—Te amo.
—Te amo más —Astrid sonrió y negó con la cabeza.
Habitar juntos en aquella casa y solos al mismo tiempo, era algo especial. Tenían tanto espacio para sí mismos, sin embargo, siempre se encontraban en los mismos lugares. Habían dejado de comer en el salón hace mucho, preferían sentarse frente a la chimenea y compartir allí. Y es que juntos habían decidido lo mejor que podrían haber pensado en sus vidas, dejar el árbol de navidad el resto del año y de la vida. Astrid amaba la navidad, amaba y adoraba esa calidez que transmitía la festividad, y le encantaba admirar el árbol siendo iluminado por la tenue luz del fuego. Timothée adoraba todo lo que hiciese feliz a Astrid, ella era toda su dicha y gozo, si ella estaba contenta, entonces él también.
Ninguno de los dos se había dado cuenta de lo rápido que el tiempo había pasado, se cumplían dos años desde que Astrid había aparecido desde la nada en su casa. Hacía dos años que su corazón había sido irrevocablemente cautivado, dos años llenos de amor y timidez, casi que parecían una ilusión. Lo que el joven más disfrutaba eran esas celebraciones que ellos mismos se inventaban, celebraban el día en que Astrid llegó, celebraban cada inicio de estación —la favorita de Astrid era la primavera—, la primera lluvia después del verano y las primeras flores del olivo.
Poco les importaba la opinión de los demás, quienes solían cuchichear acerca de la deliberada relación que tenían, que no estaban casados, que se habían aprovechado de Thérèse, que habían echado a la pobre Ágnes y que Appoline era parte de sus aberrantes prácticas. Y aunque al principio había dolido, ahora hacían bromas de aquello. ¿Qué sabían aquellas viejas acerca de lo especial que ellos tenían? Astrid sentía pena por ellas, porque probablemente habían tenido todas la misma suerte, ser la esposa trofeo. Y para la chiquilla no había nada peor que ser una esposa trofeo, en que tu vida solo giraba en torno a tus hijos y en complacer a tu marido, hombre que solo sabía trabajar y gritar cuando la comida no le gustaba. Ella sabía que quizá jamás habían sentido la complicidad que ella compartía con Timothée, que ellas jamás se enterarían de lo hermoso que ambos compartían.
El único tiempo que pasaban separados era cuando Timothée estaba en el trabajo y Astrid se encerraba en el cuarto del jardín. Tenían una rutina, una rutina que no les aburría en absoluto, se sentían afortunados de tenerse el uno al otro. Partían el día desayunando en el jardín cuando hacía buen tiempo y si no, frente al árbol de navidad. Astrid dedicaba la tarde a la física y entraba a casa cuando el joven gritaba un ''llegué''. En el verano esperaban cada atardecer frente al mar, comiendo una fruta y tapándose con una frazada de la brisa marina. Juntos lidiaban con las tristezas que se colaban de vez en cuando, ya fuera por el nostálgico recuerdo de Thérèse o los padres de Astrid, juntos disfrutaban de la perenne alegría, juntos se descubrían a medianoche en los brazos del amor y juntos se burlaban de las viejas mujeres entrometidas.
—Eres el amor de mi vida, y de todas mis vidas —Astrid sonreía con incredulidad cuando Timothée decía esas cosas con tanta facilidad. Las soltaba de la nada, la pillaba desprevenida, provocaba que su corazón saltara por un momento.
—Es tan dotado para las palabras, señor Chalamet. No creo haber conocido a alguien con un don como el suyo.
—No te burles —Astrid reía y depositaba un corto beso en sus labios. La joven ya había aceptado su pequeña obsesión con los labios del muchacho, y es que le parecían tan lindos y besables, muy besables.
Una de las cosas que más disfrutaba era sentir la helada nariz del chiquillo contra sus mejillas, el contraste de sus temperaturas y la cercanía de sus rostros era algo que simplemente Astrid adoraba.
—Timothée, quiero que sepas que siempre voy a amarte. Y no quiero que nunca dudes de eso, en ninguna circunstancia, por favor —el día en que Astrid le había dicho eso dejó en el joven un rastro amargo, al que solo pudo responder frunciendo el ceño y asintiendo débilmente.
¿Por qué los inviernos eran tan lluviosos en Biarritz? Era colosal la diferencia entre una tarde de estío y una de invierno, los colores rosados y anaranjados se veían tristemente transformados en una capa gris, con una tenue coloración azul en el mar. El mar, el eterno y solemne mar, que contaba en sus olas historias de amor de antaño, que revivían en cada golpe del agua sobre las rocas, en que se dispersaban los sentimientos con la espuma y dejaban el sempiterno rastro del amor. Las cosas más bellas y valiosas, irónicamente, no tenían ningún valor, el mar, el cielo, las estrellas, el sol, los árboles y el amor, son cosas que cualquier mortal pudiese disfrutar si se mantuviera especialmente atento.
Astrid no sabía por qué el petricor le recordaba a Timothée, la frescura y esa esencia renovada que traía consigo quizás eran la perfecta encarnación del alma del muchacho. La chica salió de la casa pensando en eso, miró por unos minutos el olivo, despojado completamente de su verde abrigo, meciendo sus ramas al compás del viento, danzando en una fría sonata con la lluvia. Entró en su pequeño cuarto, el que ni se comparaba al anterior, este relucía del orden, todo estaba perfectamente alineado y su púnica pastilla de uranio estaba pulcramente colgando en el centro, como un mero adorno.
Le encantaba sentarse a leer los escritos de Piero, era como si él pudiese observarla a través de ellos, se sentía especialmente comprendida y consolada. Ella sabía que solo Piero podría compadecerla y perdonarle por pensar en sus padres más de la cuenta. Él debió conocer aquel sentimiento de sentirse incompleto, de que pese a tenerlo todo algo faltaba dentro de sí.
La única ventana de la habitación dejaba entrar un hielo que calaba los huesos, Astrid movía su pierna con frenesí, se sentía un poco nerviosa ese día, era normal. Ya le había pasado antes.
—¡Llegué! —resonó la voz de Timothée.
—¡Voy en unos minutos!
—¡Está bien!
Astrid guardó los papeles, y de repente toda la habitación estaba en completa oscuridad. Se había cortado la luz. No importaba, ella siempre tenía velas y fósforos a mano. Agarró la vela encendida y se dispuso a salir. Se quedó mirando unos segundos la pastilla de uranio, agradeciéndole por haberla traído hasta ahí. Pero solo esos segundos bastaron para que el cielo comenzase a tronar con fuerza, acompañado de los múltiples rayos que caían. Los cuales nuevamente provocaron que Astrid viese la extraña luz blanca de hace dos años, esta vez trayendo consigo una profunda desesperación.
Por favor no se alteren sjkjfsa
¿Será que nuestra Astrid se fue o es un simple mal sueño?
En fin, quedan como dos capítulos asi que no desesperen bbys, nos estamos leyendo besitos
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TIME | Timothée Chalamet [ EN EDICIÓN ]
RomanceEn un tiempo existe él y no ella, en otro existe ella y no él. Sólo les separaban ciento diez años y el tiempo nunca había sido tan transcendental. "Estar o no estar contigo es la medida de mi tiempo". Historia Completa.