Capítulo 22: Amy March

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Laurie estaba boca arriba en su cama. Tenía el móvil a unos centímetros de su alcance, pero por primera vez era lo último que no quería ver.

Pero el móvil no dejaba de vibrar y Laurie decidió levantarse, pero solo para ponerlo en silencio.

¿Y por qué tenía tantas llamadas perdidas de John? ¿Sería una emergencia? ¿Beth estaría bien?

Marcó su número corriendo y John tardó unos segundos en responder, pero unos segundos eternos para Laurie.

—¡Laurie! ¿Qué tal te ha ido la jornada de puertas abiertas de la universidad?

Laurie se quedó en silencio. Así que era eso...

—¿Y si te dijera un secreto? —preguntó él con voz seca.

—¿No has ido?

—¡Se me ha pasado! ¡Estaba pensando en Jo, en el rechazo, en....!

—Tu poco interés —interrumpió John—. Teníamos un trato.

—Estudiaba la universidad y tú encontrarías la forma de que me dedicara luego a la música —recordó Laurie con voz cansina—. Lo sé, John. Pero se me ha pasado, lo siento, no se lo digas a mi abuelo. Y, además, ¿de qué me va a servir si quiero hacer otra cosa?

—Son más salidas...

—No debería estudiar en algo que no quiero, sin importar las salidas y ya voy a heredar el dinero de mi abuelo...

—Eres un vago, Laurie —sentenció John—. Tengo que irme, hablamos después.

—Vale, pero no digas nada a mi... —John colgó—. ...abuelo.

Laurie se apartó el teléfono de la oreja y entonces vio que tenía un mensaje de Amy.

"A las seis mi tía tiene cosas que hacer, ¿podemos vernos?"

Laurie miró el reloj. Cinco y cuarto. Daba tiempo.

—Sí —dijo mientras lo enviaba.

Se arregló y salió a tiempo para verla. Desde el viaje, Amy siempre vestía mucho más arreglada porque a su tía no le agradaba que vistiera sport y a Laurie le encantaba que se arreglara, pero eso le arrastraba a arreglarse a él también cuando quedaban.

—Hola, Amy —saludó Laurie fijándose especialmente en su vestimenta.

Ese día llevaba sus rizos sobre los hombros, un maquillaje discreto, unos pendientes largos, un vestido rosa por encima de las rodillas combinado con una chaqueta vaquera con adornos de flores y un colgante, tenía unas sandalias con algo de tacón que le estilizaban sus piernas.

—¿Laurie?

—Ah, perdona, estaba distraído —dijo Laurie, nervioso—. ¿Damos un paseo?

Amy asintió. Ambos empezaron a caminar sin decir nada. Sus manos de vez en cuando se rozaban, pero no le prestaban atención a eso.

—¿Has vuelto a hablar con Jo? —fue Amy la que acabó rompiendo el hielo.

A Laurie no le gustó escuchar el nombre de su mejor amiga. Se limitó a negar con la cabeza.

—¿Y tú? —preguntó Laurie, Amy rodó los ojos.

—Claro, es mi hermana —terció, Laurie se mordió el labio. 

—¿Y cómo está?

—Bastante bien —respondió Amy secamente—. Te echa de menos.

—Yo también. —Amy miró fijamente a Laurie—. Digo que yo también la extraño a ella, no que yo me extrañe a mí mismo porque yo siempre estoy conmigo mis... ¿me callo?

—Por favor.

Siguieron caminando, con las manos recogidas para evitar el rozamiento de nuevo.

Laurie cerró los ojos por un momento e imaginó que la que estaba a su lado era Jo en vez de Amy que estaba junto a su mejor amiga, junto a su amor platónico, junto a...

...una farola.

—¡Oh, dios mío, Laurie! —exclamó Amy tapándose la boca con las manos—. ¿Cómo te has dado?

—¡Au! —fue su respuesta, mientras en su nariz goteaba algo con rapidez.

—No puedes ir con los ojos cerrados por la calle —le regaló—. ¿Cómo...? ¡Oh, dios mío! ¡Es sangre!

Laurie se tocó torpemente la nariz para verse los dedos rojos.

—¿Tienes un pañuelo, Amy? —preguntó él, Amy se apresuró a entregárselo—. Ha dolido —rio el chico después.

—Pues claro que te habrá dolido, inútil, si miraras por donde vas —le riñó Amy, pero entonces ambos se miraron y rieron.

De pronto Laurie no sintió la necesidad de estar con Jo.

Mujercitas de Luisa May Alcott (Contemporáneo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora