Capítulo 11: La oferta de John

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La casa de la tía March era más grande de lo que Laurie esperaba y destacaba sin duda entre las demás. Quería preguntar cómo era que fuera tan rica, pero Amy ya estaba lo suficiente sensible para que él hiciera daño de esa manera.

—Mi madre te escribió un mensaje de que vendríamos —recordó Amy una vez dentro.

—Sí, lo sé —refunfuñó la mujer—. Todo el día suplicando.

Amy tragó saliva.

—Necesitamos ese dinero, tía —gimoteó, Laurie bajó la mirada suplicando que le entregara el dinero—. Es por papá, que Marmee vaya a verlo lo mejorará —insistía.

—Te daré ese dinero —aceptó la tía con un el ceño fruncido—. Es cierto eso, que tu madre vaya mejorará la salud de tu padre. Pero no quiero veros a vosotras rogándome también en un futuro que os dé dinero, ya sabéis que tenéis que hacer si lo necesitáis.

—¿Trabajar duro? —tartamudeó Amy, su tía dejó escapar una sonora carcajada.

—Trabajar duro para conseguir dinero solo funciona si tienes suerte, Amy, ya deberías saberlo... —Amy asintió con la cabeza, decepcionada—. Creo que, si te casarás con alguien con herencias, sería mucho más fácil cualquier cosa. ¿No crees?

Amy se encogió de hombros.

—Como ese muchacho. —A Laurie le sintió bastante mal que le hubieran puesto de referencia—. Es un Laurence. Si te casarás con alguien como él, podrías ser pintora como tú quieres sin arriesgarte a ser famosa o no.

—Supongo... —susurró Amy.

—Este es el dinero. —La tía de la chica le extendió un sobre—. Piensa bien lo que te digo, pequeña Amy, de todas tus hermanas, tú eres la más sensata.

Amy asintió nerviosa y recogió el sobre.

—Gracias, tía.

—Deberías darle las gracias al chico que ha venido contigo —respondió ella—. Yo después de todo soy de tu familia.

Amy asintió y tras una despedida salió de la casa con Laurie.

—Mi tía no cree que yo vaya a ser famosa —comentó Amy subida a un bordillo con los brazos extendidos para mantener el equilibrio.

—Pues yo sí lo creo —intentó animarla Laurie con una sonrisa, Amy también sonrió.

—Lo dices porque piensas que soy pequeña y que me bastará con que tú confíes en mí —comentó ella después, Laurie quedó sorprendido por eso.

—Eres muy listilla —respondió él.

—Ya claro...

Laurie quedó en silencio pensando en lo dura que era la tía March con las obligaciones del casamiento de las niñas.

—Tu tía es algo exigente —dijo Laurie.

—Se preocupa por nosotras, supongo —respondió Amy—. Dice que quién se case con un pobre, no recibirá de su dinero. ¿Tiene sentido? No, no lo tiene. Porque si es rico, ¿para qué querríamos su dinero?

—¿Tu tía sabe que vivimos en el siglo XXI?

—Sabe que en cualquier siglo hace falta dinero para vivir.

—El dinero no lo es todo.

Amy paró en seco y se bajó del bordillo.

—Pero sí te da todo, tú deberías saberlo más que nadie —sentenció.

Amy aceleró el paso. Laurie la siguió cabizbajo, si tan solo la chica supiera lo mal que él lo pasaba aun siendo tan rico...

El teléfono de Laurie sonó, él lo agradeció para no tener que hablar con Amy.

—¿Sí?

—Laurie, soy yo, John —se escuchó su voz desde el otro lado—. ¿Qué ha pasado con las March? Quería llamar a Meg, pero me daba vergüenza.

—Pero ¿puedes llamar a Meg? ¿Tienes su número?

—¡Claro que tengo su número! Sino no estaría en las opciones... —terció John—. Ahora, ¿me dices que ha pasado?

—No sé si querrían que te lo contara... —dijo Laurie mirando a Amy que estaba a unos pasos de él.

—¿Es algo grave? ¡¿Meg está bien!? —preguntó la voz agitada de John.

—Bueno, les ha pasado una cosa y están regulares... —explicó Laurie.

—¿Regulares en que sentido? ¿Físico o emocionalmente?

—Emocionalmente.

—¿Qué ha pasado?

—¡John! Habla con Meg si te interesa tanto... yo no voy a decirte algo que no nos incumbe...

—Pero... ellas... yo... Laurie... por favor... ¡me estoy preocupando! Si tú... yo...

—¡Deja de murmurar! —gritó Laurie captando la atención de Amy.

—¿Quién es? —preguntó ella.

—Es John, está preocupado por vosotras, sabe que pasa algo, pero no el que —explicó Laurie.

—¿Y por qué no se lo dices? —cuestionó Amy—. Cuanta más gente lo sepa, más ayuda tendremos.

—¿No te importa? —insistió Laurie.

—No, claro que no —aseveró Amy.

—¿John? ¿Aún sigues murmurando? —preguntó Laurie y Amy rio—. ¡John!

—¿Qué? ¿Qué? —respondió él distraído.

—Te lo voy a decir, Amy me ha dado permiso —dijo Laurie y John se quedó en silencio—. El padre de las March está enfermo, en Washington, la madre de las chicas tiene que viajar y... ¿Amy? ¿Estás bien?

—No quiero que Marmee se vaya sola —balbuceó la niña—. Tengo miedo de que se ponga también enferma y no haya nadie que pueda alertarnos, o que le de ansiedad y que le ayude a relajarse o que le apoye en este momento...

—John, tengo que dejarte, Amy llora —urgió Laurie separando el móvil de su oreja.

—¡Espera, Laurie! —exclamó John—. Yo también tengo que ir a Washington. 

Mujercitas de Luisa May Alcott (Contemporáneo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora