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Se encontraba sentado en una silla que no reconocía muy bien, estaba en una mansión. Todo su cuerpo se encontraba metido en un estupor famélico que le mantenía casi inerte sobre aquel lugar. 

A su alrededor se alzaban enormes columnas de mármol gris, mientras que el fuero danzaba poderoso en la chimenea que le acompañaba para iluminar aquella aparente oscuridad. 
Movía sus ojos grises de aquí  allá, sin que por su garganta pudiera omitir sonido alguno. 

Estampados persas y franceses en las paredes, cuadros de personas que no lograba identificar. Un tenue olor a caoba y a madera quemada se esparcía por el lugar. 

Miró hacia su cuerpo, traía una elegante túnica gris con finos bordados de oro en las mangas. No se encontraba amarrado, no estaba aprisionado, sencillamente se encontraba descansando en aquella silla ornamentada mientras la chimenea calentaba cada una de sus extremidades en vano, porque se sentía frío, totalmente frío. 

— Eres alguien verdaderamente hermoso, Malfoy. 

La voz ronca de Potter le erizó hasta el último vello de su cuerpo. Había aparecido de las sombras para apoyarse un poco sobre la chimenea, observándolo desde allí con ojos verdes resplandecientes. 
Traía puesta una túnica oscura, que brillaba cual azabache pulido ante el fuego. Tan fina. 
Los cabellos del auror estaban despeinados, y en ese propio desorden existía el salvaje compás que lo mantenía viéndose tan atractivo y depredador como un león. 

Quiso hablar, pero no pudo. 

— He castigado a cada una de las personas que osaron hacerte daño. — Continuó el auror mientras avanzaba hacia el rubio, quedando a frente para luego apoyar una de sus rodillas en el suelo, casi como si le reverenciera. —  Pienso acabar con cada uno, devolviéndoles cada una de las fechorías que cometieron contra ti y tu familia. 

Los ojos de Potter resplandecían con un brillo inhumano, tan verdes y tan intensos, tan reptiles como los de una serpiente. Sin embargo, no eran fríos como los de uno, no, estos quemaban con la intensidad de su propio poder. 

Malfoy se preguntaba de qué hablaba, si era su trabajo como auror al estar cazando y atrapando cada mortífago no rehabilitado que aún quedaba, o los nuevos sectarios que había reunido Flint. 

— Quiero hacerte feliz, quiero que seas mío completamente. No voy a permitir que nadie te aleje de mi, no importa a cuántos tenga que asesinar. 

El tono de Potter poco a poco se volvía más y más ronco, como un susurro de rabia contenida que no se expresaba en sus facciones atractivas. 
Malfoy quiso removerse incómodo. ¿De cuándo aquí un Gryffindor hablaba de asesinar? ¿De asesinar a cualquier costo? 

— No voy a permitir que te alejes de mi. —  Continuó Potter mientras una zigzagueante mano empezaba a recorrer el pecho del rubio hasta que la mano de Potter rodeo su cuello y empezó a apretar. El pánico fue evidente en los ojos de Malfoy cuando notó que los iris de Potter lentamente empezaban a brillar no como esmeraldas, sino más bien como Rubíes — No voy a permitírtelo ni si quiera a ti. 

La mano se terminó de cernir sobre su cuello, cortándole el flujo normal de respiración sin que el rubio se pudiera siquiera mover. 

Eres mío, Draco Malfoy. 


Despertó de golpe en ese justo momento, completamente bañado en sudor. Sus músculos le dolían a causa de la propia tensión con la que había estado durmiendo; las manos le temblaban y todo a su alrededor llegaba a dar ciertas vueltas por la propia presión. 

Always / HarcoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora