cérémonie

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Astrid miraba aquel olivo recordando el cumpleaños de Timothée, habían bebido tanto del ponche navideño que Ágnes había preparado que las palabras esa noche salían con dificultad, las mejillas de ambos jóvenes estaban cálidas y sonrosadas, tal como sus corazones, rebosantes de afecto. Los besos del muchacho sabían dulces y con un deje a alcohol, Astrid se reía de lo mucho que lo había besado esa noche y de la torpe frase que le había dicho —que claramente guardará para sí misma—, ¿en qué momento el tiempo había pasado tan rápido? 

¿Por qué los días parecían volar con rapidez, qué les apuraba tanto? ¿Por qué el ser humano parece estar corriendo tras el tiempo, persiguiéndolo con tantas ansias que se olvida de aprovecharlo, por qué se desperdicia tanto y a la misma vez se le da tanto valor? Si no es más que una forma de medir la sucesión de las cosas, si no es más que una cuestión relativa. 

Aquella mañana estaba siendo demasiado tranquila, así que casi sintió alivio al ver a Ágnes llegar alterada. 

—¡Niña! Por todos los cielos, es el día de tu boda y tú estás aquí sentada mirando un árbol, vamos entra, se hará tarde— Astrid le sonrió y la obligó a sentarse a su lado. 

—¿No te parece bello lo mucho que viven los olivos? Pueden llegar hasta los mil años.

—¿Y para qué quiero yo vivir tanto? Con 70 es más que suficiente, no seas ambiciosa. Camina, que si el joven Chalamet nota que llegas tarde le da algo al corazón. 

Astrid la tomó del brazo y entraron juntas en la casa. El calor del verano estaba en todo su esplendor, provocando que la joven anduviera con las emociones a flor de piel, sobre todo en aquel día, que Ágnes no paraba de llamarle boda pero para ella era algo más sagrado que eso. Nunca había pensado demasiado en el matrimonio y si quería llegar a contraerlo algún día, la muchacha se había imaginado que dedicaría completamente su vida a la ciencia, sin embargo, las cosas habían cambiado un poco. Y tampoco se arrepentía, lo que tenía con Timothée era maravilloso, y presentarle aquella unión a Dios o al universo era algo simbólicamente muy bonito. 

Por un lado pensaba en lo especial que sería aquel día, y por otro, en lo mucho que le hubiera gustado tener a su familia consigo, que sus padres conocieran a Timothée, a Thérèse y a Ágnes, quienes se habían vuelto su familia en aquella época. Había disfrutado del calor de verano con ellos, el lluvioso otoño y los resbaladizos adoquines, el crudo invierno y la apolínea primavera. Ellos teñían su vida con suaves gotas de miel.

El rostro de Ágnes estaba conmocionado, a sus ojos Astrid parecía un ángel con su ligero vestido de encaje. Limpió suavemente la pequeña lágrima que había caído y tomó las manos de la muchacha.

—Luces preciosa, la novia más bella que he visto en mi vida. 

Timothée miraba a su abuela con nervios, el suave viento de la playa acariciaba los rostros de las tres personas que había allí: Thérèse, Appoline y Timothée. Todos a la espera de la chica y su acompañante. Cuando al fin vieron a lo lejos a la mayor bajar del coche, Timothée inmediatamente se posicionó frente a su abuela. 

La muchacha tomaba el brazo de la mayor, y parecía hablarle mientras que Ágnes la hacía callar. Timothée se rio, pero esa risa se transformó en un débil llanto. La mujer de la que estaba enamorado se veía radiante aquel día, parecía fusionarse con ligero éter rosado que envolvía el ambiente. Su cabello revoloteaba en un peinado flojo, las capas del vestido caían suaves y se movían con armonía, como si de unas cuerdas de guitarra se tratasen. Las manos de la joven sostenían un pequeño ramo de flores del jardín. La sencillez de Astrid era abrasadora.

—He traído la biblia, no puede haber una boda sin biblia— dijo Ágnes dirigiéndose a la señora Moretti. 

—¿Has llorado? No lo hagas, me pondré triste— susurró la chica al joven que vestía un bello traje beige. 

TIME | Timothée Chalamet [ EN EDICIÓN ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora