insécurité

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El sol se paraba brillante sobre el despejado cielo, trayendo el etéreo recuerdo de un caluroso verano. Ágnes no paraba de repetir que menos mal había buen tiempo, tenían mucha ropa que secar y ella prefería que se hiciera al aire libre.  

Astrid iría ese día a conocer a la nueva maestra y poder hacerle un recuento de lo que hasta ahora había enseñado a los niños. Aquellos niños no habían hecho más que aliviarle el peso de conciencia y corazón, eran ellos los que la hacían sentir que su estadía en aquella época era por mucha provechosa, eran ellos quienes habían despertado en Astrid una habilidad que ella no conocía, enseñar. Era por esa razón que su corazón se afligía, les extrañaría y también quería asegurarse de dejarlos en buenas manos. Astrid estaba convencida de que aquellos niños eran considerados como una oportunidad de surgimiento para sus familias, y ella se sentía tan contenta de poder haber sido un apoyo en el desarrollo de su primeriza educación. 

Todos en la casa creían que Thérèse se estaba aprovechando de su simple resfrío, no quería levantarse y se comportaba como una niña mimada pidiendo sus dulces favoritos para la hora del té, no quería comer sopas ni verduras, solamente tenía estómago para sus comidas favoritas. Y nadie la contrariaba, ¡ay de quien lo hiciera!, sabían que era mejor concederle sus gustos antes que enfrentarse con una rabieta de la mujer. A Astrid le parecía tierno. 

Timothée notaba a la muchacha inquieta, como cada vez que le sucedía algo ella guardaba un silencio sepulcral, caminaba a su lado de lo más tensa, jugando con sus uñas y mirando firmemente hacia el frente. 

—Astrid...

—No me pasa nada— soltó con agudeza. 

—Está bien— Timothée tomó su mano con firmeza.— Aunque no te pase nada, quiero darte las gracias por todo lo que has hecho hasta ahora, por ser parte de todo este proyecto y por trabajar juntos, yo hubiera deseado que siguiese siendo así, pero estás obstinada en no querer tener papeles de identidad y respeto tu decisión. Los niños también van a extrañarte. 

Astrid asintió, y siguieron su camino. Debía estar feliz, tendría muchísimo más tiempo para concentrarse en sus cosas, en su nuevo experimento e investigaciones, sin embargo, el corazón le pesaba. La joven sacudió su cabeza y se dispuso a pensar en la nueva docente, la imagen de una delgada anciana se le venía a la mente, una anciana con una gran historia detrás. 

Astrid no se esperaba encontrar algo así...era joven, y bellísima. Estaba en el frontis de la escuela, con todos los niños rodeándola, su cabello, que era de un rubio oscuro, se desparramaba sobre sus hombros, tenía unas pestañas largas y rizadas, y una sonrisa despampanante. 

La bella mujer se acercó animada a ambos jóvenes. 

—Es un gusto conocerlos, soy Appoline Berry, la nueva profesora —exclamó con notoria emoción. —No me esperaba que los otros profesores fuesen tan jóvenes, cuando mi tío me contó del trabajo, pensé que trabajaría con solo ancianos aburridos. Ha sido una grata sorpresa.

—Bueno, ya no soy maestra aquí, viene usted a ocupar mi lugar. Me gustaría contarle un poco de lo que han estado aprendiendo los pequeños.— Astrid estaba un poco aturdida, la otra mujer debía tener no más de veinticinco años, a ambos los había saludado con dos besos en las mejillas. 

-Señorita Appoline, me alegro de que esté aquí, Astrid le mostrará la escuela y le explicará el desempeño de su trabajo— el joven sonrió amablemente e ingresó primero a la escuela llevándose a los niños consigo. 

—¿Cuál es tu nombre? — la nueva profesora se giró hacia la más joven, sonriéndole. 

—Astrid Leclaire, señorita. 

—Que nombre más bellísimo, puedes tutearme, Astrid. 

La joven le hizo un recorrido por la pequeña casa que usaban como colegio, le explicó que ella debía encargarse de enseñarles matemática, y que hasta ahora los niños y niñas sabían leer, sumar y debían mejorar sus caligrafías, no obstante, sabían escribir medianamente bien. Astrid descubrió que la mujer tenía veintisiete, y poseía una personalidad exquisita, era extrovertida y hablaba en demasía. Además, no usaba corsé, según ella eso no hacía más que asfixiarla, la joven le dio la razón y estaba segura de que copiaría su acción, al diablo con el corsé. Appoline era tan...perfecta, magnífica. 

Astrid se fue muy pensativa en su vuelta a casa, de pronto se sintió demasiado pequeña, aburrida e insignificante. Appoline era una mujer de edad madura, soltera al parecer y bellísima, ella era una muchacha que trabajaba como criada, reservada y de un aspecto no muy llamativo, la joven no se extrañaría si Timothée se fijaba en ella, pero no quería pensar en eso, no quería ser así, tan maquinadora y paranoica. Además, Appoline había sido tan simpática, no quería sentir nada en contra de ella. Oh, querida Astrid, ojalá pudiésemos controlar nuestros sentimientos, muchas guerras no habitarían entre nosotros de ser así. 

Ágnes le había preguntado por la mujer apenas pisó la casa, y le pareció una barbaridad cuando Astrid le contó que ella no usaba corsé, como si el orden natural de las cosas pudiese verse afectado si una mujer decidiera no usar aquella incómoda prenda. Lo único que la joven agradecía era que aquella cosa le había mejorado su postura, la cual solía ser ligeramente encorvada. 

Timothée no había parado de hablar en la mesa de lo maravillosa que era la señorita Appoline con los niños, de lo innovadora que era y que algún día debían invitarla a cenar. Ambas mujeres miraban de reojo a Astrid, quien comía su plato en silencio y sonreía de vez en cuando para hacerle saber al muchacho que le escuchaba. Pero Timothée era incapaz de notar el quieto comportamiento de su amada, ya que se encontraba demasiado emocionado hablando de la nueva maestra. 

Aquello había hecho reflexionar a Astrid de algo, ¿qué pasaría si Timothée encontraba a alguien más para amar?, hasta ahora había estado tan segura que no se había cuestionado aquello. De ser así, ya nada le quedaría, se convertiría en un ente sin vida, sin el amor de sus padres ni de Timothée ya nada tendría. Se daba cuenta de la fragilidad de su corazón, que hasta ahora había estado lleno de anhelos. Sin embargo, recordaba aquella frase de Charlotte Brontë: ''Es insensato lamentarse, aunque estemos condenados a partir: lo único sensato es recibir el recuerdo de alguien en el corazón'', ella siempre recordaría a Timothée, él podría olvidarse de todas las palabras que le haya dedicado, de todos los momentos vividos pero ella jamás podría sacarlo de su mente, él era el amor de su vida. 

Con aquel sentimiento amargo Astrid se fue a dormir, pensando en la transitoriedad de una persona en la vida de otra, pensando en lo profundo de sus sentimientos por aquel jovencito de ojos verdes, pensando en lo mucho que añoraba la presencia de sus padres, pensando en lo mucho que había cambiado su vida, pensando en todo lo que haría si un día despertase y se diese cuenta de que todo había sido un sueño, pensando en lo trágico y esperanzador que aquello era al mismo tiempo. Dándose ese tiempo para ser pesimista, de extrañar, de anhelar, de llorar y albergar esa ilusión de que mañana sería un día mejor. 

Ignorando completamente aquella nota que Timothée había dejado bajo su puerta. 

Hola! Espero que estén muy bien

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Ayer estuve leyendo sus comentarios sobre sus series favoritas, una de las mías es Sherlock Holmes jiji, además llevo muchos años viendo doramas :o

Cuídense mucho, nos estamos leyendo :)

TIME | Timothée Chalamet [ EN EDICIÓN ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora