Capítulo 34. Azael.

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«Azael»

«Azael»

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—¿Lu... cifer? —repetí incrédulo.

¿El ángel caído que dominaba el infierno?

—El mismo —respondió él con una sonrisa igual de peligrosa que las de Amira—. Aunque mi verdadero nombre es Azael y preferiría que me llames así, Joham.

Inconscientemente torcí mi boca al notar la desventaja. Él sabía perfectamente quién era yo... y yo no estaba comprendiendo nada. Azael notó mi confusión, pero puso sus ojos en blanco con indiferencia y caminó tranquilamente hacia Amira.

Asustado, pensé en impedirlo, pero Arus volvió a presionar mi hombro y me mantuvo en mi lugar.

«Quieto» —advirtió el hada.

Ami ni se inmutó cuando Azael llegó hasta ella, colocó sus dos manos sobre los delgados hombros de mi esposa y las ataduras de Arus desaparecieron, liberándola. Ella recuperó su sonrisa ante eso.

Frustrado, pasé mis manos por mi rostro y volví a mirarla. La desesperación que sentía estaba alcanzando un punto de ebullición muy peligroso.

—Aléjate de ella —advertí sintiendo como todo mi cuerpo estaba temblando por el enojo.

—¿Por qué? —preguntó Azael, al parecer divertido por mis temblores—. Llevo tiempo planeando este día.

—¿Tú? —pregunté incrédulo.

Azael asintió con el amago de una sonrisa.

—¿Creíste que el debilucho de Enzo estaba solo? ¿En serio pensaste que era tan poderoso por sí mismo? —Rió con una tenebrosa carcajada que me puso los pelos de punta—. No, Joham. Todo este tiempo yo estuve ayudando al muy tonto. Vendió su alma al diablo para obtener algo, o mejor dicho... a alguien.

Pasó una de sus manos por el cabello de Amira, como si fuera una suave caricia. Yo me quedé mudo.

—El problema fue que el muy idiota ni siquiera supo lo valioso que era aquello que estaba intentando conseguir. A mí, por otro lado, me llamó mucho la atención cuando vino a contarme que necesitaba aún más poderes. Yo lo miré incrédulo, ¿más poderes para secuestrar a una débil humana?

Pausó su discurso durante algunos segundos, dándome tiempo para absorber sus palabras. Parecía que Arus y yo apenas estábamos respirando.

—Entonces él me confesó que la humana estaba haciendo magia, de nuevo. Y esta vez su cuerpo la estaba soportando. Oh, he de admitir que sonreí como hace mucho no lo hacía. Las cosas habían estado un poco aburridas por aquí.

Amira me distrajo durante un momento. Desde que Azael llegó, estaba muy quieta, tal vez demasiado quieta para ser natural. Nos miraba, pero solo se movía para respirar, como si no tuviera permiso de hacer nada más. Yo fruncí mi ceño ante eso.

—Veo que por fin lo estás comprendiendo —dijo Azael, encantado con sus palabras.

—¿Comprendiendo qué? —pregunté.

El ángel suspiró y volvió a rodar sus ojos, perdiendo la paciencia.

—Vaya que eres lento —dijo chasqueando sus dedos, como si quisiera apurarme—. Pon atención a lo que te estoy diciendo.

Gruñí por lo bajo ante sus palabras, pero decidí no hacer nada hasta comprender verdaderamente a que nos estábamos enfrentando.

—Llevaba mucho tiempo esperando por algún indicio de la profecía —explicó— y fue Enzo quién me lo dio. Inmediatamente lo supe, utilizaría al muy idiota para obtener aquello que llevaba años esperando. Él podía hacer el trabajo sucio y yo me quedaría con el premio.

Comprendí que el premio era Amira... y nuestra bebé.

—¿Qué le has hecho? —pregunté con horror.

—Control mental —respondió como si no fuera la gran cosa—. ¿Sabes que soy el único que tiene el poder para hacer eso?

Apreté mis puños a mis costados con fuerza. Lo sabía. El control mental estaba mucho más allá de la magia. Era insano, peligroso y solo fuerzas majestuosas podían acceder a él. Como los Dioses y el Diablo.

—Deshazlo. Ahora.

—No eres nadie para darme órdenes —respondió Azael, molesto por la manera en la que le estaba hablando—. Ahora ellas son mías.

Mis ojos brillaron tan rojos como los de él.

—Sobre-mi-cadáver.

Azael dio un paso hacia mí y yo no retrocedí. Arus volvió a interponerse entre nosotros, pero yo sabía que eso era inútil. El infierno acababa de declararme la guerra al robarse a mi esposa y yo la había aceptado. Ni loco me iba a quedar cruzado de brazos, de ser necesario iba a morir intentando rescatarla.

—Olvídate de ella —me aconsejó Azael, como si acabara de leer mis pensamientos.

—Jamás.

Me miró sin emoción alguna durante un momento, después se encogió de hombros y nos dio la espalda, haciendo una seña con su mano.

—Acaba con ellos —ordenó.

Amira recuperó la movilidad en ese momento y tras dedicarme una sonrisa tenebrosa, dio un salto en mi dirección.

Arus me empujó hacia atrás con magia, haciéndome perder el equilibrio y aterrizando de nuevo junto a Raúl. Alzó sus brazos para crear un nuevo campo de fuerza plateado y Ami dio una rápida marometa hacia atrás a tiempo, cayendo sobre la tierra con unos ojos fieros.

—Inmune —lo llamó la potente voz del hada—, utiliza tu llave para crear un portal.

—¡No! —grité al comprender sus intenciones, pero Arus me ignoró y provocó una fuerte ventisca para mantener a Amira en su lugar.

Raúl obedeció y sus manos se metieron debajo de su camisa para encontrar la llave. A pesar de sus ligeros temblores, logró crear el portal con rapidez. Arus miró por encima de su hombro para comprobarlo y sus ojos se clavaron en mí.

—Nos vamos

—¡No! —repetí con todas mis fuerzas, aterrado por tener que alejarme de Amira.

—No te lo estoy preguntando.

Sus manos cambiaron de dirección hacia nosotros y otro golpe de magia nos obligó a Raúl y a mí a caer hacia atrás, cruzando el portal sin poderlo impedir. Amira aprovechó su distracción y lo último que vi fue su rostro, a centímetros del mío y completamente desencajado por el enojo.

Arus la envolvió en humo gris para jalarla de regreso y apartarla de nosotros. Lo siguiente que supe fue que un fuerte golpe en la cabeza logró dejarme inconsciente.


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Sunforest 2. Joham Rey. [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora