28 de junio 2020

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Para Astrid sentir el calor del verano, caminar por la arena, y reposar bajo el olivo de su casa era un deleite. Cada día de sus vacaciones intentaba levantarse temprano para así aprovechar la mañana con Camille, su prima que llegaba cada verano.
El día partía con unas tostadas untadas con miel y un té, mientras ambas revisaban sus celulares.

—Francis le ha dado me gusta a la foto que subí ayer, ya sabes cómo vuelve el perro arrepentido— expresó la rubia con una pizca de arrogancia.

—Camille, es sólo un me gusta a tu foto, no a ti. Quizá quiere mantener la buena amistad que tenían antes de ser novios— Camille rodó los ojos, le molestaba que Astrid le quitara importancia a la señal que según ella Francis le estaba enviando para reconciliarse.

—No lo entenderías, tu sólo te la pasas con tus formulillas esas y esos materiales en el cuarto de afuera— No son fórmulas, son ecuaciones, pensó Astrid. Sin embargo, no dejó que aquello le afectara, podría pasar gran parte de la tarde en ese cuarto lleno de muebles viejos que había convertido en su laboratorio. No le molestaba que Camille hiciera comentarios ácidos sobre eso.

—Joder Astrid, estamos en vacaciones, deja de lado un día esas cositas de Newton y vamos a la fiesta de la playa hoy— Camille siempre mencionaba a Newton para referirse a los estudios de la castaña, sin embargo, su proyecto actual estaba basado en la teoría de la relatividad de Albert Einstein. De pequeña Astrid sintió una curiosidad acerca del mundo, era la típica niñita que a todo pregunta un porqué, y eso derivó a que en un futuro decidiera estudiar física, las leyes que rigen el universo, el espacio-tiempo, entender como suceden los terremotos, como se comportan los materiales en presencia de factores externos, e ir respondiendo a todas esas inquietudes que albergaba desde niña.

—Sabes que no me van las reuniones con mucha gente, menos aun si van a estar todos borrachos, no soy muy dotada para soportar a alguien a punto de un coma etílico—. Si no fuera porque Camille la quería demasiado, ya la hubiera zarandeado y obligado a ir, pero la entendía y no la obligaría nada.

—Entonces vamos ahora, a caminar un rato y jugar a las paletas, te va a hacer bien moverte un poquitito—. Y no es que Astrid fuera muy sedentaria, se consideraba una persona medianamente activa, sin embargo, no poseía un cuerpo digno de una revista fitness. Su figura era un tanto curvy. Disfrutaba de los paseos en bicicleta y de vez en cuando hacer un poco de ejercicio en casa.

La brisa del mar traía consigo paz mental para la castaña, entre tanto número y cálculo, le venía bien un respiro, sentir la arena bajo sus pies, como éstos se hundían ligeramente y eran humedecidos por las pequeñas olas que desembocaban en la orilla. Camille permanecía recostada boca abajo tomando sol, Astrid se recostó a su lado y comenzó a contarle la historia de Hôtel du Palais, el cual se encontraba tras de ellas y era la mayor atracción de Biarritz. Biarritz había sido en la antigüedad un puerto pesquero de ballenas, y hasta el día de hoy mantenían como símbolo una barca ballenera en su blasón. Y Hôtel du Palais en su tiempo conocido como Villa Eugenie, fue la residencia de verano de la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. Ahora era un hotel de lujo, un gusto que pocos se podían dar de disfrutar y claramente ella no, de todos los años que llevaba viviendo en Biarritz jamás había pisado el interior del hotel. Pero no solo había aquella atracción turística, contaban con tres museos: Musée Asiatica, Musée de la Mer y el Museo del Chocolate.

Camille y Astrid se encontraban dormidas hasta que un teléfono comenzó a sonar. Era la madre de esta última, había llegado a casa, trabajaba en un jardín, y siempre en esta estación del año se mantenía abierto para todos aquellos padres que no tenían con quien dejar a sus hijos. Ya en casa las chicas se dispusieron a poner la mesa para poder almorzar.

TIME | Timothée Chalamet [ EN EDICIÓN ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora