28 de Junio

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Decir que había sido una gran fuerza de atracción quedaría corto a lo que sea que arrastró a Astrid dentro del armario, el corazón le latía a mil, se sentía un poco desorientada y la cabeza le dolía. Lo último que recordaba era estar buscando las pastillas de uranio hasta que una luz demasiado potente la dejó sin visión, ¿habrá sido un relámpago? Ahora se encontraba en posición fetal, todo a su alrededor estaba obscuro, lentamente estiró una de sus piernas y una de las puertas del viejo armario se abrió, claro que ahora no lucía tan desgastado; se podía sentir claramente el olor a madera y no a humedad como solía olisquear. Salió del mueble y miró a su alrededor, reconocía que era el tercer piso de su casa, pero se veía diferente, paredes perfectamente blancas la rodeaban, había un estante con muchísimos libros, frente a ella un escritorio, se acercó rápidamente hacia él, hojas amarillentas estaban desparramadas cubiertas con una linda letra cursiva. Y una linda cama marquesa estaba a su lado. Todo hizo click en su cerebro, ¿lo había logrado? ¡¿lo había logrado?! ¿acaso la tormenta había influido en eso? ¿o estaría soñando? Se mordió fuertemente el antebrazo, estaba despierta. Una euforia le estaba recorriendo el cuerpo, quería saltar y gritar de felicidad. Salió rápidamente de la habitación, su casa estaba maravillosa, las paredes lucían tonos crema y madera barnizada en las puertas. Se sentía embelesada, no podía creer que su hogar se pudiese contemplar tan elegante. Bajó corriendo las escaleras, hasta que se topó con una mujer mayor, con un vestido hasta los pies y ligeramente abultado en las caderas, llevaba puesto un delantal y unas toallas en la mano. Su semblante era de absoluta sorpresa y desconfianza.

—¿Quién eres tú? ¿Qué significa esa ropa tan descarada que llevas?— mientras fruncía el ceño la mujer la tomó del brazo. Alterada no la dejó hablar, y es que Astrid no tenía mucho que decir tampoco, estaba en completo estado de shock. Era como si le hubieran lanzado un balde de agua fría. Claro que había fantaseado con que tuviera éxito alguna vez, pero ahora que lo estaba viviendo no sabía muy bien que pensar. Toda la felicidad que la embargaba hace unos segundos era reemplazada por turbación. Además sentía el ligero miedo de que fuese un sueño. Estaba pensando en tantas cosas.- No sé como entraste aquí, pero es una casa decente. Ruega para que la señora no te vea, si no tendré que llamar a la policía.

Astrid por lo menos sabía que había teléfonos en la época, así que un año menor a 1860 no podía ser, ya que Alexander Graham patentó en ese año su grandioso invento. ¿Qué debía hacer exactamente? ¿Decir que algo la había tragado y venía del futuro? Claro que no, si ni siquiera estaba segura de que fuese su experimento el que la había traído hasta aquí. La frustración de no saber que decir le estaba carcomiendo el cerebro. 

La mujer la arrastró desde el segundo piso a la entrada, era robusta, y de una posición firme. Abrió la puerta y fuera de ella se encontraba un joven delgado, bastante más alto que ambas, el cabello mojado le cubría los ojos, estaba empapado, puesto que llovía a torrencial. Era clásico que en Biarritz lloviera en verano. 

—Oh, ¡Ágnes! siempre tan acertada— el chico sacudió su cabello y miró con curiosidad a Astrid. —¿Quién es ella? 

—Es una intrusa, seguramente una ladrona, no se preocupe que se va a la calle ahora mismo— Ágnes se dispuso a avanzar para sacar a la muchacha de la casa pero el joven se movió en la misma dirección que ella para impedir la acción. Astrid temblaba del frío y los nervios, sentía unas tremendas ganas de ponerse a llorar. Y luego de haber pasado todo el tiempo muda, explotó.

—Yo...—se sorbió la nariz. —Yo no soy ninguna ladrona, digo la verdad. No sé como he llegado aquí— Astrid no pudo decir mucho más a causa del llanto, no sabía como explicar lo que estaba pasando y eso le generaba una gran frustración. 

—Bueno, a la calle no se va a ir Ágnes, las explicacio...— el muchacho fue interrumpido.

—¡Joven Timothée! Me parece descabellado— la mujer estaba muy alterada y Astrid podía entenderla, cualquiera en su lugar estaría así luego de que aparece una chiquilla de la nada con unas ropas extrañas, que ni siquiera es capaz de decir una palabra. 

—¿Qué es todo este alboroto? ¿Quién es la muchacha? Timmy, ve a ducharte y cambiarte ahora mismo, vas a agarrar un resfrío. Ágnes cierra la puerta— su cabello blanco y la elegancia que desprendía dejaba en claro que ella era la señora de la casa. Tenía una mirada amable y al mismo tiempo demostraba autoridad.

El muchacho se acercó a ella y la tomó de las manos. 

—Abuela, Ágnes la quiere echar a la calle, mira como llueve, no podemos permitirlo. Podría agarrar una neumonía, además se nota que está un poco perdida— el chico que al parecer su nombre era Timothée hablaba moviendo exageradamente los brazos. Mientras que su abuela ni se inmutaba, no parecía sorprendida por la situación.

—Está bien, mi dolcissimo. Ágnes, querida, ve a revisar si la caldera está encendida para que Timmy se dé un baño— la mujer agachó la cabeza y obedeció en seguida. —¿Qué estás esperando niño? Ve a ducharte, yo conversaré a solas con la muchacha.

Timothée se alejó refunfuñando, creía que ya era lo suficientemente mayor para que le consideraran en la toma de decisiones, y sin embargo Ágnes lo seguía tratando como un niñito pequeño y su abuela no dejaba que se entrometiese mucho. Sorpresa era poco a comparación de lo que el joven sintió al encontrarse a tan peculiar visita, la chica llevaba el cabello suelto, que no era muy común de ver, y ese vestido dejaba a la vista gran parte de sus piernas, hombros y brazos; era imposible para Timothée no sentir que un poco de calor lo embargaba. 

Al saber que no pasaría la noche en la calle, Astrid soltó un gran suspiro, tenía la respiración agitada debido al reciente llanto. Los profundos ojos azules de la mujer mayor la miraban con atención, de repente se sentía diminuta y como un completo foráneo en su propia casa, bueno ya no estaba tan segura si pensarlo de esa forma. 

—¿Cómo te llamas ragazza?— tenía una voz aterciopelada, suave y profunda. Astrid se moría de ganas de contarle a alguien todo lo que estaba pasando. 

—Astrid, señora. Quiero que sepa que realmente no soy una ladrona, yo...— la señora comenzó a caminar. 

-Sígueme Astrid, conversemos en la sala.

-Sígueme Astrid, conversemos en la sala

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Hola, espero que la historia les esté gustando. Déjenme en los comentarios qué opinan de la abuela del Timmy :)

Hasta el próximo capitulo, nos estamos leyendo <3. 

TIME | Timothée Chalamet [ EN EDICIÓN ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora