3. El niñero

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Las clases pasaron lentas y no les pude prestar ni un mínimo de atención porque no dejaba de pensar en Kevin. Sus músculos, todo él, me volvía loca... Por fin sonó el timbre que daba por terminada la jornada de clases y pude irme a mi casa.

Cuando llegué a casa, papá ya se había marchado al hospital y mamá daba los últimos retoques a su maquillaje, en el espejo de la entrada de casa.

La observé, no nos parecíamos en nada. Ella era alta, muy delgada y sin demasiadas curvas o sea que parecía una tabla de planchar. Además llevaba su pelo rubio bastante corto lo que acentuaba sus rasgos y sus ojos azules.

Llevaba unos pantalones pitillo muy ajustados de color crema a juego con un su americana y una camisa blanca. Se había puesto unos impresionantes tacones negros, que aun la hacían parecer más alta.

Me dio un beso y me advirtió de que me portara bien, mientras desaparecía por la puerta, diciendo que llegaba tarde.

Estaba claro que iba a intentar intimidar a ese gorrino de Ladd. A Kevin no quise decirle lo que de verdad pensaba sobre el candidato a la alcaldía... No era plan de discutir por ese tipo que en nada nos importaba.

Una hora o así después de que se fueran, llamaron a la puerta y sabía que era el niñero. Fui a abrir la puerta, pero entonces pensé que no se le iba a abrir: que se joda el niñero y que se fuera por dónde había venido. Yo había quedad con Kevin y haríamos el amor primero en mi cama, luego en la cocina y luego en la cama de mis padres, por el morbo que me daba eso. Llamó unas veces más y entonces escuché una voz que era la frialdad personificada:

—Sé que estás ahí, niñata. Si no abres la puerta en cinco segundos, la tiro abajo —dijo la voz y parecía ser joven, pero a mí me dio la risa de verdad: ¿cómo iba a tirar la puerta abajo? ¿En serio de verdad? Me reí por lo bajo, ese tío era más tonto de lo que pensaba.

Pero entonces le empezó a pegar a la puerta con más fuerza y más fuerza y tanta fuerza que ya me imaginaba que la iba a tirar para abajo de verdad y eso me asustó. ¿Estaría con una de esas cosas que la policía usaba para entrar en las casas? Si la puerta se rompía iba a ser liada parda.

—¡Oh, vamos, deja de hacer el imbécil! ¡Qué ya abro la puerta! —le dije yo y abrí la puerta.

El tío que me encontré era pálido y con ojeras, pero no en plan enfermizo sino que tenía algo sexy y melancólico. Tenía el pelo peinado a raya y era negro brillante como el estanque de un lago donde la luna brilla en soledad. Tenía los pómulos marcados, un mentón ligeramente pronunciado y las cejas ligeramente arqueadas y perfiladas con suavidad como si se las hubiera pintado con pincel.

Su mirada era fría e insultante y eso me excitó un poco. Se le notaban los músculos a través de la camiseta, quizás no tan hinchados como los de Kevin, pero sí bastante definidos. Además, al seguir mirando para abajo vi que se le marcaba una larga cosa en los pantalones vaqueros y eso sí que le abultaba más que a Kevin.

—¿Te gusta lo que ves, niñata? —me preguntó él con tono de insulto y ya me dije que a pesar de que era bastante guapo, no me gustaba nada: era un chulo de cuidado y con una prepotencia tal que se la pisaba —. ¿No eres un poco mayor para necesitar niñero?

—¿Y tú no eres un poco gilipollas para ser niñero? —le contesté sin pensar y él sonrió, como si le hiciera gracia que le insultaran.

—No soy niñero. Esto es un favor que mi madre le hace a los tuyos, se conocen de hace mucho y se suponía que era ella la que te iba a vigilar... pero créeme que conmigo sales ganando. ¿Sabes? Deberías darme las gracias, niñata... —dijo y entonces se fue a la cocina y abrió la nevera y se sacó una de las cervezas de mi padre, la abrió y se la empezó a beber sin más.

—Tú como en tu casa, ¿no? —le recriminé.

Él se encogió de hombros y dijo:

—¿Y qué importa? Algo tengo que hacer mientras estoy aquí —comentó y se fue al salón con la cerveza en la mano y encendió la televisión.

Yo me quedé de pie cerca de él y lo fulminé con la mirada, deseando tener el poder de hacer que su cabeza explotase solo con pensarlo. Bueno, quizás mejor no.

—¿Te vas a quedar ahí mirando la tele todo el rato? —pregunté yo.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Darte un biberón? ¿Cambiarte los pañales? ¿Te has hecho caca encima o qué? —dijo él con desgana y sin ni siquiera mirarme.

—¡No soy un bebé! —le grité.

—¿Y para qué necesitas un niñero? —me preguntó burlón.

—Ya no reirás cuando venga mi novio más tarde. ¿Vas a hacer algo para impedir que venga?

Él se encogió de hombros y me dijo:

—Nada.

Eso me sorprendió:

—¿Nada?

—Oye, puedes hacer lo que te salga del coño. Yo estoy aquí para protegerte de asesinos y violadores, nada más. Si viene tu novio y comenzáis a follar como conejos, pues mira tú que bien. Con tal de que no me toquéis los huevos, yo estoy bien —dijo él y eso también me sorprendió.

¿Qué clase de niñero era aquel al que le daba igual que viniese mi novio a mi casa? Pero al final eso me iba bien, así que pasé de él y me fui a mi cuarto a esperar a que llegase Kevin.

 ✅ La Diablesa del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora