Capítulo 37

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El día siguiente fue catastrófico.

Luego de nuestra decisión de finalmente ser libres, el resto del mundo tomó la desición de no dejar de comentar que habíamos vuelto a estar juntos. Que éramos libres. Internet se llenó de fotos en las que Luke y yo salíamos juntos, algunas radios comentaron el hecho, incluso aparecimos en ese horrible programa de la tarde que tanto detesto.

Todo el mundo parecía saberlo, y era desesperante. Desde que desperté hasta que tomé la desición de apagarlo, mi teléfono no dejó de sonar. Calum, y Michael, y Ashton, y mi hermana, y mi madre, su novio, mi vecina chismosa, una chica con quien solía ir a la academia de baile, e incluso esa ex-compañera del colegio a quien no quería volver a ver... Todos, de repente, parecían volver a recordar mi existencia. Todos querían explicaciones, detalles. Todos querían saber todo.

El único llamado que atendí fue el de Luke, simplemente porque oírlo reír sutilmente del otro lado de la línea, y sentirlo casi a mi lado, era lo único que podía distraerme un poco, a pesar de que su cara estaba en todos lados. Recuerdo perfectamente cómo se ponía Kate cuando ella y Ashton inundaban las redes sociales protagonizando una gran variedad de comentarios. Recuerdo perfectamente lo mal que se sentía. Yo no quería caer en eso, y creía tener las herramientas para poder ignorar lo que el mundo pensaba de mí. Hacía ya tiempo que me regía a partir de una sóla regla: Sin mediar sentimientos. Con la vuelta de Luke a mi vida, esa regla se había ido al tacho casi inmediatamente, pero podía aplicarse perfectamente a esta situación. No tenía que dejar que los comentarios tocasen mis sentimientos. Sabía perfectamente que tenía que considerarlos entidades vacías, sin sentido ni fundamento. Tenía que bloquearlos.

Sin embargo, no todo era tan sencillo. La realidad es que estaba rendida. En una situación normal, ignoraría completamente a todo el mundo. Encendería una cigarrillo, uno de esos que tienen escrito "Para cuando quieras mandar al demonio a todos", escucharía The Strokes un rato, y no dejaría que nada me molestase. Esta vez, era diferente. Esta vez, yo estaba en las manos de Anna. Mi imagen estaba en las manos de Anna, en realidad. Ella podía mover a las masas como quisiera. Era de público conocimiento su noviazgo con Michael, por ende, tenía algo de peso en las redes sociales. En consecuencia, podía llenarle a cabeza a quien quiera con un par de frases vacías e incoherentes. Ese es el hamartia de las redes sociales: nos manejan. Modifican nuestro pensamiento, nos convences de lo que está bien y de lo que está mal, cambian nuestros gustos, incluso nuestra ideología. El error fatal de las redes sociales es que nos influencian de manera descomunal.

O, tal vez, el dejarnos influenciar es nuestro error fatal.

Como sea, la cuestión es que ella podía hacer lo que quisiera con esta explosión mediatica que surgió con respecto a  Luke ya mi. El problema se me escapaba de las manos. Me tardé todo el día en notar que lo que estaba ocurriendo, o lo que iba a ocurrir, estaba más a allá de mi control, y que no podía hacer nada para manejar lo que ella podía decir sobre mí. Había amenazado tantas veces con exponerme ante el mundo como un demonio adultero sin piedad, que ya no me iba a sorprender de lo que podía llegar a decir.

Desde el momento en que le dije a Luke sobre el demo, y en que Luke habló con Michael sobre el demo, y Michael habló con Anna acerca de mis sospechas, y ella me llamó para amenazarme y todo eso, desde ese preciso momento sentí que la situación se me iba de las manos. Ella podría ensuciar mi nombre de la manera que quisiera. Al terminar todo con Dylan, creí que la cosa se calmaría un poco, pero ahora dudaba mucho que fuera así.

Así que, en resumen, me había rendido. Que diga lo que quiera, que piensen lo que quieran. En ese momento no me importaba nada porque, de cualquier forma, no podría cambiar lo que fuera que la gente creyera de mí.

Lo único que me importaba cuando cayó la noche ese día era Luke entrando por la puerta trasera de mi casa, por donde siempre solía hacerlo para que nadie lo escuche.

-No hay necesidad de hacer silencio, -dije al verlo subir por la escalera con un gesto casi imposible de describir en el intento de no hacer ruido- no hay nadie en la casa.

-Ah, ¿no? -preguntó, ahora subiendo normalmente hasta llegar a mí.

-No, -lo besé- sólo tú y yo.

-Mmm... -sonrió- me pregunto qué podríamos hacer sólo tú y yo esta noche.

Las voces de los protagonistas de alguna película cursi que encontramos en Netflix llenaba el ambiente mientras Luke y yo nos reíamos entre besos, como si el otro fuese lo único que nos importara en el mundo. Yo lo sentía así.

Había una caja de pizza tirada en el suelo, y vasos medio vacíos. O medio llenos. Sus manos en mí cintura, las mías en sus hombros. Mis labios sobre los suyos y todo el resto del universo inexistente como aquella duda que ambos tuvimos en el momento en el que volvimos a cruzarnos. Esa duda que nos hacía cuestionarnos si el otro aún sentía dentro suyo todo lo que en un principio nos unió. Era más que obvio que ese sentimiento seguía vivo en ambos.

Me besó como nunca, como siempre. Me besó de forma tan pasional, que el sólo hecho de de sentirlo cerca mío me desestabilizaba, me enloquecía. Cuando lo sabes, lo sabes. Y ambos sabíamos perfectamente que esto estaba bien, que era correcto. Era más que correcto, era todo.

"Te amo", me dijo, y sabía que lo decía en serio.
"Te amo". Y todo estaba bien.
"Te amo". No lo quería dejar ir nunca.
"Te amo". Él era lo mejor que me había pasado en la vida.
"Te amo". No quería irme nunca de su lado.
"Te amo", "te amo", "te amo".

Seamos eternos.

Porque había mil cosas diferentes que podíamos hacer sólo él y yo, pero ambos sabíamos cómo iba a terminar todo, y porque los besos dejaron de ser suficientes en cierto punto, subimos a mi cuarto. Sus pasos gentiles y livianos, casi flotando, me invitaban a seguirlo. 

Mientras las capas de ropa que había entre ambos empezaban a desaparecer, yo recordaba el momento en que volví a verlo. Recordaba la furia que creció dentro mío al verlo con alguien más, y cómo intenté opacarla, hacerla inexistente. El preciso momento en que sus ojos eran lo único que importaba, cuando, enojado por mi nuevo acercamiento a Dylan, me acorraló contra la pared alegando que yo intentaba ponerlo celoso. No era así, nunca. Él siempre fue todo. Recordaba cómo empecé a amar el hecho de que él odiase verme con un cigarrillo en la mano, e intentara modificar mi conducta, porque lo sentía cerca mío otra vez. Recordaba el exceso de bebida que me llevó a levantarme nuevamente a su lado una mañana, impregnada en su aroma y bañada en la más hermosa gratitud por el sólo hecho de tenerlo a centímetros. El momento en que volví a verlo frente mío, como un sueño, admitiendo que aún me quería. Nuestro segundo primer beso. Otra de las incontables veces que me dijo que me amaba. El hecho de saber que era así. 

Lo volvería a hacer todo mil veces. Y mil veces más. 

Trust || l.h.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora