Cartas, panes, muerte a todos.

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(Kobalt POV) 

Cuando finalicé la clase de gimnasia estaba dispuesto a volver a casa junto a Jason. Para el día siguiente teníamos tarea de historia y como a ninguno de los dos nos sienta bien aquella materia decidimos hacerla juntos. Estábamos en la puerta cuando me di cuenta de un pequeño y no tan insignificante problema: me había olvidado el libro en el aula. Salvo que quisiese que el profesor Colleman me tirase un borrador, tenía que volver por el ejemplar. Me despedí de mi amigo y subí corriendo al salón de clase.

Buscaba debajo y arriba de los bancos, pero nada. Seguí así hasta que finalmente me pareció encontrarlo. Saqué el objeto del interior del pupirte.

Para mi sorpresa no era lo que estaba buscando, sino que era un cuaderno celeste de, evidentemente, alguien más. Curioso de quién podría ser el dueño de aquella libreta la abrí. Para cuando me quise fijar el objeto se había resbalado de entre mis dedos y había caído al suelo, abriéndose así en la mitad. Maldije por lo bajo y pesadamente lo levanté.

Inevitablemente mis ojos vagaron por aquellas hojas completamente escritas. Bastó un párrafo para que identificase de qué se trataba. Aquellas palabras formaban algo que yo bien conocía: un cuento fantástico. Sin poder frenar mi curiosidad seguí leyendo. Lo terminé en un santiamén. Desgraciadamente la historia no estaba finalizada. Luego de la última línea había un  cartel que decía: "Pausado por falta de inspiración".

Rezongué. Estaba un tanto decepcionado; era una buena historia. Estaba a punto de dejar el cuaderno donde lo había encontrado, cuando se me ocurrió una idea.

De mi mochila saqué un papel y junto a él una lapicera. Mi mano comenzó a moverse ágilmente mientras la imaginación fluía libremente. Cuando finalicé dejé la hoja, a la cual ahora la acompañaban tres más,  la dejé dentro del cuaderno. Sonreí satisfactoriamente y me fui. Sólo esperaba que aquél desconocido viese lo que le había escrito.

Con aquél último deseo del día y sin que la expresión saliese de mi cara, me dirigí a casa. Aunque cuando estaba a punto de salir me encontré con alguien.

-¡Kumi! –exclamé feliz.

-Ah, Kobalt, hola –respondió con una de sus elegantes, pero amables, sonrisas.- ¿Ya te ibas?

-En efecto, ¿qué hay de ti? ¿Te quedas otro rato? –dije luego de asentir.

-Sí, tengo trabajo que hacer en el consejo.

-Oh, ¿quieres que te ayude?

-No gracias, puedo sola.

-Bien, que la fuerza te acompañe entonces – sonreí y nos despedimos.

Después me acordé que no la había visto en toda la semana. Me giré para preguntarle, pero ella ya no estaba ahí. Mi expresión cambió a ser una de tristeza.

-"Todo pasa por una razón". Supongo que por algo no le tenía que hablar hoy. Oh, bueno –me recordé mentalmente.

Sin nada más que aportar en aquella cárcel, salí. Olvidándome nuevamente de mi libro de historia.

La mañana siguiente recibí un golpe de un borrador.

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(Kumi)

Lo primero que hice cuando llegué a mi casa fue tirarme en mi cama. Estaba exhausta; el consejo te podía llegar a desgastar completamente cuando quería.

 Suspiré. La imagen de cierto rubio arrogante no salía de mi mente desde el día en que lo castigaron.

-Demonios, ¿por qué tengo que pensar justo en él? –pensé.

Co. 59 27Donde viven las historias. Descúbrelo ahora