21.

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Alexa. 

—A ver, déjame revisar —Joe toma de mi cintura e intenta girarme, pero lo niego—. Alexa, déjame ver.

     Pienso en llamar a mis padres, pero luego, cuando tengo el teléfono en mis manos temblorosas por los nervios que siendo mi cuerpo, recuerdo que están con Dak y no sé qué tan peligroso sería que condujeran a una velocidad excesiva y con los mismos nervios que yo. Así que lo llamé, porque sabría que vendría, porque no quiero estar sola y porque... lo necesito.

—No, Joe. Déjalo así —intento sentarme en el sofá, pero el dolor me hace quedar un poco dura de todas las partes del cuerpo. Especialmente la zona de la espalda.

—¿Te lo has visto? —Niego—. Necesito que te subas la remera, Alexa. Necesitamos ver que tan grave es.

     Al llamarlo, me atendió al segundo. Comenzó a disculparse por su madre y a decirme que no le de importancia, pero cuando escuchó mi sollozo y le expliqué lo acontecido, colgó la llamada y a los diez minutos, estaba en mi casa. Está muy serio. Tiene la mandíbula tensa y las pupilas dilatadas. Incluso ha perdido el color de su piel.

—Está bien. Pero con cuidado, por favor.

      Al torcer la cabeza ya puedo ver una sombra verdosa asomándose en el lado de mis costillas. 

     Joe desliza sus dedos en mi espalda y espero a que hable. Tengo miedo de que al interrumpir el silencio se sobresalte y apreté un poco de más. De verdad me duele un montón.

—Tienes varios moretones. Pero hay uno que es más grande que mi cabeza —me pone la remera con mucho cuidado. Me giro y lleva sus manos a mi rostro, acariciándolo con el pulgar. Puedo sentir su aliento caliente en este. Cierro los ojos y me alejo un poco—. Ale.

—No es momento, Joe. No estoy bien —desvío la mirada al escuchar como se quiebra mi voz.

—Si lo dices por mi madre...

—¡Ay, claro que no, Joe! Lo único que tu madre hizo fue decir la verdad. Estoy molesta porque tiene razón. Te harás cargo de una hija que no es tuya y... hay muchas cosas en mi vida que no están bien —asimilo lo que dije al mismo tiempo que siento las punzadas. Pero no, no son punzadas de dolor físico. 

     Me abraza con tanta fuerza que ahogo un quejido de dolor al sentir sus brazos hacer fuerza sobre mi espalda. Pero no lo alejo. Necesito que me abrace y que se quede conmigo.  

—Todo va a estar bien y sé que suena muy cliché, pero te aseguro que en cinco meses habrá pasado y en cinco años, lo habrán olvidado —susurra en mi cabello.

—No me lo digas —hablo con voz nasal—. Porque si en cinco años tú no estás, no podré quitarte de mi cabeza.

—Actualmente, eres tú quién intenta alejarme. —toma mi rostro, observando mi nariz roja, mis ojos llorosos y mejillas mojadas—. Estoy locamente enamorado de ti, Alexa. Y tú constantemente me repites que me aleje pero... no puedo.

     Pero no podemos continuar hablando, ya que la presencia de mis padres en la casa llega ante el sonido de la cerradura.

—¿Alexa? ¿Qué pasa? —Deja a Dak en el suelo—. ¿En dónde está Teo?

     Noto la preocupación en su tono de voz y la intensa mirada de mi padre indica que hable. Hay dos posibilidades, que me regañen por haberle habilitado la salida o que se molesten por no haberles dicho antes.

—La ha lastimado —Joe se toma el atrevimiento de meterse en el problema familiar. Me sube la remera hasta la mitad de la espalda, dejando libre vista a los moretones que ahora están más oscuros que antes.

Cenizas de un amor. ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora