Prólogo

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El día que cambio el mundo muchos vivieron gustosos al ser sus propios reyes, otros murieron internamente, deseando el regreso del juicio de Dios.

Vi a mi madre, el amor de mi vida, era como si el brillo de sus ojos estuviera disminuyendo minuto a minutito, tenia tantas ganas de decir muchas cosas, miles diría yo, pero de mi boca no salía ni una sola palabra, más que mis sollozos, quería hablar, decirle cuánto la amaba, cuánto la extrañaría, lo especial que fue en mi vida pero ¡Diablos! No podía.

—¿Por que lloras mamita? Eres eterna, serás feliz—decía mi madre acariciando mi largo cabello marrón.

Tome sus manos manchadas y las bese, hice mi primer intento de hablar pero no pude, mi tristeza era tan grande ¿Como se dejaba ir? Mi madre se me iba y yo no podía hacer nada.

Mi nudo en la garganta se sentía tan fuerte, nunca creí en Dios pero en ese momento, pedía por mi mamá, pedía por su salvación, pedía porque tuviera un lugar en el cielo, donde esté en paz.

—Mamá.... quiero que tú seas eterna—sollocé.

Sentí como el pecho de mi mamá bajaba y subía rápidamente, sabía que ya era hora, sabía que este momento siempre lo recordaría por todos los siglos.

Tome a mi Mama suavemente de su cabeza y le di un beso en su cabello blanco, tenia que hacerlo, pensaba que estaba lista pero de nuevo mis lagrimas y fuertes sollozos me dijeron que aún no.

—Yo... también mamita, pero así es ...esto. Te amo, eres mi niña, mi niña chiquita—dijo con su último aliento.

Mi mamá empezaba a cerrar los ojos, sabía que ella luchaba por abrirlos, pero era en vano, se tenía que ir.

El doctor entró y dijo algo que no escuché, no escuché porque mis gritos que cubrían su voz, grite, grite y grite al ver que el amor de mi vida se estaba yendo, le grite muchos "no me dejes" y muchos "te amo" pero ya ninguno fue contestado, la maldita maquina me hacía entender que ella ya se había ido, la abracé, la abracé fuerte, mis lagrimas mojaban la bata de mi madre, tome su mandíbula ya dura y se empezaba a poner fría. No se cuento tiempo estuve así, solo se escuchaban mis gritos en toda la habitación, en ese momento solo era mi corazón latiendo, tal vez rompiéndose.

Mami, no me dejes.

El doctor intentó tomarme por los hombros pero me resistí, abracé con más fuerza a mi madre, aunque su cuerpo estaba ahí pero ella no, quería que ella correspondiera mi abrazo y le dijera al doctor que me dejara, pero no, ella jamás me abrazó.

—Se que es duro, pero necesito que salgas de la habitación por favor—hablo el doctor.

Doctores, ellos estaban tan acostumbramos a esto, acaso ¿Pueden escuchar mi corazón? solo quiero a mi mamá, hice caso omiso y seguí abrazado a mi madre, pero sentí como sus brazos me levantaron, intenté golpearlo con mi codo en su estómago pero no pude.

Solo veía a mi madre acostada, con sus ojos cerrados, y tenía aquel collar que le regalé con mi primer salario del primer trabajo que tuve.

—¡No la puedo dejar! ¡Es mi madre! ¡Ella me necesita!—grite con todas mis fuerzas intentando poder llegar a ella.

No se donde saque la fuerza pero me solté, estuve apunto de tocar de nuevo a mi madre pero el doctor me tomó de nuevo, esta vez estábamos frente a frente.

Lo mire, lo mire con súplica, deseaba que se pusiera en mi lugar, que sintiera mi dolor, era la persona más importante de mi vida, la persona que me crió y me dio todo su amor, él tiene una madre.

—Ella se fue, te dejó, entiende eso, lo lamento—dio un suspiro -Sáquenla por favor- ordenó a los guardias que no había visto.

Fría inmortalidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora