Canela

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La noche asciende, la brisa que viene del este acecha y recorre las impenetrables sombras que abundan bajo los árboles viejos y torcidos en este bosque, los susurros empiezan a volverse voces, a volverse gritos, "¡Fuego!", exclaman, "¡Huyan!". No lo entienden, no lo ven, en el calor de toda brasa se guarda un poco del sueño mundano que inunda nuestros cerebros, nuestras mentes difusas susceptibles al miedo, al odio, a la pasión, cuerpos que se pudren lentamente, esas que son nuestras prisiones, nuestras carrozas funebres, llevándonos a la deriva en el vacío de la existencia insípida, a la brasa, "¡Fuego!" Gritan, "¡Huyan!" Proclaman, mientras el mundo se convierte en un inmenso espiral sin ritmo, y en una brisa sin aliento.

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