Cuando Astrid despertó se encontró con un sobre blanco en el velador junto a la cama. Restregó sus ojos y lo tomó. Setenta francos. Agradecía que la señora Thérèse lo dejase mientras dormía, aún le daba un poco de vergüenza tener que recibir el dinero. Sin embargo, Astrid sabía que le sería útil. Necesitaba recursos para poder reconstruir su proyecto, y ahora ya no estaban sus profesores y amigos de la universidad que le regalaban los materiales que sobraban de las prácticas en laboratorio. Tampoco estaba su mamá, quien el fin de semana le llevaba sus tostadas con huevo a la cama, con la que se tomaba un té después del almuerzo y dormía la siesta del domingo. La joven la extrañaba. Quería pensar que sus padres aún no se daban cuenta de su ausencia, pero era ridículo, le causaba cierta ansiedad pensar en lo que sus padres estarían pasando, quizá hasta ya habían denunciado su desaparición a la policía.
Los golpes de Ágnes en la puerta la sacaron del melancólico trance, sacudió la cabeza, tomó su ropa y salió de la habitación.
Astrid siguió pensando en su familia toda la mañana, en su mamá, en su papá y Camille. En estos momentos hasta limpiar el auto con su padre le parecía grandioso. Deseaba poder escuchar a Camille hablando de sus libros de historia y a su madre contándole las travesuras de sus pequeños pupilos. Un aura gris estaba envolviendo a Astrid, una expresión lánguida se adueñaba de su rostro y también de su corazón; de pronto toda la alegría de los días anteriores se veía abatida por sus nostálgicos recuerdos y deseos.
La señora Thérèse había mandado a buscar el vestido que su nieta menor, Elodie, le regaló el verano pasado. Además de encargar a Ágnes que comprara un traje para Timothée. Esa noche se celebraba el cumpleaños del alcalde de Biarritz, el cual en la juventud fue un gran amigo de la señora Moretti y pese al transcurso de los años, aún conservaban su amistad en buenos términos. Se rumoreaba que el alcalde tenía intenciones de comprar la villa Eugiéne, hace ya cuarenta años que había muerto Napoleón III y en la ausencia de su esposo, la emperatriz Eugenia no deseaba visitar otra vez aquella construcción, había pasado muchos años en desuso.
Antes de salir, Ágnes le recalcó a Astrid y Timothée que no llegasen tarde. Si se atrevían a llegar un minuto pasado de las siete, ella misma se encargaría de castigarlos. Aunque Astrid sabía que a la única que sancionarían sería ella. La señora Thérèse fue un poco más gentil en avisarles, la fiesta del alcalde comenzaba a las ocho, por lo tanto, Timothée tenía que llegar temprano para alistarse.
Timothée estaba muy emocionado por la inclusión de las niñas, así que no dejaba de repetir que había sido una grandiosa idea. En cambio, Astrid estaba más silenciosa de lo normal, sentía el pecho apretado y su familia no salía de su mente. Caminaba con la cabeza ligeramente gacha, asentía de vez en cuando para que el joven sintiera que le prestaba atención. No obstante, Timothée había notado desde muy temprano que algo andaba mal con la chica, cuando rozó sus dedos con el dorso de la mano de Astrid y ésta ni se inmutó, sino que siguió su camino por las escaleras como si nada. Así que, como el muchacho no tenía problemas en expresar lo que le inquietaba, le preguntó.
—¿Pasó algo? ¿Ágnes te retó demasiado ayer? Estás un poco ida— dijo el joven, un poco dubitativo.
—No, no pasa nada. Y Ágnes no me ha hecho nada— Astrid le dedicó una minúscula sonrisa, que a los ojos del muchacho se había visto lo suficientemente falsa como para seguir insistiendo.
—¿En serio? Creí que estarías más emocionada con lo de las niñas, pero no has dicho nada al respecto. Si te sientes presionada a hacerlo, entonces yo me puedo hacer car...
—¡No! Timothée, no, me alegra mucho la idea. Es sólo que hoy me desperté pensando en mi familia, les extraño mucho y es probable que nunca más vuelva a verlos— se sentía tan bien poder sacarlo de su pecho, compartir con alguien lo que en parte estaba pasando en su interior.
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TIME | Timothée Chalamet [ EN EDICIÓN ]
RomanceEn un tiempo existe él y no ella, en otro existe ella y no él. Sólo les separaban ciento diez años y el tiempo nunca había sido tan transcendental. "Estar o no estar contigo es la medida de mi tiempo". Historia Completa.