5. La nota

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A la mañana siguiente me levanté aún cabreada. Ni la ducha ni nada me calmó y bajé dispuesta a poner a parir al imbécil del niñero delante de mis padres. No quería volver a ver al paliducho ese jamás en mi vida.

Pero al llegar a la cocina a desayunar descubrí que no había nadie y eso me pareció raro. A pesar de que papá y mamá habían pasado la noche fuera por culpa de su trabajo, habían quedado en venir a desayunar como siempre. Vamos, no me habían dicho lo contrario, así que era de suponer.

Busqué por toda la casa, pero no los encontré y ya me estaba comenzando a preocupar. Tampoco había ni rastro del niñero y eso, aunque inicialmente me alegró, luego aun me preocupó más.

Si mis padres seguían en sendos trabajos, ¿por qué se había marchado ese idiota? No, eso no tenía lógica. Mis padres tenían que haber pasado por casa, pero ¿a dónde se habían marchado? ¿Por qué no me habían dicho nada? ¿Les habría pasado algo?

Al final, mareada con tantos interrogantes, me senté en la mesa del comedor y entonces la vi. Vi que allí había una carta para mí. La inconfundible letra de mi padre estampaba mi nombre en un sobre con el membrete del Hospital George Marshall. La abrí, bueno la desgarré en realidad, y entonces me quedé aún más sorprendida al descubrir lo que ponía:

"Lo sentimos mucho cariño, pero nos hemos tenido que marchar por un tiempo indefinido. Vete a hablar con nuestro abogado. No te preocupes por nosotros y nunca olvides que te queremos mucho, Fani".

Mi corazón latía dolorosamente en el pecho y sentía como las lágrimas ya se me juntaban en los ojos. Aquello parecía serio y parecía de verdad, pero no podía serlo. Intenté llamarlos al móvil, pero no respondían y entonces me di cuenta de que en realidad estaban vibrando ambos sobre una de las sillas del comedor. Uno junto al otro.

La respiración se me disparó, porque no me gustaba un pelo como se estaban poniendo las cosas. Tenía que pensar, pero no se me ocurría nada. ¿Qué se hace cuando tus padres desaparecen sin decir ni mu? No lo sabía, nunca antes me había ocurrido. Joder Fani, piensa...

Dudaba en si ir al instituto con normalidad o pasar de las clases. Decidí que tenía que ir a ver al abogado de papá y mamá, como me decían en la carta y ver si averiguaba lo que estaba pasando. Pero no recordaba la maldita dirección del señor Bruce Stevens.

Me metí en el despacho que mis padres tenían en casa, tenía que averiguar dónde narices estaba su bufete.

No tenía ni idea de por dónde empezar a buscar, yo nunca entraba en el despacho porque lo tenía prohibido. Abrí la puerta y dudé si entrar o no, si mi madre se enteraba me iba a caer una buena. Luego recordé que habían desaparecido y entré. Estaba todo muy limpio y ordenado. Me senté en la silla y abrí el cajón. El de la derecha, por probar. Casualidad o suerte ahí estaba la tarjeta con el nombre del abogado y debajo, la dirección.

Me monté en mi biplaza rosa y para allí que me fui. Aparqué justo enfrente de la oficina y entré.

Me recibió enseguida, era un hombre bajo con cara de rata y un bigote del siglo pasado que olía a golosinas de ositos de colores. Me fijé en su despacho, era uno de esos que parecen salidos de una peli antigua, con muchas estanterías con libros viejos y de aspecto pesado.

Se sentó tras el escritorio y se sacó un Kit-Kat del bolsillo y me ofreció una de las barritas, pero yo dije que no con la cabeza, porque tomar de esas cosas te podía llevar a la diabetes. Pero al abogado Bruce Stevens eso no parecía importarle nada porque estaba como una pelota de playa.

—Tengo noticias respecto a su situación, señorita Miller.

—Llámame Fani—dije con un hilo de voz.

Bruce parecía un poco nervioso porque sudaba como un cerdo y no se dejaba de limpiar. Supuse que me iba a decir algo que no era muy bueno. Yo quería respuestas, así que presioné:

—¿Es sobre mis padres? ¿Sabes dónde están? ¿Cuándo van a volver?

—No, no es sobre eso. Es tu situación... Tu situación personal... Es decir... GLUP... quién va a ser... tu cuidador, a partir de ahora.

—¿Mi cuidaqué? Yo solo quiero saber dónde están mis padres... —dije, y él volvió a tragar saliva de forma ruidosa.

—Pues... tengo que decirte... uh... que has sido adoptada... eh...

—¿De qué estás hablando? Mis padres han desaparecido... ¡Tengo que saber dónde están! Deberíamos ir a la policía y... —Antes de que pudiera seguir hablando, Bruce me interrumpió.

—Tus padres están bien, eso es lo único que te puedo decir... pero en el caso de que tuvieran que irse, dejaron estipulado bien claro lo que había que hacer. Por lo menos hasta que cumplas los 21, tienes que ser adoptada...

—¿¡Pero se puede saber de qué estás hablando!? —dije yo, levantándome de la silla de un salto. Pero Stevens continuó sin inmutarse por mi comportamiento, seguía sudando y limpiándose compulsivamente pero empecé a pensar que nada tenía que ver conmigo y sí con su forma física de globo aerostático.

—Él...se llama... Marcus Fletcher... —dijo y yo me quedé con cara de ¿eh?. No tenía ni idea de quién era ese, no lo conocía de las fiestas que mis padres daban. Era para mí un completo desconocido —. Lo conocerás ahora mismo, que debe estar al llegar para llevarte a tu nueva casa.

—¡Yo no conozco a ningún Marcus ni nada!

—Eso es mentira. Sí que me conoces, niñata —dijo una voz detrás mío que me hizo erizar los pelillos de la nuca: bien sabía de quién era esa voz.

Y al darme la vuelta, descubrí que era bien cierto: ¡Era el imbécil de mi niñero! El de anoche... Mi cabeza daba vueltas, ¿en qué circo se había convertido mi vida?

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora