaginé que me había mentido y eso hizo que mis entrañas hirvieran de rabia. ¡¿Cómo osaba contarle trolas a su ama?!

—¿Contraseña? —escuché decir a la alegre voz de Kevin y me quedé helada: ¿quién le había dado permiso para hablar? Pero ya era tarde—. ¡Pero si no hay contraseña!

—Por supuesto, no hay contraseña —dijo el encapuchado abriendo la puerta y me quedé descolocada.

¿Acaso la contraseña era que no había contraseña?

—Emma... —le pregunté agarrándola de un brazo.

—¿Qué pasa, Fani? —me preguntó con su dulce voz que me hizo pensar en... ¡Debía impedir que mi mente fuera a esos lugares húmedos y calientes, llenos de gemidos y...! Me mordí el labio inferior con fuerza y fui capaz de volver a mi yo habitual.

—Una cosa... ¿El que no haya una contraseña es una contraseña en sí misma o no lo es? —le pregunté, bien sabía que había cosas más importantes en las que centrarse, pero la verdad tenía curiosidad.

—¿Eeeehhhh...? Pues... es una pregunta interesante, Fani. Porque aunque se diga que no es una contraseña, sirve como contraseña y abre la puerta. Pero... al mismo tiempo no es una contraseña...

—¿Queréis dejar de pensar en idioteces? —dijo Marcus y caminó en dirección a la gran puerta, pero antes de que tuviera tiempo de abrirla, el enmascarado dijo:

—Perdonad, pero ya sabéis que antes de que podáis acceder, os tengo que cachear.

—Oh, Fani. ¿Eso tiene algo que ver con las cachas? ¡No quiero que él me las toque! —gimió Emma, sin darse cuenta de la gravedad de la situación: yo tenía un arma, una pistola de verdad con el poder de matar gentes.

—Nadie te va a tocar las cachas, cariño—le contesté con firmeza.

Primero pasó Kevin, el enmascarado lo cacheó y todo estaba bien porque no llevaba nada encima y después pasó Marcus, con el mismo resultado. Pero cuando le tocó el turno a Emma se resistió, permaneciendo a mi lado, aferrada a mi brazo. Yo también estaba paralizada, no podía olvidar que llevaba el puñetero revólver (la única ayuda que me habían dado mis padres) colgado de mis braguitas, y no sabía como librarme del cacheo.

Pensé en quitarme el arma disimuladamente y dársela a Kevin o a Marcus, pero ambos estaban demasiado lejos de nosotras y además se miraban de una forma extraña a través de las máscaras....

—¡No quiero que me toques! —le gritó Emma al enmascarado, haciendo que los tres prestáramos atención a lo que estaba ocurriendo.

—¿Acaso ocultas algo? —preguntó este, con suspicacia.

Iba a salir en su defensa, pero ella misma respondió con determinación

—No. ¿Qué voy a ocultar? Lo que pasa es que... ¡Es que me das asco! —soltó Emma, apretándose contra mi cuerpo y pasándome un brazo por la cintura.

Yo correspondí el gesto pasando uno de mis brazos por sus hombros, en señal de protección. Me gustaba tenerla cerca, ofrecerle cobijo. Era muy agradable sentir su calor tan cerca del mío, pues las túnicas eran muy finas, y notar como su pelo rubio me acariciaba el hombro y el cuello.

—¿Qué...? Yo... yo... —dijo el enmascarado y, por el tono de la voz parecía muy afectado —. Yo no sabía...no pensé que podía moles... —parecía que las fuerzas no le llegaban a la garganta y entonces se derrumbó en una silla.

—¡Eh! ¿Estás bien? —le pregunté, al recordar como me afectaba al principio la sinceridad de Emma y comprender que no todos estaban preparados para recibir esos exhabruptos tan adorables de la ángel. 

—Sí, claro, claro... Pasad, pasad. Ya sabéis que la reunión es en el... comedor grande, como siempre.

Yo iba a abrir la boca, para ofrecerme a que me cacheara, nunca había visto a alguien tan abatido... pero la cerré de inmediato al recordar que llevaba el revólver. Parecía que me habñia librado por los pelos y gracias a Emma.

Después de dejarnos entrar, vimos que el vestíbulo era muy amplio y con varias puertas y escaleras que salían en todas direcciones. Me quedé indecisa, no tenía ni idea de dónde estaba "el comedor grande"; bueno ni el pequeño, de haberlo, porque yo no había estado nunca allí.

—¡Yo sé dónde queda! No es la primera vez que vengo... Eric Ladd es un buen amigo de papá —dijo Kevin en voz baja.

Y nos guio por los lujosos corredores de la mansión; mientras le seguíamos yo tenía el corazón latiendo a toda pastilla, porque de vez en cuando nos cruzábamos con otros enmascarados con túnica y porque nos acercábamos cada vez más a mi fatídico destino. Seguía en debate conmigo misma, yo no quería matar a nadie, pero tampoco morirme...

—¿Estás bien? —me preguntó Emma, apretándome la mano con cariño. Ya nos habíamos zafado del abrazo, pero seguíamos con las manos entrelazadas. Asentí con la cabeza, sin ninguna convicción.

—Sí... pero espero no tener que dispararle a nadie —le dije. Por muy mala que fuera la persona que tenía que matar, sé que me iba a sentir mal de verdad. ¡Y lo peor es sentirse mal por alguien que no lo merece!

—Vale ya estamos, es aquí, detrás de esa puerta —dijo Kevin, girándose hacia nosotros, al llegar delante de una inmensa puerta de madera.

Marcus también se giró hacia Emma y yo. Tácitamente nos juntamos en un lateral del pasillo, para no molestar el acceso de los otros sectarios, pero por suerte en ese momento no había nadie por allí.

—¿Estáis preparados? —preguntó Marcus, con voz baja pero firme.

—¿Preparados para qué exactamente? Deberíamos tener un plan... y que yo sepa, no tenemos ninguno—dije yo.

—Sí, que lo tenemos. El plan es: Entramos. Matas al Líder de esta secta de raros y se acabó la partida. No te preocupes por sus secuaces, nosotros tres te protegeremos —dijo Marcus.

Yo me fiaba de la fuerza del vampiro y la del hombre lobo, pero ¿qué podía hacer Emma? ¡Si hasta estaba segura de que estaba más en peligro que yo! Me la quedé mirando, con cierta pena y angustia. Pena porque a pesar de que era una preciosa ángel, no había nada demasiado especial en ella. En cuestión de poder, quiero decir.

—¿Qué...? ¿Por qué me miras así? —preguntó ella.

—No, no es nada... no te preocupes. En fin, Marcus... es un plan de mierda. Pero es un plan, ni más ni menos —dije yo, sin ningún entusiasmo.

—Perdona... ¿Plan de mierda? Que sea sencillo no quiere decir que sea una mierda —me dijo Marcus y yo lo atravesé con la mirada.

—No digo que sea una mierda porque sea sencillo, digo que es una mierda porque es una mierda de plan. Sin más —le contesté.

—¡A ver si se te ocurre a ti uno mejor que ese, niñata! —me contestó él, alzando el mentón y cruzándose de brazos, en ese gesto de superioridad tan suyo.

Tuve ganas de pegarle un puñetazo, pero me contuve. De todas formas, la verdad es que no podía pensar un plan ni mejor, ni peor que ese. Además, contando con la fuerza del vampiro y el hombre lobo no pensaba que fuera a correr demasiado peligro.

—Tú ganas, iremos con tu mierda de plan —le contesté y abrí la puerta, antes de que él tuviera tiempo a contestarme.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora