apathique

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La plaza Clemenceau estaba repleta de árboles, muy distinta a como la recordaba Astrid, toda pavimentada con una gran pileta en el medio, sin embargo ahora le parecía mucho más hermosa. El limonero detrás del único banquillo que había era iluminado por los fuertes rayos del sol, pareciera que todo el mal tiempo que se manifestaba ayer había sido olvidado con la luz del día. Los limones brillaban tentadoramente, y ambos jóvenes caminaban silenciosos uno al lado del otro. Los dos poseían un poco de nerviosismo, Timothée porque desde hace un año que no salía con una chica y por parte de Astrid radicaba en qué debería decir si el muchacho hacía muchas preguntas. Evitaba mirarlo a la cara. Y no tenía ese comportamiento exclusivamente con él, le intimidaba mirar los ojos de las personas. 

—¿De dónde eres, Astrid?

—Soy de...Burdeos, ¿y tú? ¿eres originario de Biarritz?— la joven mantenía sus manos unidas y jugueteaba con sus dedos. Mentía, nació y se crio en Biarritz, pero si lo decía le costaría un par de preguntas más.

—No, nací en París y ahí vivo, vengo a aburrirme a Biarritz en los veranos. Este año me titulé como profesor de Historia, pero me gustaría dedicarme más a la investigación. ¿Qué edad tienes?— seguro se llevaría bien con Camille, pensó la castaña. 

—Veinte— Astrid observaba la gente a su alrededor, todas las mujeres con esos pesados vestidos que no hacían más que acalorar. 

—Te llevo dos años, ¡oh! Han inaugurado una feria, vamos a mirar— el joven casi corría al lugar. Al ver que iba solo se giró para ver a su acompañante. Astrid venía a paso lento, miraba todo con suma atención, como si fuese una recién nacida. La muchacha giró la vista hacia él, y se quedó quieta en su lugar. Toda su atención iba hacia el chico que tenía en frente. El cabello castaño le cubría las orejas en unas suaves ondas, tenía unos rasgos muy finos y era bastante delgado. Astrid se preguntaba cómo no se había dado cuenta antes lo bello que era, y se sentía tan tonta de haber pensado que era de Biarritz, si toda su esencia gritaba que era parisino. Se acercaba a ella a grandes zancadas, irradiaba energía. La tomó de su mano derecha y la arrastró con él hacia los puestos de artesanías que estaban a las orillas de la plaza. Astrid sentía la garganta seca, en cualquier momento le sudarían las manos. 

—Tuvimos suerte de encontrar la feria, solo la arman un día aquí— aún no le soltaba la mano, decir que tenía las mejillas rosadas sería un chiste, Astrid era una manzana. Una redonda y roja manzana. 

—¿No vas a soltarme?— el chico miró sus manos entrelazadas y profundamente avergonzado le soltó, murmuró un lo siento y caminó delante de ella. Mueblistas, pintores, escritores, alfareros y otra clase de artistas presentaban su artesanía en aquella feria. Uno en cuestión llamó la atención de ambos jóvenes. Se trataba de un retratista, se encontraba limpiando sus lápices.

—¿Quieres realizarte un retrato, Astrid? Yo me hice uno en París, se demora bastante pero vale la pena esperar— ofreció Timothée a la joven. Pero esta se negó, no le haría gastar dinero por algo así y tampoco quería saber como lucía ante los ojos de otra persona, bastante ya tenía con luchar contra su misma percepción. Pese a que Astrid no lo hacía con mala intención, el chico se sintió un poco molesto y rechazado, a sus ojos la joven actuaba apática con él. Sus respuestas eran monosílabos. ¿Tienes familia? Sí. ¿Hermanos? No. ¿Cuál es tu comida favorita? Lasaña, el joven comentó que su difunto abuelo era italiano pero ella se mantuvo en silencio. El sol estaba cayendo como sus ánimos de hablar con ella. 

—Necesito tu ayuda Timothée— Astrid sabía que podía confiar en él, hasta ahora él había resultado ser muy amable, simpático y respetuoso con ella. El corazón del muchacho dio un vuelco al escuchar como ella pronunciaba su nombre. Sin embargo, se sentía un poco herido. 

—No pensé que pudieras decir más de tres palabras por iniciativa propia— soltó con acidez. 

Astrid le miró sorprendida, tenía un semblante serio. Sus ojos se movieron hacia ella. Son verdes, pensó. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Sus cejas eran pobladas, pequeñas pecas adornaban su nariz y sus labios eran sorprendentemente rosados. 

Timothée no acostumbraba a guardar por mucho tiempo lo que sentía, así que sin pensarlo mucho soltó lo que había pasado por su cabeza hace un rato.

—¿No te agrado, Astrid? ¿Soy un poco cargante para tu gusto? Deberías hacérmelo saber si es de esa forma, no me gustaría que pierdas el tiempo conmigo solo para parecer educada. Hasta ahora...— desesperada Astrid tomó sus manos.

—Claro que me agradas, mucho. Eres muy divertido, es solo que he pensado todo el tiempo que me preguntarías cómo es que llegué a la casa y la verdad es que no sé como responderte. 

—Te juro que no voy a preguntarte nada de eso, y si hay algunas de mis preguntas que te incomode responder solo dime paso— el creciente interés por conocerla se reanudaba en Timothée. Astrid asintió. Y le repitió las preguntas que había hecho él con anterioridad. ¿Tienes familia? Sí, ambos padres y una hermana. ¿Cuál es su nombre? Elodie. ¿Cuál es tu comida favorita? Sin duda el Boeuf Bourgignon de Ágnes. Y añadió una más.

—¿Cuál de tus padres tiene los ojos verdes?— Timothée rio y se sintió elogiado a que ella percatase tal detalle.

—Ninguno. Mi abuela dice que los saqué del abuelo, siempre me habla de él. No le conocí pero ella dice que me parezco mucho. Es por eso quizá que soy su nieto favorito— Astrid soltó una carcajada. El camino de vuelta a la casa estaba siendo mucho más agradable.

Timothée era tan distinto a cualquier chico que hubiese conocido, quizá la ausencia de los celulares le jugaba a favor, estaba lleno de cosas por decir. Era un tanto impulsivo, curioso y sensible. Le contaba a Astrid que sus padres habían intentado concretarle un matrimonio el año anterior pero su abuela se interpuso, escandalizada le recordaba a su hija que le había enseñado bastante sobre el amor. Y Timothée le confesó que desde ese día él admiraba a su abuela, su madre era obstinada pero ella lo era el triple. La abuela le dejaba llevar el pelo largo, salir sin muchas explicaciones y hacía que Ágnes le preparara su comida preferida, ¿cómo no iba a quererla?

Astrid le contó que amaba las estrellas, la playa y le gustaba mirar la Villa Eugiene, el hotel du palais como se conocería en algún tiempo. 

Al llegar a la casa, Ágnes les reprendió por casi llegar tarde para la cena. Todos juntos se sentaron para comer, Astrid ahora miraba con mucha más admiración a Thérèse y Timothée miraba con más atención a Astrid. 

Ágnes y la joven retiraron la mesa, esta última se ofreció a lavar la vajilla y Ágnes se lo permitió solo porque necesitaba ir a ducharse. Aunque Astrid sabía que en el fondo le estaba agradecida. Se secó las manos con la falda de su vestido y subió a su habitación. No pasó mucho tiempo para que tocasen su puerta. Una nueva notita estaba en el suelo. 

''A lo que se duerman vamos al patio a mirar las estrellas''.








Holaaaaa! Háganme saber si les está gustando y voten por favor :( en su momento también fui una lectora fantasmita pero realmente se aprecian mucho los votos y comentarios. 

¿Qué opinan de nuestra protagonista? Me estresa a veces jajajjs 

Nos estamos leyendo <3

TIME | Timothée Chalamet [ EN EDICIÓN ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora