2.

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Alexa.

        El instituto no es tan grande como al que iba anteriormente, pero de todas maneras el espacio está adecuado para que te sientas cómodo. Al entrar al salón de clases, la mayoría de los adolescentes aquí se me quedan viendo. No es noticia nueva. Consecuencia de ser nuevo en el instituto. Yo era una de ellas en un pasado, así que no me molesta.  Aunque debo admitir que me resulta muy incómodo.

        Tomo asiento en uno de los primeros lugares. Estoy tan cohibida que me da hasta nervios caminar hacia los asientos del fondo, ya que tengo que pasar por entre medio de toda la gente. Debo destacar que es el primer salón en el que asisto dónde mantienen en completo silencio. Quizá no se conozcan entre ellos o al revés, quizá se conozcan de todos los años por eso no hay tanta novedad.

        Saco el móvil de mi mochila y fijo toda mi concentración en el chat de mi hermano. Es el único que está constantemente pegado a su móvil y al que sabes que si en algún momento pasa una urgencia o estás apurada, es la única persona de la casa que atiende al instante. Le mando varios mensajes preguntándole como está Dak. La extraño mucho para ser sinceros y se me hace un nudo en el pecho de recordar su gran llanto de angustia cuando me fui.

—Buenos días, salón —Una mujer de más o menos unos cuarenta años se aparece en el salón. Hago una mueca y guardo el móvil—. Me llamo Rosana, aunque muchos me conocen aquí. —Dedica una sonrisa al grupo—. ¿Cómo te llamas, preciosa?

—Alexa —contesto con el mismo gesto.

—Bueno, mucho gusto, Alexa. Ya que eres nueva aprovecho a comentarte que esta es la clase de literatura. En mi clase las faltas son por horas, es decir, si tenemos dos horas un día y tú faltas, tienes dos faltas. ¿Entendido? —Asiento—. Genial. ¿Quieres presentarte?

—Me llamo Alexa y tengo 20 años.

—¿De verdad? ¿Has repetido año? —Pregunta con su atención en la lista. 

—No. No pude cursar —me remuevo en el asiento. La clase está silenciosa y yo me estoy incomodando ante la continuidad de sus preguntas. 

     En una clase, hablar sobre la vida personal de uno mismo, es horrible.

—¿Se puede saber por qué o...?

—Hay muchos alumnos nuevos en esta aula —giro mi cabeza al escuchar la voz de una chica.

—Por supuesto, los he visto —la profesora me hecha una mirada, pero lastimosamente no puedo interpretarla—. Ya que estás, preséntate con el alumnado nuevo.

—Me llamo Mad —giro mi cabeza una vez más y le sonrío en forma de agradecimiento.

        Unos dos o tres alumnos más terminaron presentándose. Dos de ellos venían de otro instituto y uno había repetido o cambiado de orientación. No les he prestado mucha atención ni a ellos ni a la profesora. El primer día normalmente no se hace nada y menos mal, porque lo único que he hecho es encender de vez en cuando la pantalla de mi móvil para ver si mi hermano me ha contestado y en efecto, me ha enviado hasta una foto de mi beba.

—Hola —Mad se acerca hacia mi cuando la campana suena. 

     No me muevo de mi asiento porque no tengo idea de que signifiquen las campanas. Agradezco en mi interior que esta chica se me haya acercado porque es a la única persona a la que le podría preguntar dónde están los baños, dónde comer algo o que hacer en cada timbre que suena. Claro, al chico al que le tiré la motocicleta también podría preguntarle, pero sigo un poco apenada ante lo sucedido.

—Hola —me giro para verla. Esta parada tomando su bolso con fuerza y mascando chicle.

—¿No te vas a levantar? —Eleva una ceja.

Cenizas de un amor. ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora