Cap. 4

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  • Dedicado a Vanesa Vázquez
                                    

__He Urd! ¿Te apetece venir con nosotros? Vamos a hacer una pequeña salida – gritó Abraham desde la sombra que ofrecía la terraza de columnas de la salida a la terraza mientras que Azrrael se acercaba a la piscina.

__Hola forastero ¿has desaparecido de repente? – Sonreí a Azrrael que ya estaba de pie frente a mí.

__Si, lo siento. Será mejor que salgas del agua.

__¿Por qué? Se esta bien, deberías meteros vosotros dos también, hace mucho calor para ir por ahí – los miré, Azrrael estaba muy serio y miraba hacia el cielo, de repente me sentí extraña, estaba mareada y tenía sopor, me costaba tragar, ¿hacía tanto calor momentos antes?, Era como estar en medio de un incendio gigante, el agua empezó a hervir e instintivamente agarré la mano que me tendía Azrrael que me alzó como si fuera una pluma y que me deposito en el suelo para volverme a coger en volandas pues el suelo ardía y me quemaba los pies. Con calma fue hasta el porche y me dejo en la hamaca donde me miro los pies.

__Dios, pero que es eso, ¿una hola de calor exagerada? – Los miré

__Te has quemado. Abraham por favor, trae unas compresas de agua helada, en mi mochila creo que hay un ungüento para esto.

Ahora que me fijaba si que me había quemado un poco la piel de los muslos y las caderas, los pies los tenía rojos pero bien.

__¿Te duele?

__No.

__Mejor, bueno ahora parecerás una langostita – Sonrió cogiendo las toallas que le traía Abraham y el frasquito de pomada.  

Me deje curar y luego subí a mi habitación para vestirme y reunirme con ellos, quería aprovechar el resto del día que me quedaba para distraerme y hacer esa ruta con ellos antes de volver a trabajar, mientras me vestía aún sentía las manos de Azrrael recorriendo mi piel suavemente, me estremecí, me miré en el espejo, aún estaba ruborizada, mi interior palpitaba, hacía tanto que no me satisfacía…

 Abraham conducía una especie de jeep militar apropiado para las rutas más duras del desierto y enfilo hacia el destino que se habían marcado, ni siquiera les pregunte a donde íbamos, pero no me importo (cosa que en otras circunstancias no se me ocurriría ni loca subir en un coche con dos hombres a los que apenas conocía en medio de un lugar desconocido donde estaría sola) deje que la brisa ahora más fresca dejara al viento los cabellos que se escapaban de la pinza que me sujetaba el pelo, apoye el codo en el borde del coche para así poder apoyar en la mano la cabeza y observé el paisaje que se extendía a mi alrededor hasta que una neblina me nublo la vista.

Cuando conseguí ver estaba en medio del desierto, sola, llame a mis acompañantes una y otra vez pero mi voz se perdía en la inmensidad del espacio como un insecto, ni siquiera tenía la respuesta del eco de mi propia voz, sólo veía la arena dorada a mi alrededor y no hallaba ningún fin, me puse la mano en la frente a modo de visera

__Hola ¿hay alguien? – la voz se me quebró, miré mis precarias zapatillas y empecé a andar.

Subí por una duna que parecía no acabar nunca, una vez ahí arriba volví a mirar alrededor en busca de alguien, sólo estábamos el desierto inmenso y yo… entonces me fije bien y creí ver algo que brillaba por entre la arena y una pocas rocas, avancé a trompicones hasta allí, me deje caer de rodillas en la tierra y escarbe apartando la arena del objeto que brillaba, un lagarto se alejo corriendo de mí, más allá un escorpión buscaba cobijo entre las rocas ¿desde cuando había una montaña allí? Debía estar alucinando, sacudí la cabeza y me centre en sacar el objeto, jamás me había podido resistir a nada que brillase, se me escurrió un poco bajo la arena pero conseguí recuperarlo, parecía estar allí tendido a la espera de que alguien lo encontrase, acabe de quitarle la tierra y sople sobre el objeto situándolo a la altura de mi cara para poder ver que era, era un fino colgante, la cadena de oro estaba en perfecto estado, reseguí la cadena, había una pocas cuentas de colores vivos pero lo que me dejo sin respiración fue el colgante, tenía una forma extraña y parecía roto pero realmente era muy antiguo, los signos que contenía no los podía descifrar pero las yemas de mis dedos los resiguieron como si los conocieran, en un extremo encontré el Ank, símbolo de la vida eterna, tenía unas pequeñas piedras brillantes, una de color violeta, otra azul, blanca y negra, era de oro no había duda y sentía que era de una de las dinastías más poderosas del antiguo Egipto, ancestral, desprendía una vibración casi imperceptible que me recorría todo el cuerpo inundándome con miles de rayos calidos, gemí, sentía su poder inmenso entrando por mis dedos, era algo indescriptible, era tan hermoso, me levante y me puse el collar alrededor del cuello instintivamente y avance por el desierto como si flotase sobre un mar de suave arena hasta que la tierra cedió bajo mis pies y me precipite en una caída sin final, la oscuridad me envolvió junto a mi grito que se ahogo al sentir el estomago casi en el cuello, intenté agarrarme a lo que fuese si éxito hasta que al final note lo que suponía era una raíz y me agarré pero resbale por la fuerza de la caída haciéndome un corte en la palma de la mano hasta que caí de bruces sobre algo duro y frío.

Me incorporé dolorida apoyando las manos por delante del cuerpo y eche la cabeza hacía atrás para que el pelo me dejase la cara al descubierto, abrí los ojos y miré alrededor, no se veía nada. Me levante a tientas, no notaba paredes alrededor, parecía estar en el centro de algún sitio, mire el agujero por donde había caído pero no veía luz al final pues con la vista no se alcanzaba a ver el final, un eco en mi cabeza me dijo sabes cual es la palabra, mis labios se movieron solos en una palabra sin sonido, oí como una oleada y el golpe de aire que se genero casi me tiro de espaldas y con el la luz avanzó poco a poco comiéndose la oscuridad, miles de antorchas se iban encendiendo al paso de aquel aire, fue entonces cuando pude ver la sala de un antiguo templo, las columnas dividían el mismo espació en una avenida principal y amplia de otras dos que iban por detrás de las columnas, era increíble! Avance por la sala girando sobre mi misma, no podía creer lo que estaba viendo, acaricie una de las columnas, estaba exquisitamente adornada, algunas con formas geométricas, otras florales, con oro y colores rojos y verdes, las paredes estaban llenas de símbolos  e imágenes, continué andando por el templo, debía encontrar la salida, pero a medida que me iba internando más en sus salas, más sentía que conocía aquel lugar, era como si estuviera… en casa.

Mis pies me llevaron a una sala anexa, al final de aquel cubículo había una representación de Anubis, se alzaba varios pies sobre mi cabeza, retrocedí sobre mis pasos de cara al Dios, sentí entonces el tacto suave pero irregular de las baldosas, mis pies estaba descalzos, tope con una piedra que sobresalía en la pared contraria, resbale hacía atrás cuando esta cedió abriendo una puerta y caí por una especie de tobogán, me levanté y me puse bien la especie de cinturón que llevaba por falda, era vaporoso de tonos dorados, una especie de joyas engarzadas me hacían de exquisito sujetador, mire mis piernas, de las aberturas laterales de la falda sobresalías unos adornos de cuentas, en la muñeca derecha tenía una especie de brazalete ancho, poco a poco mis ojos se adaptaron a la nueva luz de aquel lugar, el aire era menos denso ahí, corría un brisa fresca y ligera que llevaba consigo el olor dulce de las flores egipcias, en mi pelo se entrelazaban algunas de aquellas florecitas blancas, oía agua corriendo y seguí en la dirección de la que parecía provenir, dentro de aquella sala tallada en la mismísima roca había un oasis interno, las palmeras crecían verdes e impetuosas, había vegetación y flores de loto rosas, me acerque hasta el lago que se formaba gracias a una caída de agua que se filtraba por una abertura en lo alto de las rocas como un balcón, me agache y bebí de aquel agua, estaba fría y me vigorizo, estaba tan contenta que me quede petrificada cuando escuche una especie de siseo, algo se acercaba por detrás, a mi espalda algo se movía, se arrastraba…no… reptaba, una sombra se perfilo en la pared de roca frente a mi, tragué saliva y con un escalofrío que me provocaba la certeza de lo que iba a ver me gire, vi un cuerpo tubular lleno de escamas albinas y amarillas, seguí con la vista hasta donde llegaba mirando cada vez más y más arriba hasta hallar la cabeza de aquella enorme…¡Serpiente! Dios, era enorme, no se cuanto debía medir pero su cabeza casi rozaba el techo y era altísimo, era una inmensa cobra pero no era negra, su dibujo me recordaba más al de una pitón albina, su lengua bífida vibro, parecía una aparición de la mismísima Uadyet. Sus ojos diamantinos me atraparon, acerco su enorme rostro al mío, vi sus colmillos y creí que era el fin, pero volvió a levantar majestuosa su testa e hincho de nuevo su cuello, quería correr pero seguía viendo en mi retina sus ojos dorados y como hipnotizada empecé a contornearme en una danza con la serpiente, los cascabeles de la pulsera de mi tobillo repicaban, ascendí por el cuerpo de la víbora hasta que con su ayuda quede sobre su cabeza, se irguió y repto hasta el otro extremo de la gruta y levanto la cabeza al llegar a una abertura y me dejo a la altura de una terraza para que bajase ahí, obedecí y desde aquella atalaya observe como desapareció entre una luz dorada y negra, las antorchas se fueron encendiendo de nuevo, conocía aquel lugar, era un pasillo estrecho, si extendía los brazos podía tocar con los dedos las paredes y avancé así como hacen los niños, llegué a otra sala inmensa aún más hermosa que la anterior, caí de rodillas, un dolor inmenso atravesaba mi pecho. Me lo agarré todo era oscuridad, temblaba, había algo tan opresivo que creo que grité pero cuando abrí los ojos estaba en el jeep con Azrrael y Abraham. Me había dormido durante el trayecto, me frote los ojos, nos habíamos detenido.

De vuelta a la Tierra - IntroducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora